La variada disposición escalonada de las viviendas garantiza suficiente iluminación y ventilación a cada una de ellas, además de aportar dinamismo y eliminar toda posibilidad de monotonía en la imagen del conjunto.

Más de cuarenta años después de construido, el conjunto de viviendas conocido internacionalmente como Habitat 67 mantiene intactos su vigencia y su carácter vanguardista, lo que se podría decir de muy pocas estructuras concebidas en el mundo como parte de las utopías arquitectónicas que florecieron desde la década del cincuenta y, sobre todo, en la del sesenta. De hecho, la inmensa mayoría de ellas nunca llegó a concretarse; casi todas cumplieron su pretensión de ser estímulo para el pensamiento más avanzado y, sin llegar más allá, pasaron a engrosar la gaveta sin fondo de la arquitectura de papel. Entre tantos aspectos que singularizan y distinguen a Habitat 67, está precisamente el hecho de ser la corporeización de una idea que, cuatro décadas más tarde, sigue siendo una utopía.

Localizado en las riberas del río San Lorenzo en Montreal, Canadá, el complejo de apartamentos Habitat 67 fue concebido como un pabellón más de la Exposición Universal celebrada en esa ciudad en 1967, cuyo lema y motivo central fue “El Hombre y su Mundo”. En un tenso momento de las relaciones políticas internacionales en el que Viet-Nam y Estados Unidos estaban inmersos en una cruenta guerra, y Estados Unidos y la Unión Soviética competían por la conquista del cosmos para demostrar su hegemonía como superpotencia mundial, la exposición de Montreal volvió la mirada sobre lo esencial: el hombre y la tierra donde éste habita, en lo que fue una nueva versión del ideario renacentista, una vuelta al protagonismo del ser humano, ínfimo en su tamaño pero enorme en sus ideas, entre las que debían descollar las de paz, armonía y solidaridad en oposición a las de competencia, superioridad e imposición. De ahí que el logotipo, diseñado por Julien Hébert y publicitado intensamente a nivel internacional desde antes del evento de manera que se convirtió en un ícono del grafismo de los sesenta –también por su excelente realización, síntesis minimalista de un ideal grandioso– fuera precisamente la imagen estilizada de una pareja, sin importar si se trataba de hombre y mujer, hombre y hombre, o mujer y mujer, que alzaba sus brazos entrelazados y se repetía hasta conformar un círculo perfecto: la humanidad en armonía alrededor de todo el globo terráqueo. La realidad histórica demostró luego que no sólo la arquitectura de Habitat 67 fue utópica, sino también el logo de la Exposición y las nobles aspiraciones que ésta representaba.

El proyectista principal del conjunto fue un entonces casi desconocido arquitecto de origen israelí recién salido de las aulas de la Escuela de Arquitectura de la afamada Universidad McGill: Moshe Safdie, nacido en 1938 y graduado en 1961, quien tuvo el poco frecuente privilegio de ver realizado, en plena juventud, un sueño constructivo de escala casi megalomaniaca y de proyección futurista: aún hoy Habitat 67 es usado regularmente como escenario de filmes y video clips que desean mostrar un entorno de avanzada, excepcional, apuntando hacia un porvenir de rostro tecnológico e industrial. Sin embargo, en la esencia de la concepción del proyecto no todo era futurismo: en la cúbica rectangularidad de las unidades de vivienda amontonadas en un rígido pero extremadamente variado orden cartesiano, se aprecian evidentes referencias a más de un precedente histórico, entre ellos los conjuntos de viviendas populares espontáneos de la tierra natal del arquitecto, así como la fría, casi cortante, ortogonalidad, con profusión de aristas vivas, promulgada por el racionalismo europeo de la etapa heroica de los años veinte, sin olvidar las propuestas más tardías de Le Corbusier –específicamente el conocido dibujo de la mano que coloca un módulo completo de vivienda prefabricada dentro de la estructura de su Unidad Habitacional.

Estas reminiscencias, complementadas con las enseñanzas del maestro Louis Kahn para quien Safdie había trabajado, y las lecciones de los proyectos utópicos de los Metabolistas japoneses y del grupo inglés Archigram, fueron sus influencias incluso desde su tesis de grado: un conjunto de viviendas de carácter innovador, llamado “Sistema de Construcción Modular Tridimensional”, que le valió su selección para proyectar y construir Habitat 67. Pero a diferencia de los Metabolistas y de Archigram, Safdie y los organizadores de la Expo 67 no pretendían solamente dibujar una provocación, sino construirla: ellos creían realmente que el futuro de la vivienda humana no sería la casa individual rodeada de jardines y aislada del centro urbano, sino la vivienda colectiva, la creación de comunidades que más que edificios cerrados en sí mismos constituirían conjuntos urbanos abiertos, barrios citadinos capaces de contener todos los servicios necesarios para hacer suficientemente ameno y apetecible el residir en ellos.

