- Seamos justos y a la vez realistas.
Oficios del Mercado
Es necesario ser justos y reconocer que la mayoría de los galeristas estatales se han esforzado –algunos durante décadas– por lograr ventas de firmas numerosas del arte cubano. Sin un salario apropiado, sin que la galería tenga un capital autónomo para inversión en promoción y gestiones, y carentes de medios de transporte que sirvan para llevar posibles clientes a los estudios y casas de los artistas (puesto que se ha demostrado que esa modalidad de comercialización es la que mejor funciona en nuestro contexto), han logrado determinados resultados contables, aunque no son del monto de los que podrían conseguirse si la concepción de mercado de arte respondiera a una visión realista del problema, dentro y a partir de nuestro país.
Los especialistas y funcionarios de ese campo han laborado en galerías desprovistas de una carpeta estable y cercana de coleccionistas y otros compradores, debido a que en Cuba no existe un considerable sector de consumo interno de artes visuales, por lo cual a veces solo han podido proyectarse con la alternativa de «montarse» sobre artistas y curadores que han logrado abrirse camino comercial externo por vías propias o mediante dealers e inversionistas «estéticos» de identidades ajenas.
Sin la posibilidad de actuar de manera ágil y abierta en la relación con negociantes y diplomáticos de otras nacionalidades; obligados a vender mediante mecanismos de cobro que no permiten los pagos de las obras en billetes y monedas palpables; sin tener una cuenta a la cual pueda pagarse por artistas que vendan en su estudio enlazados a la galería estatal, y a veces con el impedimento de no existir el horario nocturno ni de fin de semana para visitas a las galerías por clientes en tránsito ocupados en las horas de días laborables, nuestros vendedores autorizados de arte se han sentido frecuentemente «amarrados de manos» y sin poder sistematizar esa efectiva cadena de venta más inversión en otros creadores (para que también vendan), que es lo que permite multiplicar resultados financieros y poner en acertada circulación comercial a mayor cantidad de artistas.
La ya mencionada ausencia de un adecuado fondo económico para inversión radicado en la galería, entorpece el trabajo lógico y específico de comercialización de los valores artísticos orgánicos de la patria, de aquellos nombres que poseen estilos y lenguajes auténticos, de quienes no dependen del mandato interesado de negociantes y coleccionistas foráneos (propiciadores del éxito fácil del «arte-mercancía» y el seudoarte), de hacedores con variadas edades que sí cuentan con una trayectoria probada y reconocida a nivel de los rangos que derivan del proceso creador de la cultura. Por no poder operar como una agencia de gestión y representación, conectada a los artistas y sus asistentes profesionales, y con capacidad de asociarse dentro del territorio nacional o en otros países, la galería criolla se torna casi solo en servidora de artistas hábiles que la usan como «puente» o para adquirir currículo, de coleccionistas de inversión que se valen de ella para trámites y legalización de las exportaciones, o de proyectos curatoriales que responden –más que a lo típico de un establecimiento de mercado– al viejo perfil (nacido en los años 60) de la galería como espacio para exhibir arte de recepción masiva, que hoy enreda e híbrida equivocadamente a ese tipo de establecimiento comercial, que no es ni museo ni centro de promoción, acción social y estudios. (Continuará…)