Abrir paso a las vanguardias
A la memoria de Rufo Caballero, duende
A dos años de su primer ciclo de vida, que estamos celebrando con la presentación de la edición no. 8, la revista Arte por Excelencias cumple con su propósito natural: el de abrir paso a las vanguardias del arte de América y el Caribe. Un paso amplio e irreversible que demuestra no sólo su buena salud sino la diversidad de formas, estilos, corrientes, atendidos todos por una crítica y un movimiento de investigación cuyos juicios de valor deberían ser imparcialmente examinados.
Más allá de todos los avances en el terreno de la creación plástica en nuestro ámbito –concebida hoy como algo que incorpora la tradición de la ruptura saltando por encima de supuestas diferencias mientras traslapa el acento de profusas imágenes digitales, de antiguas y nuevas tipografías, el video y ciertas modalidades visuales–, nos hacía falta una revista como ésta, hecha no sólo para el estímulo visual de artistas, diletantes y espectadores sino para la rigurosa frecuencia de una apreciación de las artes en su acepción más moderna y, al mismo tiempo, más desgarradoramente al ritmo de los tiempos que corren.
Realizada para la difusión de esas variadas manifestaciones, nos ha proporcionado la necesaria mirada reflexiva sobre uno de los movimientos más ricos de nuestro arte, ese arte que tiene su antecedente y naciera alrededor de 1925. El arco que se tiende desde allí alcanza a las más jóvenes generaciones de artistas cubanos y latinoamericanos sumergidos aún en la diaria contienda con el gran hecho de construir –a partir de la nada o de la existencia misma–, objetos, imágenes, paisajes, artefactos espléndidos tanto en su confección como infinitos en su perspectiva visual.
Arte por Excelencias, durante este periplo, ha plantado huellas indelebles en la memoria de un quehacer frecuentado por creadores de alta expresividad, de un dinamismo transgresor a veces y siempre dispuesto a pisar el césped. Llama la atención el paso firme de su sentido de vanguardia al estimular la compañía de otras disciplinas, otras prácticas, que conforman y complementan cualquier acto creador.
Esta publicación es un foro que configura un arte de rostro plural junto a su más legítima expresión, huyendo de caminos trillados y abriendo frescos horizontes al registrar tanto ese espíritu desenfadado que ha caracterizado siempre a las vanguardias como, a la vez, la cierta presencia de una red de coleccionistas preferentemente interesados en apostar por un cuidado de las producciones, no vistas como simples mercancías, sino más a favor del hecho artístico en sí y su natural identidad por encima de los cantos de sirena de un mercado anti creador, anti intelectual, deshumanizado y depredador en esos extremos de un mundo globalizado más para mal que para bien. Su aproximación, por ejemplo, a la función inalienable de las galerías es verdaderamente significativa e importante. Un pintor tiene un estudio y un escultor también; ambos crean allí con excelencia formal y con el corazón. Su relación con el gran público, diletante o no, fanático o no de su oficio, debió pasar por antiguos mecenas y, luego, por un número incalculable de instituciones que no han podido borrar del mapa el factor integrante que son las galerías, entendidas como enjambres de abejas procurando miel de la buena para los buenos artistas. ¿Qué hubiera sido de las vanguardias del siglo xx sin la ejecución, la práctica y el papel aglutinador de las galerías?
Estos asuntos han estado entre las prioridades de nuestra revista y, es conveniente repetir ahora que, de su nacimiento a esta fecha, nos brinda una cosecha rica y útil para un dominio tan complejo como el que aborda en sus ediciones habituales.
Por ello, aún antes de entrar en materia, hemos querido definir el ánimo vocacional de esta publicación periódica dedicada esencialmente a las artes visuales contemporáneas. Su inventor y editor David Mateo –de larga trayectoria en avatares semejantes, apostando siempre por lo mejor– ha querido perpetuar así estos diálogos en pleno disfrute de las artes de nuestra era. No por azar, cada entrega tiende a fomentar un juego de espejos a través de la escritura ejercida por poetas cuya visión se adentra en la búsqueda de un tiempo poético compartido por un número escogido de artistas de la plástica. Es una vieja tradición que nunca ha desaparecido y que se expande y fortalece en páginas diseñadas para propiciar ese encuentro tan anhelado como fecundo.
En el arco de ese puente intangible, como una crisálida vagabunda, aparece o funge como preludio de este número 8, “Mordisqueando la oreja del buda”, un sugestivo texto del escritor y crítico de arte, Orlando Hernández, sobre la pintura del gran artista, de nombre exótico, llamado Carlos Quintana. Archiconocido en nuestro ámbito como una figura que nos regala y adentra en temas y personajes bien populares –aunque afincados en valores culturales de otras latitudes–, Quintana instala su universo en una mirada escondida, fina y sencilla, a veces con ese azoro que proporciona una creencia firme en elementos cuyo origen étnico nos condiciona pero no nos separa de la fantasía y esa lírica que sólo la escritura de Orlando Hernández ha podido amparar.
