La Bienal de Panamá y su influencia en el Itsmo
A lo largo del siglo xx, las artes plásticas panameñas transitaron un camino bastante desfasado de los centros de avanzada del continente latinoamericano, a pesar de los esfuerzos institucionales emprendidos en el país para conseguir un ambiente propicio y estable en el desarrollo de la producción artística nacional.
No obstante, el Instituto de Arte Panameño (PANARTE) –fundado en 1962– y el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) –en 1983– destacan como pilares fundamentales del sistema institucional en el país, por su sostenida trayectoria. En el caso del MAC, por una labor esencial en la salvaguarda patrimonial y en el desarrollo de un evento que ha conseguido convertirse en el principal espacio de exhibición de la plástica: La Bienal de Arte de Panamá.
Con la convocatoria a la primera edición de la denominada Bienal de Arte Pictórico (1992) –que busca incentivar la producción de esa manifestación predominante en el país, a lo largo de casi un siglo–, se renueva la escena plástica. (Ya en la cuarta edición (1998), se incluiría por primera vez la concesión de un Premio Especial de Escultura y se suprime el restrictivo término de “arte pictórico” en el nombre del certamen.)
La empresa patrocinadora del evento –Cervecería Nacional– se había vinculado antes a la promoción del arte panameño (1984), con el auspicio a tres ediciones de un concurso de arte pictórico que gozó de buena acogida entre los artistas. Tras la estabilización de la situación política del país, esta empresa, de conjunto con la Fundación Arte y Cultura –entidad, también privada, e interesada en la promoción artística, sin fines de lucro, y sin vínculos con otras entidades ni con galerías comerciales– asume un empeño mayor, la citada Bienal de Arte Pictórico, para promover la participación de artistas panameños (residentes o no en el país) y de artistas extranjeros radicados en Panamá, por un margen de tiempo no menor de tres años.
Desde su surgimiento, el certamen contó con la colaboración del Museo de Arte Contemporáneo (MAC) como sede de las exposiciones y del evento teórico que acompaña cada edición. El primero de estos eventos fue coordinado por la Sra. Irene Escoffery y tuvo la asesoría de Mónica Kupfer, ambas fundadoras del MAC. Esta última, como resultado de su experiencia dirigiendo el certamen, ha caracterizado a la Bienal de la siguiente manera:
La Bienal de Arte de Panamá es el más prestigioso evento para la promoción y la divulgación de las artes visuales en el país, ofreciendo a los creadores un espacio no comercial para la producción y exhibición de su obra artística, facilitándoles el contacto con el público y la crítica, y promoviendo su trabajo artístico por medio de un catálogo bilingüe que se publica con posterioridad y que se distribuye nacional e internacionalmente.1
Las tres primeras exposiciones no estuvieron sujetas a un criterio curatorial previo, más allá de la mera admisión de las obras. Como quiera que éstas acogieran sólo pintura, la concepción museográfica estuvo básicamente determinada por la adecuación de los formatos y tamaños de las piezas a los espacios disponibles en el MAC.
Los encargados de seleccionar las obras y otorgar los premios fueron, en cada oportunidad, tres especialistas de reconocido prestigio internacional que se erigieron como jurado del evento. Entre ellos: Edward J. Sullivan, rector del Departamento de Bellas Artes de la Universidad de Nueva York; Cristina Gálvez, directora del Museo de Arte Contemporáneo Internacional “Rufino Tamayo”, de México; Virginia Pérez-Ratton, directora del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo de San José; lvonne Pini, editora ejecutiva de Art Nexus, y la doctora Andrea Giunta, profesora de Arte latinoamericano, Universidad de Buenos Aires. Al invitar a estos especialistas extranjeros, los organizadores de la Bienal perseguían la mayor imparcialidad posible en los criterios de selección y premiación. Al mismo tiempo, durante el período de duración del certamen, estas personalidades impartían conferencias y ofrecían al público y a las instituciones panameñas una mirada actualizada del acontecer artístico latinoamericano e internacional. La labor por ellos desempeñada se tiene en muy alta estima por parte de los artistas e intelectuales del país sede; se ha llegado a afirmar que “sus decisiones han contribuido sin duda a ubicar el arte panameño que se expone en cada Bienal dentro de la esfera del arte internacional del momento”.2
Sin dudas, este contacto internacional que presupone la selección de personalidades extranjeras como jurados del certamen, ha abierto posibilidades de nuevos espacios de exhibición para los artistas panameños premiados. Por ejemplo, la exposición itinerante Que viva Panamá, organizada por el Museo de Arte Contemporáneo para su presentación en Ecuador y en Perú, partió fundamentalmente de la nómina de los premiados durante la Bienal de 1996.
