Arte por Excelencias lamenta la reciente pérdida del intelectual cubano Rufo Caballero (Cárdenas, 1966-6 de enero 2011), colaborador asiduo y miembro del Consejo Editorial de nuestra revista desde su fundación, creador de la sección “A cuenta y riesgo”, espacio donde hacía gala de sus erudición y sus dotes de polemista para repensar los procesos del arte.

1. Con su evolución profesional ascendente, Rufo Caballero demostró que era un creador sin límites de género intelectual o manifestación expresiva. De ahí que se proyectara mediante la crónica, la crítica en revistas, el ensayo, el comentario televisual, la polémica, el texto dialógico de correo electrónico, la docencia, el acto curatorial, la práctica del video y finalmente la literatura narrativa. Lo que sí tuvo la lucidez y el cuidado, sobre todo en los tiempos en que ya había logrado podar los excesos formativos de una escritura “cuasi barroca”, de moverse –en cada terreno genérico de escritura o locución– de acuerdo con las características y finalidades del medio donde se proyectaba.

2. Su pensamiento discursivo siempre integró –en dosis variables– las dimensiones de sus personalidad y operatoria: la invención semántica y el juicio desnudo, esa lezamiana “cultura del ojo” y el diverso resultado de sus lecturas numerosas, una sensibilidad culterana y el sentido cotidiano del individuo común, lo racional y lo deseado, la especulación legítima y la construcción conceptual, el “universo íntimo” personal y las improntas del escenario histórico, su verdad y el respeto por los otros. Fui testigo y a la vez objeto de valoración, cuando –en su primera etapa de ejercicio crítico sobre plástica– esa suma de facetas del comportamiento intelectual le permitieron captar la presencia dominante que la teatralidad y las máscaras tendrían en mi obra, aún cuando era temprano todavía para tal definición: se trataba del enfoque atinado en el texto que escribió para un plegable rústico de mi exposición pictórica de título “Sin catálogo” (Galería La Acacia, La Habana, 1993). A partir de entonces supe de su especial talento y de su capacidad para asir por igual los tipos de lenguajes tradicionales, de cambio y hasta no-objetualistas, siempre que en éstos existiera un proyecto genuinamente creador.

3. Todo el hacer que nos legó revela cómo pudo superar con creces las tentaciones del enfoque negativista y parcializado, sin derivar nunca en una visión tendenciosa y con orejeras sobre el arte y el artista, ni sumergirse en el férreo reduccionismo que ha fragmentado y empobrecido la razón crítica, llevándola a veces a “callejones sin salida” o sólo a elucubraciones neo-retóricas. Él sabía que lo verdaderamente acertado de la apreciación estética del analista, estaba en sacar a la luz las implicaciones y especificidades de los disímiles procesos artísticos que concurrían en la nación y la época. Era ése uno de los “nudos” matrices que unieron su acción interpretativa y valorativa, con lo justo y abierto de su pluralidad receptiva especializada.

4. Porque asumió el texto también como objeto estético necesitado de la buena y sugerente forma, y no tuvo reparos en fundir en él cuanto le resultara útil para nutrirlo y afilarlo, consiguió que el modo de decir coincidiera con el espíritu del asunto abordado, que la historia cultural se fundiera con las señales novedosas, que lo profuso de una prosa reveladora de su naturaleza hedónica se proyectara –según el caso y los destinatarios– por ajustados caminos de comunicabilidad.

5. Su crítica y su poética (porque también la tuvo en el decir y el ejercitar los medios imaginativos) encarnan uno de los momentos más depurados y de síntesis del proceder crítico nacional respecto de las artes visuales, puesto que supo apropiarse de los aportes precedentes de la profesión que reconocía con altura y con deslindes, a la vez que interiorizó las disímiles corrientes de pensamiento estético, los exuberantes estilos ensayísticos y narrativos, lo posmoderno y lo parateórico, la lógica estructural del cine y los códigos múltiples inherentes al “mundo de la imagen”. Esa abarcadora óptica lo condujo a pensar al artista y al arte desde perspectivas decodificadoras complementarias aparecidas en el curso de la historia de la cultura. No obstante haber emergido cuando la novel crítica cubana de arte (decenios 80-90) priorizaba el paradigma conceptualista, el mirar la obra desde la filosofía o situarla en coordenadas sociológicos complejas, Rufo se decidió enseguida por la concepción integrada y multidireccional que le posibilitaba comprender y estimular –valiéndose de un también intuitivo y enriquecido método– las rutas de expresión consecutivas, paralelas y emergentes.

6. Para él lo ético no era cosa de moralismo hipócrita, sino una actitud consecuente con su apreciación de la realidad y de los hechos de la cultura, el respeto a sus progenitores naturales e intelectuales, la necesidad de traducir en palabras las experiencias de contemplación y gozo, y un afán casi “salomónico” de reconocerle a los unos y a los otros lo acertado del proceder y del criterio analítico.

7. Como si en su trayectoria y pupila se hubieran materializado la tesis surrealista de “los vasos comunicantes” expuesta por Breton, la utilidad del diálogo (que viene desde los griegos) como posibilidad plural de revelaciones, y ese dialéctico hallar en campos distintos, y hasta opuestos, los significados y significantes imprescindibles, armó un sistema de exteriorización personal que se enriquecía constantemente, se tornaba transparente o elegía las claves indirectas, incursionaba de manera diferente en las obras artísticas conocidas y abría interrogaciones para asumir las inéditas, combinaba lo cercano con lo universal, a la par que le permitía concretar los placeres de la subjetividad propia.

La Habana. Enero de 2011