En las diversas fiestas, como la de Corpus, se circundaba la calle de gentes de todos sexos y colores, mas como entonces era muy contado y reducido el número de carruajes, no se usaba el paseo de ruedas como en este tiempo, pero el bello sexo para vengarse de semejante escasez, salía en vastas comparsas de a pié para lucir sus personitas, acompañadas y servidas por una alagueña falange de petimetres que les cubrían con sus quitasoles. Como en aquella época todo era amistad y buena armonía, entraban y salían esos paseantes en todas las casas y hasta en las más pobres se les servían ramilletes de flores y vasos de agualoja.

Cuando se quería bailar se hacía ponina. En las tertulias caseras cantaban lo que sabían acompañados de guitarras; no conocían el piano. Antes se bailaba el minué y los franceses introdujeron la danza que tanto lucieron, y que iba acompañada con versos cantados tales como la gaviota y el paspied. Las orquestas se componían (existían solamente dos orquestas) de gente de color y consistían de uno o dos clarinetes, dos o tres violines, dos trompas, un bajo que llamaban el violón, y un bombo conocido con el nombre de tambora. Una procesión, que entonces abundaban mucho; el santo de las personas conocidas; un judío (monigote de trapo colgado relleno de paja) en sábado de Gloria; un matrimonio, bautismo; la elección de alcaldes, todo concluía con baile y refrescos en los que se servía agualoja y sangría.

En los días de máscaras, que eran San Juan, San Pedro, Santiago y Santa Ana, al amanecer el día de San Juan, se reunían en los inmediatos ríos de la población una infinidad de personas de ambos sexos y colores, y después de bañarse, entraban en la ciudad con gran algazara y alegría montados en caballos, mulos y burros encintados, llenos de campanillas y cascabeles, por la calle de San Tadeo, y empezaba la diversión, viéndose a poco las comparsas de la caza del jabalí (el verraco), los toros, las danzas de las cintas y el complot de los brujos, que siempre atraían una multitud de muchachos. A las dos de la tarde cambiaba la decoración y tenían lugar los mamarrachos a caballo y se destinaban para esas correrías las calles de Santo Tomás y la de la Luna que se llenaban de muchos espectadores, se hacían apuestas de dinero sobre la ligereza de los caballos, y siempre ocurrían lances fatales hasta que un Gobernador lo prohibió. Como a las siete de la noche concluía esa segunda parte de las máscaras, entonces se veían, paseando por toda la población, a las hermosas cubanas montadas en sus corceles engalanados, y muchas eran llevadas a caballo, por delante, por novios o maridos, sin que eso diese nada que decir.

Por la noche, después de las siete y media, las candeladas y fogatas por todas las calles, y aún en algunas ventanas, que producían buen efecto, y seguían las diversiones hasta el amanecer. El traje que usaban era sencillo, las mujeres llevaban sobre sus vestidos camisas bordadas, rodeadas de bandas y cintas, la mascarilla o la cara untada de cascarilla que ya se conocía y se usaba; abundaban los recitadores de loas y comedias, las picantes ensaladillas, los titiriteros, y como había seis violines y guitarras, y con la música de la tropa, que se componía de pífanos y tambores, se bailaba el minué, la contradanza francesa y el rigodón, los negros franceses las tumbas y los africanos la marimba.

Tomado de Crónicas de Santiago de Cuba, (Tomo II), Tipografía Arroyo Hermanos, Santiago de Cuba, 1925.