Postal que circuló en Cuba y Estados Unidos con una imagen coloreada del Salón Arcos de Cristal.
Imagen de los años cincuenta con que se promocionó el salón «Un paraíso bajo las estrellas».

LOS ARCOS DE CRISTAL

Una nueva y definitiva etapa surge en Tropicana cuando Víctor de Correa vende su participación en el negocio y comienza a trabajar de maitre en el cabaré Sans Souci. El nuevo dueño, Martín Fox, funda Tropicals Night Club S.A., y designa como presidente y representante general de los negocios a su viejo socio Echemendía, quien duró lo que un merengue en la puerta del colegio debido a sus implicaciones con el juego ilícito.
Ello no impidió que Martín, El Guajiro, empezara a desarrollar sus habilidades e inquietudes, teniendo en cuenta las posibilidades del lugar y su envidiable vegetación. Rápidamente se puso en contacto con el arquitecto Max Borges Jr. para que ejecutara un proyecto del cabaré, conservando y aumentando si fuera posible la riqueza natural existente.
La primera modificación fue la entrada a la vieja casona con unos pequeños arcos modernos, en serie, y la instalación en la entrada de la famosa ballerina. Con esta imagen se comienzan a hacer los primeros plegables de propaganda que se utilizarían como símbolo durante toda una época.
Esta solución tiene mucho éxito y sirve de pauta para el futuro salón Arcos de Cristal, partiendo siempre de la conservación de la arboleda. El proyecto era tan atrevido que arquitectos de algunos países vinieron a Cuba a presenciar el desencofre de los arcos, porque más de uno había vaticinado que se caerían. Su estructura era muy simple: cinco arcos de hormigón superpuestos de menor a mayor, y cerrados entre sí por cristales tras los cuales se desplazaban las pasarelas que se utilizarían para el show.
El salón contaba con un bar desde donde se podía apreciar perfectamente el escenario, y su piso era escalonado para poder disfrutar del espectáculo desde cualquier ángulo. El último y mayor arco estaba totalmente cerrado por un costado, lo que permitía disfrutar de un agradable ambiente de aire acondicionado. Fueron pintados de un color oscuro que, unido a la exquisita iluminación, daba la impresión de un exótico oasis. Por su atrevido diseño y lograda arquitectura recibió el Gran Premio Nacional del Colegio de Arquitectos de 1953.
Muy pronto Arcos de Cristal, con sus  cuantrocientos cincuenta asientos —que en ocasiones llegaban a quinientos—, resultó pequeño para la inmensidad de público que lo frecuentaba, sobre todo turistas. Sus modernas instalaciones y sus fabulosos shows lo habían convertido en el preferido de los nightclubs habaneros. Ante esta realidad, se comienza a construir un nuevo espacio donde existía el original Tropicana, esta vez compuesto de amplias terrazas escalonadas en el que se destacaban las esbeltas palmas, mamoncillos y toda la vegetación existente, y coronadas por un escenario rematado por un enrejado de acero, tejido en diferentes ángulos, y que se comenzó a identificar por «la araña». Como en esa época se popularizó la leyenda de los ovni, algunos la comparaban con un insecto extraterrestre.
Al fondo, justamente al lado del otro salón, se instaló un amplio bar con doce mesas, al igual que el de Arcos de Cristal, desde donde se podía disfrutar cómodamente del espectáculo. Todas las paredes posteriores fueron cubiertas con espejos, cuyo reflejo daba la impresión de encontrarse en un interminable local. Este salón tenía dos características fundamentales: ser el cabaré más grande del mundo, y el único de esa naturaleza a cielo abierto. Por ello se le denominó, desde su proyecto, «Un paraíso bajo las estrellas», con el cual se conocería internacionalmente.
Su capacidad era de mil doscientas personas, con amplias pasarelas de dos niveles y una tupida floresta que ofrecía la impresión de encontrarse en un bosque paradisíaco. Tanto este como Arcos de Cristal elevaban sus pistas para una mejor visibilidad del espectáculo, y tenían unas lamparitas eléctricas con la imagen de la ballerina dibujada en todas las mesas que estaban situadas alrededor de la plataforma de baile y en los diferentes balcones del piso que, unidas a la iluminación, daban una maravillosa imagen de vitalidad al salón.
La existencia de los dos locales ofrecía la posibilidad de que cuando hacía mal tiempo o llovía se podía trasladar la mayor parte de los asistentes de uno a otro salón. Previendo que alguien abandonara el local sin pagar, se estableció por primera vez en Cuba la entrega del comprobante de pago a la salida.
Este nuevo salón a veces resultaba pequeño para recibir la inmensa cantidad de clientes, lo que obligaba a abrir Arcos de Cristal, y con ello ascendían a mil setecientos los comensales. En ocasión de fechas significativas se habilitaba también el salón de la cafetería con alrededor de doscientos asientos, y así se elevaba la capacidad a dos mil personas sentadas cómodamente.
En estos casos, el espectáculo se repartía en los dos salones, y se contrataba un show especial para la cafetería. Mientras duró la construcción de Arcos de Cristal se mantuvo el salón original abierto, y una vez inaugurado este, se demolió el local viejo y se construyó en su lugar el salón Bajo las Estrellas.
Se creó un departamento de mantenimiento con pintores, albañiles, carpinteros y sobre todo jardineros que mantuvieran las áreas verdes en perfecto estado. Entre ellos se encontraba un desmochador de palmas para evitar que alguna penca cayera encima de los comensales y, además, podara las matas de mamoncillo que existían en los salones, cuyos frutos habían manchado más de un traje o vestido de los clientes.
En la atención y cuidado de las áreas verdes, Martín, El Guajiro, era muy exigente, y no admitía bajo ningún concepto que se maltratara o eliminara alguna planta. Como guajiro al fin, sentía un gran cariño por ellas