José Carlos de Santiago

¿Y dónde está el arte aquí?, pregunta en inglés aquella señora, ciudadana israelita. Le explican, y hace como que entiende. Busca en las paredes cuadros colgados, no ve ni siquiera en el subsuelo. Se va con la avalancha de quienes quieren ver, tocar, porque no dan crédito a sus ojos. El New York Times los ha invitado en su editorial a visitar la 12 Bienal de La Habana, y recomienda a la Isla como el segundo destino turístico del mundo.

Estamos en pleno Romerillo, paralelo a la afamada Quinta Avenida de Miramar, un barrio de casas muy humildes y fraternos vecinos que no salen de su asombro. Hay cientos de cámaras y fotógrafos de todas partes, como si fuera la escena en que se esperan declaraciones. Aguardan la señal de un artista plástico, que avanza calle abajo seguido por niños vestidos de abejas, y zanqueros que tocan tambores y trompetas.

A un lado, hay una tienda de alimentos con la fachada decorada y un consultorio médico transformado en galería de arte. Al otro, un neoyorkino que estudió en Puerto Rico aún interviene desde una escalera la pared de la esquina. Más adelante, el chino Cai Guo- Quiang instala un museo de arte contemporáneo en la casa de la cultura comunal. Más atrás, en un pintoresco bote de metal, un hombre remueve la caldosa que ayudará a calmar los estómagos de este cuartel general que es el Centro Cultural Martha Machado.

Y es que hay un  coreano, Han Sung Pil, desplegando una inmensa pagoda coreana frente al Capitolio. Y dos belgas de alcance ilimitado: De Cupere manipula una flor que huele a vaginas, como artista olfativo. Vanmechelén pretende reintroducir la gallina Cubalaya, extinguida en el archipiélago. Hay un hindú encerrado en una jaula durante más de sesenta horas en plena Plaza de Armas, para estudiar la comunicación entre los hombres. Y un africano que hace maletas y maqueta de aviones en la Casa de África. Y cuatro jóvenes japoneses en la Casa Museo de Asia, quienes se proponen superar las barreras culturales. Y cinco del Oriente Medio, cada cual más apasionado, sean las mujeres afganas o el argelino…


La Habana solo inaugura su edición doce, el mismo día de hace treinta y un años, mientras la archiconocida Venecia conmemora la cincuenta y seis, como la más importante y antigua de todas. Las dos son vitrina del mejor arte contemporáneo, pero su punto de partida y presupuestos son distintos: aquí la periferia es el centro, y el centro puede ser la periferia. Para que el arte no sea patrimonio de los príncipes.

En esta revista hemos querido que hablen los que piensan su Bienal más allá de cualquier megaexposición. Han convocado a casi un millar de artistas a tomar una capital tercermundista, y de ellos más de trescientos provienen de casi cincuenta países. Como el mejor símbolo, colocaron un aro naranja al Morro para desatar la mayor exposición de arte cubano que se haya concebido en la fortaleza de La Cabaña.

Y han tomado escuelas, librerías, casas de abuelos, bibliotecas, grandes plazas y parques vecinales —como el de Lennon, donde aguarda una gigantesca muela, o el de Lam, que es una fiesta innombrable—, barrios enteros como Casablanca y Colón, edificios públicos y decenas de apartamentos privados. En total, más de un millar de artistas exponen, y más de ciento noventa proyectos están dispersos por toda la capital. Solo el diez por ciento está dentro de galerías.

Al ya clásico muro del Malecón le han aparecido atalayas de madera, un mágico cubo azul, una gigantesca cazuela con tenedores, y muy cerca el cake inmenso, y hasta una playa con rústicas sombrillas de guano y tumbonas que se nombra Resaca. Hay especialmente un artista irlandés: Duke Riley, nacionalizado norteamericano, que ha disfrutado instalar lo más parecido a una pista de hielo desde donde sonríe tras su sombrero peculiar, invadido por todo tipo de propuestas de la cubanidad.

Tras él se han apuntado más de mil doscientos norteamericanos acreditados, el Museo del Bronx emplaza la mayor exposición que ha llegado a Cuba en el Museo Nacional de Bellas Artes, en tanto jóvenes estadounidenses se han unido a los cubanos en el Pabellón Cuba, donde Levi Orta ha instalado una especie de bolsa de valores, con la participación de más de veinte restaurantes privados y trabajadores bajo el titulo Capital cubano.

La 12 Bienal de La Habana, participativa y transgresora, ya es todo un éxito aún sin concluir. Y Arte por Excelencias, por voluntad del Grupo Excelencias, ha querido acompañar la innovadora propuesta de sus curadores. Aquí se muestra la verdad de un arte contemporáneo, con renovada vocación a la continua transformación social, al diálogo real con el público, a la búsqueda de nuevos espacios de urbanidad, a la creación de más espacios de participación ciudadana.

La Habana es ya la galería más grande a cielo abierto que se haya conocido jamás. Es un arte libertario, posible en esta Isla de la Libertad, como en ningún otro tiempo y contexto. No hay deshielos: es la plataforma de los excluidos. Es el Arte de la Libertad.