S/T, 2015, 50 x 90 cm, carboncillo sobre lienzo y aguada con café. Roidley Pérez Navarro.

Este mundo está cada vez más patas arriba. Lo podemos corroborar quienes vivimos en las últimas décadas del siglo xx y casi dos décadas del xxi. Ya no somos un pequeño mundo humano en un gran planeta, sino un gran mundo en un pequeño planeta, como advierten los científicos sin ser escuchados. Nos enfrentamos a la peor extinción de los animales salvajes desde la época de los dinosaurios, en tanto solo medio siglo de los tantos que ha vivido el planeta Tierra.
Cada fenómeno natural es más devastador en cualquiera de los cuatro puntos cardinales, y hasta las estaciones del clima se desplazan en todas partes. No es solo que los glaciales se estén derritiendo lo mismo en el centro de Europa que en el Polo Norte. Los ríos y lagos son también los hábitats más afectados, debido a la extracción excesiva de agua y a la contaminación. La humanidad es completamente dependiente de la naturaleza —aun cuando el mundo digital pueda simular lo contrario—, tanto para consumir el aire limpio, el agua y los alimentos, que para la inspiración y la felicidad.
Junto con el cambio climático, el colapso de la vida silvestre es el signo más relevante de una nueva era geológica en la que los seres humanos dominan el planeta: se llama el Antropoceno. Es la conclusión del informe «Living Planet Report 2016» sobre la salud de nuestro planeta y el impacto de la actividad humana. Son los científicos los que afirman: «Si perdemos los sistemas de soporte vital de la biodiversidad, el mundo natural, tal como lo conocemos hoy día, se derrumbará».
Esa es la razón fundamental del porqué una revista de arte y cultura realce la convivencia del turismo, el desarrollo sostenible y la lucha por la biodiversidad en las Islas Galápagos, retiradas de la lista del patrimonio mundial en peligro. O que en este 2017 destaquemos la abnegada labor por declarar a la rumba, el carnaval del Callao y el merengue, en América Latina, como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, reconocidos por la Unesco durante sus sesiones en Addis Abeba, Etiopía.
Y es que hay que seguir defendiendo la memoria histórica, el sentido de nuestra especie en este planeta. Realzar lo grande y lo bello que crea el hombre sobre él. Ya no es opción hacer como aquellos tres monos, supuestamente sabios por utilizar las manos para no escuchar, no observar, no opinar…
Hagamos algo más cada día, por pequeño que sea, por mantener viva la vida en esta Tierra, que es el suelo que habitamos. Enseñemos a defender en nuestros actos a la madre naturaleza, el derecho a la diversidad de quienes la habitan, a enfrentar el absurdo de quienes pretenden dominar por medio de la guerra. Nos podrán decir que alguna vez la vida humana se irá a vivir a otra galaxia, pero mientras tanto ocupémonos de esta, en donde hay un planeta que vivimos. Dentro de él es preciso que convivan nuestros pueblos y sus naciones sobre la base del respeto mutuo.
Es como nunca un deber del arte y la cultura concientizar a todos que hay que impedir a tiempo nuestra propia destrucción como especie humana.