En la edición de 1998 se incrementó el valor de los premios de adquisición y se incluyó como incentivo adicional para el artista laureado con el Primer Premio: un viaje pagado a la capital mexicana para entablar contactos con galerías, museos y artistas de esa nación latinoamericana.
Es un hecho indiscutible que “las bienales, al igual que el concurso Xerox3 de años atrás, ayudan a definir el arte contemporáneo panameño de su época”.4 Sin embargo, no será hasta la cuarta edición que la bienal ensancha las fronteras con la acogida de expresiones plásticas que demuestren que el arte de Panamá del último decenio del siglo xx –y lo que va del xxi– participa de la diversidad formal y la experimentación del arte centroamericano más reciente dentro de la historia de las artes plásticas de nuestro continente.
Con la celebración de la cuarta edición de la Bienal de Arte de Panamá en el año 1998 –en la que se incluyó por primera vez la escultura, y se otorgó un Premio que recayó en Iraida Icaza con la obra “Caja iluminada # 1”– se verifica el ensanchamiento del circuito promocional del arte contemporáneo en ese país. De hecho, la obra de Icaza consistía en un ensamblaje de objetos e imágenes realizado en técnicas mixtas, de modo que su reconocimiento oficial representaba un salto cualitativo en términos de una postura legitimante ante las propuestas que comenzaban a animar el ámbito artístico de la nación istmeña. Desde entonces, el proceso de apertura fue in crescendo como lo evidencia la inclusión de la fotografía (2000) y el video (2002), año éste en que fue galardonada con el Primer Premio la pieza audiovisual titulada “¿Cómo se llama la obra?”, del artista Jonathan Harker.
En efecto, desde los últimos años del siglo pasado y lo que va del nuevo milenio se advierte en el arte panameño una multiplicación de medios expresivos y un nivel de calidad nada desestimable, que le ha permitido a algunos de sus representantes insertarse con éxito en no pocos certámenes regionales, tales como las Bienales del Istmo Centroamericano, los eventos de Artistas Emergentes, la Bienal de Lima y hasta la propia Bienal de Venecia.
Llama la atención la expansión técnica y morfológica que ha tenido lugar en un breve lapso de tiempo entre los artistas panameños, muchos de los cuales apelan a la instalación, la fotografía, el videoarte e, incluso, al performance, expresiones todas que han cobrado una presencia frecuente y notable en las bienales nacionales. Esa expansión ha constituido un elemento favorecedor en la escena artística de creadores básicamente autodidactas, beneficiarios de la democratización de medios tales como la cámara fotográfica y de video, y procedentes de sectores tan diversos como el quehacer científico y la publicidad comercial.
En el orden conceptual, el arte de Panamá se fundamenta en la auténtica reflexión crítica en torno a los ingentes problemas económicos, sociales y existenciales que lo marcan de manera sui géneris. Es una sociedad fuertemente signada por la diversidad y el contraste. Así de variadas serán entonces las problemáticas que reflejan las obras de las artes plásticas: la migración, la marginalidad social, las contradicciones esenciales de la sociedad de consumo y el apabullante mundo de la publicidad comercial, la cuestión de género, el dominio del kitsch urbano, entre otras, evidencian su presencia recurrente en diferentes poéticas que sustentan nuestra percepción de que existe una saludable diversidad, y alentadores signos de madurez en el arte panameño contemporáneo.
