San Agustín también está en Caracas
Las prácticas artísticas contemporáneas amplían sus límites hasta alcanzar espacios más allá de los conocidos y reconocidos como propios de las artes visuales. Sus repertorios comprenden otras categorías como la vivencia y el compartir, como condiciones necesarias para el deseado desarrollo de la obra. Sobrepasadas las condiciones básicas entendidas como espíritu y materia, encontramos ahora que se asume una toma de conciencia en lo social, la necesidad de incorporar (se) al “otro” forma parte de la fórmula arte=vida, y es así como van tomando espacios donde cosechar experiencias que incrementan el infinito campo de sus actuaciones.
Asistimos a momentos del arte donde se ha agotado aquel protagonismo que antes recaía sobre la “obra en proceso”, donde la idea pareciera importar muy poco al artista, ya que este se afana en sumar nuevas situaciones tales como la intervención en comunidades, motivadas por el autor a integrarse. La obra de arte pierde aquí su finitud, aparece conformando constelaciones, trazando líneas para construir una madeja de hilos virtuales sumados a un sinfín de resultados que se integran a la multiplicidad de redes para la construcción de universos. Son artistas destinados a editar historias colectivas, especie de misioneros del arte para los nuevos tiempos que asumen la vida del otro como un componente importante de la propia, y en consecuencia de su arte. Es así como han ido evolucionando las nomenclaturas, desplazando el concepto de las bellas artes a las artes plásticas, de estas a las artes visuales y ahora a las prácticas artísticas contemporáneas. Se trata de espacios de experiencia, de convivencia, que se insertan en la realidad tomando territorios de lo social, y allí siembran y cultivan un nuevo aliento significativo para hacer lugar a las artes. Lo que anteriormente se limitaba a ser un objeto –y el tiempo que tomaba hacerlo– ya no cuenta para estos autores cuyo enfoque persigue el anonimato para dejar que se desarrolle y crezca una obra colectiva.
Natalya Crichley forma parte de esta cruzada, ha recorrido Venezuela a partir de un registro al aire libre que le ha permitido constituir un inventario personal de reconstrucción de paisajes urbanos. Son archivos de dibujos y pinturas de grandes formatos producidas directamente del entorno, excusa perfecta para desarrollar múltiples asociaciones creativas comunitarias. Desde sus primeros pasos por Venezuela proveniente de su país natal (Inglaterra), se instala en una ciudad en plena gestación (Puerto Ordaz, Estado Bolívar). Natalya fue, en este lugar, testigo atónito y cronista visual del nacimiento de industrias; permaneció allí varios años y experimentó junto a los pobladores el significado y las consecuencias del apresurado tránsito de sus habitantes de una condición rural a una urbana. De estas primeras impresiones nos dice: "el juego entre mito y realidad es bastante libre, un constante dar y tomar entre diferentes situaciones, creando conexiones y relaciones sorpresivas". En esta ciudad sembró las bases de su investigación sobre convivencia y paisaje.
Posteriormente se traslada a la capital y la asume como centro de observación, lo cual le permite tomar parte del desarrollo político-social de finales de siglo que vive el país. Estudia atentamente el espacio complejo y cargado de significaciones, arma un mapa personal de abordaje, y piensa: "San Agustín1 con su Metrocable no es un paisaje, no lo tengo tan cerca y tampoco tiene el encanto obvio de la arquitectura modernista de los Palos Grandes, pero ha sido un contraste fascinante a ese pedacito de ciudad amable donde vivo y trabajo. La ciudad informal y extrañamente invisible (tratamos de no verlo) que creció junto con la locura expansionista del boom petrolero, sigue siendo algo rechazada y angustiante para mucha gente. No sin razón, la violencia se padece allí de una manera inconcebible en las residencias de clase media. Desde San Agustín, una colina en el centro del valle de Caracas, con increíbles vistas de Petare hasta los Teques, del Ávila y el Cementerio, se tiene una imagen donde se aprecian las verdaderas proporciones de la ciudad 'informal' que rodea y abriga la 'formal'. Es como ver la urbe volteada al revés de lo que nos hemos acostumbrado a percibir desde las avenidas abajo; la extensión de los barrios se observa mucho más, aunque quizás la más certera sería desde el aire viendo las convulsiones de cerros de Petare, Catia y Antimano."
Nuestra artista se vincula a la vida cotidiana del barrio para fomentar reuniones y mesas de trabajo. Hay líderes comunitarias que le tienden la mano y le facilitan la tarea de levantamiento de información sobre los hábitos de los pobladores, generando confianza para lograr mayor comunicación en el quehacer colectivo. De estos intercambios surge el proyecto de recuperación de un espacio para el desarrollo cultural: La Ceiba. Se trata de un inmenso árbol en medio de un terreno donde se espera la construcción de viviendas. Han pasado varios años y las gestiones no avanzan, el acuerdo es fomentar actividades recreativas y culturales a la sombra del árbol que da nombre y cobijo a la iniciativa colectiva. Surgen talleres de animación, literatura y reciclaje, ecología, orientación familiar. Cada integrante aporta su conocimiento y propone alternativas para el mejoramiento del barrio. Natalya comanda el grupo de los niños y jóvenes que desarrollan el mural gigante sobre los techos del colegio. Los pasajeros del Metrocable observan desde el aire los avances día tras día. Además del aprendizaje que depara el trabajo en equipo, el estímulo y la motivación a pensar y hacer en colectivo llevan lecciones de fotografía y video. Son ahora "cazadores y recolectores" de imágenes del colectivo cultural La Ceiba. San Agustín es actualmente un semillero de ideas y Natalya Critchley les acompañará hasta ver crecerlas tan altas y frondosas como la Ceiba.
Esta experiencia y sus resultados fueron motivo para proponer a Natalya Critchley que preparara una propuesta para presentar a los curadores del Centro Wifredo Lam en ocasión de la Oncena Bienal de La Habana. El tema elegido: Prácticas Artísticas e Imaginarios Sociales, motivó a la artista a proponer talleres de animación y video con niños y adolescentes cubanos. La orientación de estas actividades giraba en torno a compartir información audiovisual con los participantes sobre la experiencia en el barrio San Agustín en Caracas, sobre los logros en talleres similares. Además, Natalya desarrolló un programa de formación básica en producción de cortos animados, que tenía como objetivo motivar a los pequeños a realizar un documental que posteriormente entregaría en La Ceiba al grupo caraqueño.
El propósito se cumplió, los imaginarios sociales se multiplican y crean nuevas constelaciones…