Las artes visuales cubanas transitan por un momento interesante en cuanto a producción editorial. Los hoy pilares de nuestro arte, poco a poco, siguen siendo rescatados y estudiados, presentados y promovidos en una época posterior a la suya, la misma en la que ciertos artistas vivos pueden darse el gustazo de levantar su universo visual a partir de lujosos monográficos.

Sobreponerse al artículo, a la exposición, a las entrevistas ocasionales –por ejemplo–, forma parte de la tesis de lo que solemos denominar un libro, que cuenta con un cuerpo más reposado, abarcador, suficiente, aun cuando entable conexiones con esos tres procedimientos. En cualquiera de éstos hay credibilidad, esfuerzos compartidos y, por supuesto, gastos mayores, pero un libro es para siempre, es una pista de largo alcance.

Nuestra lógica editorial no ha seguido la perspectiva de mostrar procesos escalonados y sucesivos. Todo ha sido por instantes y oportunidades. Existen nuestros registros del hoy y el ayer que, eso sí, no han dejado de contar con los atinados o descabellados criterios de los críticos. Faltándonos más de lo que tenemos en cuanto a libros de arte, cada uno de los existentes deviene importante isla de conocimiento.

Uno de los más recientes es Marcelo Pogolotti: un aventurero de la modernidad, aunque se aproxima más a un estado híbrido; oscila entre catálogo y libro. A fin de cuentas, es un volumen bilingüe (español-italiano), fruto de los vínculos culturales contemporáneos que nos caracterizan con otras zonas del planeta. En este caso, entre la avanzada región italiana de Piamonte y la siempre ecléctica capital cubana. De un lado tuvimos el apoyo financiero y el diseño del producto; del otro, la guía y el asesoramiento, la experiencia y la edición con fuerte epicentro en el Museo Nacional de Bellas Artes (La Habana) en torno al intelectual Pogolotti (sólo así, porque le quedan chicos los apelativos de pintor y de escritor). Él pensó su tiempo a través del arte lineal y pictórico y, desprovisto de visión, la pluma llegó a ser el vehículo rotundo para demostrar su estado de vida. Aunque, para ser exactos, este volumen es de peso visual, roza con la antología de obras. Alrededor de la imago, el correlato escrito lleva la guía de las 171 páginas de extrema calidad, olor peculiar y factura de impresión, que recayó en dos instancias conocidas, por las cuales, algunos sueños de editores y colaboradores (cubanos) se hacen realidad una y otra vez: Escandón Impresores y Ediciones Vanguardia Cubana. Sirven de pórtico al volumen dos minúsculos textos: visiones, explicaciones, razones… que, sobre este hecho editorial, ofrecen Gianni Oliva, funcionario cultural de Piamonte, y Luz Merino Acosta, profesora y funcionaria del MNBA. Juicios que constituyen la antesala del grueso mayor en cuanto a letra impresa, y que aparece enunciado en la p. 3, casi a modo de subtítulo: “Ensayo introductorio/ Graziella Pogolotti Jakobson// Cronología, bibliografía y selección de obras/ Ramón Vázquez Díaz”.

Es ésta una obra colectiva que tuvo otro momento de encuentro en la profesionalidad de Graziella y de Ramón Vázquez, quienes ya habían realizado algo similar en los años 80, en calidades de ensayista y compilador de datos, respectivamente, pero con un libro consagrado al gran René Portocarrero. Y ahora ha sido con Marcelo Pogolotti, de quien Graziella puede reflexionar muy bien, por ser una lúcida ensayista y la descendiente de ese pintor y escritor, y Vázquez, por tener una agudeza y una sapiencia que parten de las fuentes más disímiles (originales, documentos de archivos, testimonios, etc.). Dichos textos son núcleos informativos acompañados de otras imágenes efectivas (dibujos, pinturas, documentos facsimilares, fotografías), que suavizan y adornan el hilo de las ideas de ambos especialistas en Marcelo Pogolotti. Ambos aportan, engrandecen, matizan. Hay que leer esos núcleos y constatarlo.

Compilar la producción de Marcelo Pogolotti es un viejo anhelo de muchos, una obra de variadas aristas con ejes en La Habana, Turín y París. Así se acometió la selección más amplia que se haya publicado del artista a partir del amplio fondo que posee el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, las piezas en colecciones particulares, así como una revisión documental que posibilitó la referencia a obras perdidas, de manera de poder ofrecer una rigurosa cronología documentada.

Ésa es la sentencia Luz Merino Acosta en el primer párrafo de sus líneas. Es decir, que este volumen ha asumido “la selección más amplia que se haya publicado del artista”, lo cual se verifica mayoritariamente en la sección “Obras” (pp. 69-137), por donde desfilan variadas y selectivas creaciones de Pogolotti que contrastan con fondos grises y negros, elementos de distinción en el grueso del monográfico. Es una vital galería impresa que acorta dudas y suprime olvidos sobre este intelectual cuya obra escrita –me atrevo a asegurar– ha sido por largos años mejor reconocida que su propia obra visual. Como todo pintor y dibujante consagrado en las arcas del MNBA, y por supuesto en otras colecciones, el examen de lo atesorado es para ciertos elegidos. Razones varias ocultan y ofrecen sólo pizcas del conjunto que se guarda. Y un libro monográfico puede ser otro vehículo para educar, promover y circular una colección con un carácter de patrimonio nacional. Mas, todo no está en el MNBA; de ahí que una buena obra editorial deberá contar con las restantes colecciones que son privilegio de unos pocos. Colegiar y equilibrar han sido, por consiguiente, criterios esgrimidos para instaurar en papel un segmento de la iconografía artística de Pogolotti desde las colecciones. El resultado, posiblemente, ha sido el más efectivo. Había que buscar en todas direcciones para graficar bien la diversidad. Algo que está anunciado sutilmente a partir de la cubierta y la contracubierta. Las piezas de Marcelo en el MNBA siempre estarán allí, en su sitio, visibles en las salas permanentes o en las bóvedas donde dormitan los restantes tesauros de nuestra gran colección de arte. Mientras tanto, las particulares, pueden cambiar de propietarios con el tiempo, desplazarse, y un registro impreso preserva también la naturaleza de la pieza en sí.

Marcelo Pogolotti: un aventurero de la modernidad llega en un instante de “cierre” de un ciclo que ha abarcado más de una década de recordación y homenajes recientes al intelectual, a través de exposiciones, artículos, el rescate de datos, la escritura de una Tesis de Doctorado sobre él y la reimpresión de algunos de sus libros. Los años 2000 propiciaron tales acciones que, desde la perspectiva de hoy, articulan un proceso sumatorio y orgánico. Pogolotti es un privilegiado.

Este volumen no invalida futuras y probables iniciativas, que completarían nuestra visión del humanista que pensó y reflexionó sus días en textos e imágenes. Y desde ya, constituye el gran aliado editorial de una de sus mejores creaciones: Del barro y las voces, memorias autobiográficas, una de las más precisas y poliédricas entre las pocas que nos legaran ciertos artistas (Domingo Ravenet, Conrado W. Massaguer, Hugo Consuegra, Guido Llinás, Raúl Martínez).

Nos queda por saber aún sobre Pogolotti. No obstante, hay menos neblina en su órbita cultural. Y cada vez será menor. Es un hecho.

Marcelo Pogolotti: un aventurero de la modernidad: “Ensayo introductorio”: Graziella Pogolotti Jakobson; “Cronología, bibliografía y selección de obras”: Ramón Vázquez Díaz, Ediciones Vanguardia Cubana, Madrid, 2008.