El año 2005 representó un cambio radical en la concepción del certamen. En vez de evento competitivo con premios en metálico, se lanzó una convocatoria a los artistas para que entregasen propuestas de proyectos. La encargada de seleccionar a los “finalistas” fue la curadora guatemalteca invitada Rosina Cazali, quien también estuvo al frente de la muestra. Este elemento fue muy enriquecedor para los artistas debido a que era la primera vez que trabajaban siguiendo las recomendaciones de un especialista de esta índole. El presupuesto anteriormente entregado a los premiados, se destinó a la producción de las obras de los 15 artistas finalistas de los 63 que se presentaron a la convocatoria. De modo que el resultado fue una muestra más sólida, cuyas obras se interrelacionaban entre sí siguiendo un criterio curatorial, y no sólo por el hecho de estar ubicadas en el mismo espacio. Ahora la bienal adquiría otro carácter: de evento competitivo pasaba a espacio para el intercambio y enriquecimiento de los planteamientos artísticos de los creadores del país.
La octava edición, celebrada en el año 2008, tampoco estuvo exenta de transformaciones, las cuales surgieron como resultado de la experiencia anterior. En esta ocasión la curadora mexicana Magali Arriola, organizaría una exposición titulada “El dulce olor a quemado de la historia”; una exhibición curada, en todo el sentido de la palabra, en la que afloraba como eje temático la antigua Zona del Canal. Indiscutiblemente éste ha sido, y es aún, un tema sensible para los pobladores del país y, por consiguiente, para los artistas nacionales o extranjeros.
La Bienal de Arte de Panamá no es sólo la exposición en museo de las obras seleccionadas por un jurado o curador; se ha convertido ya en un evento donde la interdisciplinariedad es elemento medular para su desarrollo. A través de las visitas guiadas, conferencias y charlas de diversas temáticas, las exposiciones colaterales, presentaciones de libros, documentales, además del característico catálogo bilingüe que se publica en todas las ocasiones, integra elementos que enriquecen la producción artística nacional y, a su vez, incorporan al caudal estético de los espectadores, nuevas tendencias y temáticas, a fin de expandir la concepción tan estrecha que, en este sentido, imperaba en el país.
No es de extrañar que la concepción de la Bienal de Arte en Panamá haya nacido bajo el signo de un certamen dedicado al arte pictórico, pues como hemos dicho fue la manifestación más favorecida por los espacios educacionales y promocionales de la escena panameña. Aún así, el devenir de sus tres primeras ediciones marcó un precedente favorable y necesario para el ulterior despliegue de ese propio evento, sobre todo a partir de su cuarta edición, y en las siguientes convocatorias.
De modo que la relación que se establece entre la Bienal y el horizonte perspectivo del arte contemporáneo en Panamá es directa. Desde los años finales del pasado siglo se observa el estimulante desarrollo de la producción plástica, y una renovación tanto en la forma como en el concepto. Apreciamos, pues, propuestas caracterizadas por la pluralidad temática y la hondura conceptual, al menos de aquellas que otorgan visibilidad al quehacer artístico reciente en ese país a través de los más importantes certámenes promocionales del área.
No se debe dejar de reconocer tampoco el papel de los jurados, críticos y curadores participantes en cada edición, los cuales han contribuido en la introducción de nuevos lenguajes y temáticas, y en el abordaje de las problemáticas artísticas del país. Los organizadores también han demostrado una posición de apertura al intercambio y, gracias a su constancia y al ojo aguzado, dicho evento se ha convertido en un eje de vital importancia en la escena de las artes plásticas en Panamá y también en la región. Así lo refieren en la página web promocional de la octava entrega: “A lo largo de estos 16 años, el evento ha ido renovándose, desde sus inicios como un certamen de pintura, hasta convertirse en lo que es hoy: una exposición de arte contemporáneo que incluye todos los medios artísticos, y que no pretende representar el statu quo del arte contemporáneo en el país, sino más bien contribuir a su renovación”.5