HOLGUÍN

Uno puede o no estar de acuerdo con los premios, la larga lista de premios del Concurso de Danza del
Atlántico Norte Grand Prix Valdimir Malakhov. Ya sabe que en danza, en el arte todo, la competencia suele ser ámbito de subjetividades. Algunos preferirían, de hecho, que se suprimiera la emulación y que la cita fuera simplemente un encuentro entre amantes de la danza. Pero este redactor, muy humildemente, cree que el concurso tiene un atractivo innegable. Muchos de los bailarines, coreógrafos y compañías que llegan cada año a Holguín vienen convocados precisamente por el reconocimiento simbólico y material de un premio. Esos galardones están poniendo a la ciudad en el circuito de los festivales de la danza. Este es el comienzo. Tiempo al tiempo.
Claro que Holguín ya era hace rato una plaza fuerte para la danza cubana, gracias en buena medida al empeño y las realizaciones de los integrantes de la compañía Codanza. Pero el encuentro casi proverbial de Maricel Godoy —directora y fundadora de esa agrupación—, el empresario Paul Seaquist y la estrella del ballet Vladimir Malakhov le otorgó bases concretas a algo que hace algunos años hubiera parecido un sueño: un encuentro de proyección internacional, a más de ochocientos kilómetros de la capital cubana. O sea, lejos —geográficamente y también desde el punto de vista de la concepción de los eventos— de los principales encuentros de las artes escénicas en el país.
La segunda edición del concurso, que tuvo lugar entre finales de septiembre y comienzos de octubre, acogió a bailarines y compañías de todo el país, con la participación de invitados de otras naciones. La pretensión de los organizadores es que el certamen sea una referencia en la región. Ya ha llamado la atención de muchos creadores cubanos y ha consolidado un público quizás no demasiado numeroso, pero sí muy fiel y entusiasta.
Holguín puede presumir de contar con una de las más variadas programaciones artísticas del país, pero gracias a esta convocatoria ese público puede disfrutar de propuestas que difícilmente pudieran reunirse en un mismo escenario sin la convocatoria de una figura como Vladimir Malakhov.
Por si fuera poco, la cita fue más allá de las emociones de los ganadores y los perdedores para convertirse en espacio ideal para la reflexión y la práctica de todas las expresiones de la danza cubana, en diálogo permanente con el contexto internacional. Además de las presentaciones de las obras en concurso y las invitadas —siempre en la sala Raúl Camayd, del Centro Cultural Eddy Suñol—, la programación incluyó conferencias magistrales, clases prácticas, talleres y sesiones teóricas, con la conducción de reconocidos maestros e investigadores.
O sea, el viaje de los creadores a Holguín nunca será en vano, ganen o no ganen. No abundan fuera de La Habana espacios en los que jóvenes bailarines y coreógrafos puedan intercambiar experiencias y compartir con creadores de primera línea. En Holguín se habló de las perspectivas de la danza cubana, de su potencial, sus retos y dificultades actuales, en un debate que por momentos resultó arduo, pero que explicitó caminos y alternativas.
Para muchos de estos intérpretes fue un privilegio, por ejemplo, recibir las clases de ballet que el mismísimo Malakhov ofreció en concurridas sesiones, en las que participaron bailarines de disímiles procedencias, estilos y niveles formativos.
Hay mucho que agradecer a Malakhov, a Paul Seaquist, a Maricel Godoy y a Codanza, la compañía anfitriona. Pero nada sería posible sin el concurso de las instituciones culturales del territorio —especialmente el Consejo Provincial de las Artes Escénicas—, que han demostrado gran capacidad organizativa.
Puestos a soñar, sueñan muchos: ya hay quien habla de que Holguín se puede convertir en la capital cubana —y hasta latinoamericana— de la danza. Palabras mayores. Pero más allá de tan grandes aspiraciones, el movimiento cultural de esa ciudad ya puede enorgullecerse por contar con uno de los más dinámicos certámenes de las artes escénicas en el país. Y eso no es poco.