Constituyen una amena ilustración de este puente entre literatura, esfera editorial y artes plásticas las reseñas de los poetas Soleida Ríos (“Nkame: un altar en blanco y negro para Belkis Ayón”, 2010, p. 26); Norberto Codina (“Signos e imágenes de la ciudad”, a partir del libro catálogo de la muestra Cartografías disidentes, 2008, de varios artistas iberoamericanos, p. 29); de Alex Fleites (“Retrato en blanco y negro, pero con muchísimos matices”, p. 33), sobre el libro Un autorretrato cubano, 2009, acerca de la destacada obra fotográfica de José A. Figueroa así como Laura Ruiz Montes (“El disfrute de la perdida inocencia”, p. 37), sobre el volumen Les théories de l´art, Paris, Presses Universitaires de France, colección Que Sais-Je?, 2010 de Anne Coquelin. Estas reseñas, sobre temas bien disímiles, explican al lector, común o especializado, la importancia de ediciones consagradas a fijar el signo y la índole de creadores y movimientos tan representativos de un continente presto a resolver algunos conflictos provenientes de las conocidas relaciones entre arte y sociedad.
Como es usual en Arte por Excelencias, aparecen dos trabajos de introducción a las obras magníficas del español Santiago Sierra y del cubano, también de nombre isleño y exótico, Luis Gómez, uno de los más representativos pilares del arte conceptual nuestro. La idea de centrar una mirada sobre un corte transversal de una producción o bien el registro de su retrospectiva, es algo que se agradece pues siendo la norma establecida aquí la de promover el arte por sí mismo, el lector tiene ante sus ojos las claves de un artista, su evolución, su técnica y su lugar en el mundo de la creación.
Liana Río, especialista del Museo Nacional de Bellas Artes, en su aguda percepción descrita en “Luis Gómez: un universo en la cuenca de tu mano y el testimonio de la fatalidad” traza las coordenadas y el carácter existencial de la obra de este artista en la actualidad, y lo define como un perenne fabulador de lo experimental que se mueve entre la cercana lección de Elso Padilla y el modelo, palpable en su estilo, de Joseph Beuys.
Héctor Antón Castillo, periodista y crítico de arte, nos muestra en su texto “Cuando las actitudes devienen mercancía (El arte de Santiago Sierra)”, el camino inusual seguido por este autor, autotrasplantado a México, como el belga Francis Alÿs. Para Antón Castillo, Sierra se mueve entre figuras tutelares para él como Marcel Duchamp, el gran precursor –“misterio viviente”, como lo nombrara Alejo Carpentier,1 padre hoy de un cuantioso número de creadores latinoamericanos y cubanos–; Joseph Beuys y Andy Warhol, y su divisa es “desmontar o transgredir el minimalismo clásico hasta sumarle una dinámica física y mental acorde con las circunstancias de la época [...] Todo para poner el dedo en la llaga de las relaciones contemporáneas entre masa y poder” (p. 19).
La figura del chileno Iván Navarro descuella como uno de los triunfadores más cotizados de un ejercicio plástico que no ha hecho, sin embargo, concesiones al mercado. Desde su lanzamiento internacional en la 53 Bienal de Venecia, el año pasado, no cesa Navarro de apostar por las formas más innovadoras e intrépidas. Todo un discurso sobre su poética de neón y luz natural aparece registrado en la entrevista “No creo que existan estrategias de éxito artístico”, que le concediera para este número de Arte por Excelencias a la periodista chilena Carolina Lara.
El lector deberá detener su mirada sobre dos contribuciones altamente calificadas y sorprendentemente descubridoras no sólo de la vigencia de sus objetivos sino por haber insertado nuevos lenguajes en la gráfica cubana de hoy entrevista con una conciencia de género que aflora de forma subliminal. Son ellas: Nahela Hechavarría, especialista de la Casa de las Américas, con su investigación “Ideando realidades: videoarte cubano bajo aviso” y Daymí Coll, del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, quien, partiendo de los conceptos de tradición y ruptura, esboza el temperamento así como el oficio de tres excelentes cartelistas: Laura Llópiz, Michelle Miyares Hollands y Giselle Monzón.
El crítico de arte chileno Alban Martínez Gueyraud en su texto “Teorías e indagaciones en un espacio expandido” fija las características de la obra de tres artistas contemporáneos de su país como lo son Ricardo Villarroel, Mario Ibarra (Paté) y Antonio Guzmán quienes, afincados en el principio de escarbar en la duda como metáfora de su tensión con el entorno social y su lenguaje pictórico, revelan un insólito desgarramiento pues según Martínez Gueyraud, los tres realizan su trabajo implicados “en un desplazamiento que enlaza la estética con la ética” siempre a través de sus voces mancomunadas como lo demuestra la exposición Campo expandido, exhibida bajo los auspicios de la Fundación Migliorisi.
Dos crónicas sobre trascendentales eventos a escala mundial cierran lo fundamental de esta entrega. La primera, “Museos sin fronteras”, que firma Hortensia Montero, gran curadora y especialista del Museo Nacional de Bellas Artes, y “La Bienal de Panamá y su influencia en el Istmo”, de Chrislie Pérez, joven especialista de la Galería Villa Manuela, de la UNEAC. Ambos textos recopilan información y dan fe de fructíferos intercambios culturales entre latitudes aparentemente distantes. La acostumbrada sección final, La caricatura, está dedicada a la obra gráfica del mexicano Helio Flores, maestro de esta modalidad, es decir, uno de los más grandes caricaturistas contemporáneos.
Las secciones Connect-Art / El arte en la red (a cargo de Nahela Hechavarría); El archivero (a cargo de un crítico de la trayectoria de José Veigas) dejan de ser aproximaciones esperadas, en busca de identidades fragmentadas o en el olvido, para convertirse en la sal de la tierra que tanto necesitamos al aceptar el lado oculto de una luna ancestral, vista sin concesiones y, sobre todo, para marcar la necesidad de rigor y de reflexión que todo arte necesita en cualquier época, en cualquier sitio.
Manglar, 24 de enero, 2011