Un gallego en el caribe
En mi tercera entrega para la sección El Archivero, he querido consumar una especie de trilogía sobre algunos artistas que se vincularon al desarrollo del arte en el área del Caribe y Centroamérica y, asimismo, evidenciar las interrelaciones que se establecieron entre muchos de ellos, básicamente en las décadas del treinta y el cuarenta del pasado siglo. Vimos al costarricense Max Jiménez marcando su paso por La Habana; a Jaime Colson, orientando a Mario Carreño que sufrió una rara transformación de Alumno a Maestro, pero el caso del gallego, por nacimiento, Ángel Botello Barros es único; de hecho ninguno de los artistas, entre los que se exiliaron en América después de la Guerra Civil de España, recorrió como él todas las islas y países de las Antillas Mayores.
Nacido en el pueblo de Cangas de Morrazo, Galicia, en 1913 y fallecido en Puerto Rico, en 1986, se ha convertido en los últimos años, en uno de los artistas que con más frecuencia aparece en las subastas de arte latinoamericano en Sotheby’s y Christie’s. Llamado con frecuencia y por diversas razones “el Gauguin caribeño”, su formación e itinerario artístico incluyen estudios de arte en la École de Beaux Arts, de Bordeaux y en la Academia de San Fernando, en Madrid. En 1939 la familia emigra a República Dominicana. Viaja posteriormente por México, Cuba, Haití y se establece definitivamente en Puerto Rico.
Quisiera detenerme de forma particular en su estancia en Cuba ya que, mientras en las biografías consultadas se señala que el viaje fue en 1940, los documentos existentes sobre él en mi archivo indican que realmente fue en 1943 cuando permaneció durante ocho meses en La Habana. En este lapso de tiempo realizó dos exposiciones personales en la capital cubana, la primera, invitado por la directiva del “Muy Ilustre Centro Gallego de La Habana”, inaugurada en el mes de mayo y, en el Lyceum, en el mes de octubre. Los temas de los cuadros exhibidos tanto en un lugar como en el otro, abordaban temas y paisajes gallegos, haitianos y dominicanos y algún que otro retrato. Desconozco si pintó en Cuba, aunque es muy probable que lo haya hecho si tenemos en cuenta su estancia de ocho meses en el país. Tampoco hemos conocido de la existencia de obras suyas en colecciones cubanas.
Aunque la prensa reflejó la exposición con amplitud y de modo muy favorable, poco o nada ha permanecido en la memoria posterior del arte cubano acerca de esta visita. Tanto el Dr. René Villaverde, como el crítico argentino, residente en Cuba, Efraim Tomás Bó, prodigaron elogios a las obras del artista, se imprimieron dos catálogos con sus respectivos listados de obras, o sea, no parece haber razones para este olvido tan absoluto como prolongado. Sin embargo, tratando de encontrar una respuesta válida y sin tener que elucubrar demasiado, quizás hallemos las razones en su propia obra.
En 1943, el ambiente artístico cubano estaba en plena efervescencia; la batalla simbólica entre académicos y modernos, inclinaba la balanza a favor de los últimos. La llamada segunda vanguardia (Cundo, Mariano, Lozano, Felipe Orlando, Portocarrero) comenzaba a consolidarse definitivamente y ya no se veían con buenos ojos los retratos académicos, los paisajes postimpresionistas y tampoco las figuras influidas por Paul Gauguin. Hasta el mismo Víctor Manuel, abanderado de la primera vanguardia, había superado estas influencias. Guy Pérez Cisneros, el crítico más influyente de la época, en su resumen para el Anuario Cultural 1943, ignoró la presencia de Botello Barros al no incluirlo en la “Sala de la Amistad” donde dejó noticia de aquellos pintores y escultores extranjeros que visitaron o expusieron en La Habana durante ese año. Ni siquiera al relacionar las exposiciones presentadas en el Lyceum aparece mencionada una exposición que, según el catálogo, estuvo abierta entre el 13 y el 26 de octubre de 1943.
Hoy día la figura de Ángel Botello ha sido asimilada por el arte boricua. Su obra pictórica y escultórica se desarrolló a partir de los años cincuenta con un estilo muy personal. La Galería Botello, establecida por la familia del pintor, aún hoy es una de las más importantes de San Juan de Puerto Rico, y los precios de sus obras alcanzan cotas considerables. Con independencia de los motivos que tuvieron los contemporáneos para no apreciar su visita a Cuba, hoy quise abrir su expediente y recordar a uno de los artistas que enriqueció el arte del Caribe.