Habitat 67 sería la demostración de las posibilidades de implantación de esas ideas en el mundo contemporáneo. El sitio debía crear un ambiente tal que promoviera, a través de la arquitectura, la comunicación social armónica y una vida saludable, en contacto con el exterior a pesar de residir en un piso alto: todos los apartamentos poseen una gran variedad de vistas hacia el paisaje circundante, y una amplia terraza-jardín comparable en dimensiones a los espacios interiores principales, relativamente reducidos pues se trataba, en un principio, de hacer vivienda económica. Con el tiempo y el éxito funcional y mediático del experimento, ha sucedido lo inesperado: la utopía de convivencia armónica de familias de relativamente bajos recursos ha dado lugar a un enclave de prestigio en el que familias de alto poder adquisitivo tratan de conseguir una vivienda sin importarles la escasa cantidad de metros cuadrados. Su carácter futurista, el ambiente interior casi de ciencia ficción, con buena parte del mobiliario concebido integralmente como parte de la arquitectura, además de las excepcionales vistas, la imagen espectacular y el relativo aislamiento respecto a la ciudad que otorga privacidad y seguridad, son suficientes estímulos para considerar atractivo el uso de la idea materializada sin verse forzado a dilucidar si se trata de un fracaso absoluto o del éxito parcial de una utopía más. Para disfrutar la buena arquitectura no es necesario racionalizarla, sino sentirla.

En términos de diseño, Safdie se apartó también de los proyectos utópicos anteriores en un aspecto esencial: todos partían de concebir una megaestructura en la cual se insertarían los módulos de viviendas, los que quedarían empotrados y conectados a los sistemas de instalaciones portados por ella. En Habitat 67, la megaestructura queda conformada por las propias unidades de vivienda: cada módulo consiste en un tubo de proporciones rectangulares, dos de cuyos lados son grandes paneles de hormigón armado que funcionan como muros de carga, de modo que pueden sostener a la unidad superior, que será colocada en su lugar por una enorme grúa concebida para la ejecución de este proyecto, dado el enorme peso de las unidades, el cual se iba aligerando al disminuir el grosor de los muros de carga a medida que se ascendía con la construcción. De ese modo las unidades próximas al suelo deberían soportar un peso descomunal, mientras las más cercanas al extremo superior del conjunto serían más livianas. Esta característica, derivada de la supresión, en el concepto inicial, de la megaestructura independiente, fue importante porque permitió la erección del conjunto en relativamente poco tiempo y eliminó complicaciones adicionales; a la vez poseía un aspecto débil y conflictivo: el cambio sucesivo en el espesor de los muros de carga a medida que se asciende contradice uno de los principios básicos de la prefabricación y la industrialización: la estandarización, el precepto imperativo de incluir en el proyecto la menor cantidad posible de elementos distintos, para poder hacerlo verdaderamente económico.

Habitat 67 resultó muy exitoso en varios sentidos pero, sin dudas, no tuvo el resultado esperado en el aspecto financiero: costó mucho más de lo presupuestado; sólo pudieron construirse 158 apartamentos en lugar de los cerca de 1200 planificados, y nunca más pudo repetirse el experimento, a pesar de que Safdie proyectó conjuntos similares para otras ciudades. La utopía, milagrosamente concretada, quedó como un ejercicio demostrativo de un posible futuro que se pretendía cercano pero no lo estaba.

En cualquier caso, no se puede negar que el proyecto respondió a su misión y carácter de pabellón, no efímero como casi todos los de las ferias universales, sino permanente propagador de las nobles intenciones de una Exposición –la más visitada de la historia: 50 306 648 personas la recorrieron– que ha quedado ella misma como una convincente demostración de tecnología vanguardista a escala humana, contraria a las visiones futuristas despiadadas que se nos mostraban antes en filmes como Metrópolis (1927), de Fritz Lang.

El paso del tiempo ha concedido a Habitat 67 un lugar destacado en la historia de la arquitectura y el pensamiento de los sesenta. La fuerza de su imagen de utopía materializada, su optimismo ingenuo pero atractivo, su expresión y sus contenidos humanísticos, no han sido superados por ningún otro conjunto de vivienda ejecutado hasta finales de la primera década del siglo xxi. A pesar de sus aspiraciones universalistas, Habitat 67 ha quedado como un ejemplo aislado, éxito y fracaso a la vez, de un ideal utópico cuya concreción masiva parece lejana todavía.

Paradójicamente, ese aislamiento, ese carácter de pieza única e irrepetible que tanto contradice su concepción inicial, ha servido como potente elemento para justificar el proceso de nominación de Habitat 67 como monumento y Patrimonio de la Humanidad, comenzado por las autoridades de Montreal en 2007, ya que uno de los requerimientos es el “carácter excepcional” de la obra en cuestión. A no dudarlo, también la ambivalencia del símbolo que hoy es Habitat 67 ha contribuido a su peculiar identidad arquitectónica. Su mensaje es ambiguo, lo que hace que su lectura sea extremadamente rica: la obra expresa los más audaces conceptos en vivienda colectiva y en tecnología constructiva, a la vez que se erige como una nueva versión de las ancestrales pirámides, un zigurat contemporáneo no para honrar a los muertos o a los dioses, sino a los vivos, al ser humano, centro del universo. Habitat 67, como Janus con sus dos caras, mira hacia detrás y hacia delante, es vanguardia y futuro pero también historia y tradición, y a no dudarlo, patrimonio.

BIBLIOGRAFÍA Bergdoll, Barry y Peter Christensen: Home Delivery. Fabricating the Modern Dwelling, The Museum of Modern Art (MoMA), New York, 2008. Jackson, Leslie: The Sixties: Decade of Design Revolution, Phaidon, Londres, 2000. Mattie, Erik: World’s Fairs, Princeton Architectural Press, New York, 2003.