El Ancla del placer
Resulta extraño el afán de algunos «vinofilos» que concentran extremados esfuerzos en mostrar que el vino es una bebida muy saludable. Se empeñan en complicidades con médicos (del corazón, del hígado, de la vejez). De sus elucubraciones, sin demostración contundente, emergen sugerencias que prostituyen la esencia del asunto.
¿Es que acabaremos recomendando vino para controlar la presión arterial?
¿Es que alguien imagina a un sommelier con bata blanca recetando una copa de vino cada seis horas durante siete días?
Más que defensores del universo vinícola, son ingenuos artífices de una equivocada imagen del vino como «además, medicina sabrosa». Frente a estos se alzan los incrédulos absolutos, los que no ven más que «marketing» en los intentos de establecer relaciones asistenciales entre el consumo de vino y el mejoramiento o prevención de la salud humana.
La promoción de una cultura del vino deviene, en sus representaciones hipercríticas, una suerte de mercadeo oportunista que se asocia a las ventas, y para nada testimonia ni tan siquiera un loable empeño de sumarse a la esperanza de una vida más sana, extensa, feliz.
Existen, sin embargo, otros (muchos) que han encontrado un camino más certero. El impacto favorable del vino sobre la salud no trasciende ilusoriamente los límites de ser un guardián entre otros que favorecen la protección de la vida. Claro, no un guardián cualquiera, sino favorecido con ciertas ventajas de origen y por un especial placer asociado.
Desde esta mirada, más que recomendar, se acentúa el distanciamiento con el perjuicio alcohólico, y se sustenta la idea de beneficios probables. Se avanza incluso el rechazo a la vinolencia. El vinolento no tiene cabida en un mundo esencialmente «gourmet».
Se blande entonces una sabia noción: la moderación. La propuesta ni estoica ni hedónica es «vino con moderación». Una inflexión que hace mediar los presuntos efectos salutogénicos por los comportamientos de consumo, por la persona que se entrelaza en un vínculo idílico con el vino. Moderación. Un lugar entre la santurrona negativa de la abstinencia y el irracional dominio del exceso.
La sobriedad del rojo tinto entre la difusa opacidad del gris y la despiadada luminiscencia del amarillo. Es la interacción con los límites no para el exceso, sino para el disfrute. Es dar intencionalidad a lo que se hace reservándose la autonomía de la decisión. Es hacer porque se quiere, no fuera de lo que se quiere. Es prolongar en vez de exceder. Es disfrutar.
Muy discutibles representaciones han ligado el placer con los excesos. Pero ¿qué placer puede serlo en ausencia de la consciencia de satisfacción, al margen de la capacidad no solo de sentirlo, sino de sentirlo conscientemente, con conocimiento? Placer es aquél que sabemos placer. El supuesto placer en la irracionalidad es asinérgico, no logra interacciones para la multiplicación y el disfrute extensivo.
El seudo placer del exceso es unidireccional. Sacrifica la plenitud por un desorden que se sustenta apenas en algún déficit que lo antecede. Instintos de origen y destino turbio, enraizados en traumáticas experiencias edípicas o en ultrajes culturales al derecho de ser feliz, pensando con Freud. Es el camino abierto a la adicción. La pérdida del sentido humano del goce. La moderación es una medida inequívoca del disfrute.
En la moderación el placer se hace placer humano. Humanizado. Humanizante.
Se ensancha el placer en la moderación, se sustenta en la diversidad sinérgica de los sentidos y su entendimiento. Lo placentero se degusta, como el vino. Que quiere decir se saborea y percibe con deleite, creando un universo íntimo de compenetración con el objeto del placer, con el placer del otro. Lo placentero se prolonga a gusto y deseo.
Y así, como prolongar la vida más y más ha sido un sueño utópico al que la humanidad se acerca en asombroso adagio; así como vivir más tiene como condición vivir con placer, en el interjuego caprichoso de las relaciones entre la vida y el vino, entre la salud y el néctar que liban los amantes de la vid(a), hay un canon insoslayable: La moderación del beber es el ancla del placer.
«La propuesta ni estoica ni hedónica es vino con moderación el vinolento no tiene cabida en un mundo esencialmente gourmet»