Prometeo, uno de los titanes de la mitología griega, cuyo nombre por cierto, significa prudencia, y que tanto amó a los hombres, desafiando a los dioses, robó el fuego a Zeus para entregarlo a los humanos. El fuego ha sido vida, calor, energía, iluminación… bienestar, desarrollo y progreso. En el sector automotriz, los avances han sido extraordinarios, y esto lo podemos apreciar si comparamos los viejos modelos de coches de principios del pasado siglo con los que en la actualidad circulan por ciudades y autopistas del planeta, donde predominan las tecnologías de punta, los nobles materiales con los que están fabricados, el confort para sus ocupantes, y por sobre todo, el factor velocidad. Podemos decir que es un regalo de los dioses, al igual que Prometeo ofreció el fuego para felicidad de los seres de este mundo en la era posmoderna. Sin embargo, somos ingratos con estos avances al alcance de muchos en la sociedad actual. Cada año, resultan impresionantes las estadísticas que dan cuenta de la destrucción y muerte que acarrea el fatal binomio alcohol y volante, como si ese fuego bienhechor se nos escapara de las manos y nos trajera dolor y daño muchas veces irreparables. Un vehículo es algo maravilloso en las manos del hombre precavido. El alcohol, considerado también desde la Antigüedad, un regalo de los dioses, es algo que consumido con moderación aviva el espíritu y resulta un buen compañero para compartir entre amigos una noble mesa gourmet u otros momentos de celebración y jolgorio. Pero todo en la vida, llevado a los excesos, es malo. El volante y el alcohol no ligan. No nos cansaremos de repetirlo, porque ese maridaje siniestro puede resultar fatal. Desde las páginas de Excelencias del Motor queremos compartir esta reflexión con los amables lectores, a modo de llamado o recordatorio, para que todos podamos seguir disfrutando del fuego de Prometeo, es decir de la prudencia en nuestras vidas.

José Carlos de Santiago