Gestor cultural inolvidable, a Joel James le debemos la Fiesta del Fuego, que cada año celebra el ser caribeño de los cubanos desde su ciudad adoptiva, Santiago de Cuba. Aunque fallecido, su impronta sigue viva en los predios de esa urbe, y en esta evocación de su hija, que compartimos en esta edición especial dedicada a la Fiesta del Caribe, y que fuera publicada en la edición 108 de nuestra revista.

Existen hechos y lugares que asumen la personalidad de sus protagonistas; esos que llevan un sello indeleble con el cual convierten cada sueño en verdad perdurable. El lugar es Santiago de Cuba y la persona es mi padre, fallecido hace cinco años. El Festival del Caribe fue su gran obra, con la cual elevó a una categoría profunda, gozosa y espectacular las prácticas culturales más populares de la gente más diversa del Caribe.

Mi padre nació en La Habana y se declaró santiaguero, hijo de esa ciudad madre en la que creció como hombre e intelectual con un profundo sentido de amor a su cultura y, en mayor medida, a las expresiones populares. 

Su decisión de fundar y celebrar en ella el Festival del Caribe no fue errada, porque quien conoce esa ciudad mujer con nombre de hombre queda prendado; su rostro invadido por colores y una luz penetrante, sus calles cual miradores naturales que hacen al visitante estar por momentos frente a la Sierra Maestra y a su bahía, así como en zonas llanas donde los callejones, balcones naturales y escalinatas –que invitan a recorrerlos a la caída de la tarde– se convierten en el escenario natural para el disfrute de cada suceso del olímpico programa cultural de la festividad más caribeña hace ya 32 años.

Siempre me decía que en Santiago de Cuba es donde la luz del sol brilla más, que sus gentes caminan desafiando al mundo, al ritmo de una danza sensual sin temor de ser vistos. Porque en Santiago la música, los toques de tambores y cajones en las esquinas, el olor a café y tabaco, la risa y sabrosura de sus habitantes contagian y provocan a una extroversión incontenible. 

Santiago de Cuba le fue fiel, y él a ella, como suele suceder entre dos amantes: él agradece que esté cada julio cristalizada en la gran Fiesta del Fuego, con los brazos extendidos para acoger al visitante y no dejarlo escapar ni en el recuerdo.