Difusores para palmeras, 2012 / Intervención pública
Paisaje Reflejado, 2005 / Videoinstalación / Persianas verticales, proyección
Restlessness, 2006 / Banco de tronco de palma

 

La Habana de 1994 no era quizás el lugar más iluminado del mundo; pero constituía, sin dudas, un panorama singular para presenciar cómo un pueblo sobrevivía a pesar de las dificultades. “Recuerdo que las noches en La Habana eran muy oscuras. El malecón estaba muy activo y se veían balseros y pescadores en el horizonte”, comenta Marxz Rosado, quien cautivado por las historias que había escuchado sobre la Isla decidió cursar un taller en Casa de las Américas. Este curso, más allá de ayudarle en su formación como creador, le permitiría estar en contacto directo con la realidad cubana.

La Oncena Bienal de La Habana le dio la oportunidad del reencuentro con la Isla, precisamente en el momento de solidificación de su carrera.

Marxz Rosado Ríos se formó en la Academia de Bellas Artes de Puerto Rico como escultor, y posteriormente realizó otros estudios superiores en diseño industrial. Esto le ha permitido desplegar su quehacer en varios lenguajes y soportes, todos con una fuerte presencia dentro de las prácticas artísticas contemporáneas.

Sus obras en video han tenido buena acogida en eventos y exhibiciones internacionales, por la raíz documental de la que parten y por combinar esta con recursos propios de la construcción del audiovisual de ficción. Sinfonía de Cruceros, 2006, obtuvo un galardón en el festival artístico Où va la Video por la Fundación March en Padova, Italia, y El hombre de Islote formó parte de la exposición Menos tiempos que lugar que recorrió varios países de Europa y América.

En el panorama visual contemporáneo, donde los límites entre las esferas del arte y el diseño industrial se hacen cada vez más permeables, y el valor estético de los objetos pareciera equipararse a su valor de uso, las creaciones más recientes de este artista se proyectan desde los principios del diseño como disciplina creativa. Son varios los proyectos que ha llevado a cabo, y otros que aun permanecen como bocetos, donde la cualidad del objeto es alterada en aras de otorgar nuevos contenidos amparados por la autonomía que ejerce lo propiamente artístico. Piezas que adquieren además, bajo el influjo de tal ejercicio creativo, valores surreales.

Durante la Oncena Bienal de La Habana, Rosado presentó Difusores para Palmeras, pieza en la que intervino troncos de estas plantas con especie de pantallas típicas de lámparas de noche que se emplean en el hogar para generar una iluminación cálida y placentera. Al igual que su personaje en El hombre de Islote, el artista se comporta como un extraño hacedor que trastoca funciones y apariencias, desjerarquiza espacios, disecciona y rearticula referentes en aras de un cambio. Genera así dinámicas de sentido desde la base de lo lúdico, desde un hacer liberador donde la imaginación no tiene frenos.

En su obra está presente el binarismo naturaleza–tecnología; pero no con un romanticismo trasnochado que tiene en lo natural idílico un hipócrita fin ideal, sino desde la postura que lleva a repensar un futuro tecnológico sostenible. El lugar perfecto de emplazamiento para sus piezas es entonces el espacio público. Es allí donde se ejerce la confrontación, donde el sujeto sumergido en su vida cotidiana hace un breve alto ante esas palmeras enormes, engalanadas como lámparas de tocador; y es allí donde este vive, más que imagina, un paisaje surreal y posible.

¿Sueles trabajar sobre elementos de procedencia doméstica, redimensionándolos a otros espacios? 

Tengo varias piezas donde recurro al universo de lo doméstico. Esos espacios son para mí constante inspiración, pues en ellos pasas la mayor parte de tu tiempo. Generalmente las personas modifican los sitios de creación, de trabajo, para hacerlos similares a sus casas, muchas veces a partir de la inclusión de algún elemento que albergue el sentido de “hogar”. En esta pieza que propuse para la Bienal quise apropiarme de un referente muy definido a ese mundo, y reutilizarlo añadiendo otra connotación.

Me gusta hacer uso de la palmera como elemento de resistencia. Es una planta que está presente en diversas zonas geográficas. Los huracanes en el Caribe pasan y no logran arrasar con ellas. El viento las voltea, ellas se tambalean y al ser tan flexibles no se quiebran, y logran estar de pie. Me interesa esa capacidad de adaptación y maleabilidad que tienen, y es sobre esta cualidad sobre la que trabajo para generar los más diversos sentidos.

Descríbenos el proceso de montaje…

Extenuante… aunque solo fueron dos días montando y dos días en el taller haciendo las pantallas. Pero en verdad la concepción para su montaje es simple. Quise traer algo que fuera sencillo para su transportación y su emplazamiento. Que todo dependiera de una inversión mía y de mi propia energía.

El principio de la obra es sencillo, en su ejecución y sus partes, pero sin dudas hay un encanto que traspasa la imagen. Puede ser un elemento decorativo, pero es algo que desde lo estético nos remite a una experiencia. Viene muy conectado con la idea de que el arte es experiencia, experiencia de belleza y experiencia del buen vivir. 

A diferencia de tendencias creativas que apuestan por la crítica, llamadas “de línea dura”, o de postura “política” definida, este proyecto es algo más liviano y etéreo; es una pieza para el disfrute estético, pero te hace reflexionar desde su poesía. En el acto de “mover” elementos de unos contextos a otros, haciendo que algo totalmente ajeno al espacio llegue ahí, reside la dimensión un tanto mística del arte.

De noche las “lámparas” se transforman, y el paisaje se convierte en algo alucinante. Imagina que hubieran sido más palmeras, una detrás de la otra, el impacto sería asombroso…

En su opinión… ¿qué rol juega el diseño (asociado frecuentemente a los productos culturales del mercado) en la concepción de las prácticas artísticas contemporáneas?

La conexión está dada, a mi entender, por pensar propuestas artísticas desde las estrategias operativas del diseño. Este se ha encargado de desarrollar nuevos modos de vida: la cultura de contextos tecnológicos y de recursos humanos, la estructuración de medios naturales y artificiales son algunos de los escenarios donde nos topamos con el diseño. El arte refleja y discursa sobre los cambios que tienen lugar a nivel sociopolítico, antropológico y estético. Gran responsable de las modificaciones en ambas plataformas es la Internet, y la estética de la decodificación digital. Esta práctica la vemos en un desvío hacia la esfera objetual, y evidencia una estrategia artística de integración para ambos sectores. También se percibe en los postulados de diseño sostenible, rendimiento energético, justicia medioambiental y las políticas alrededor del reciclaje, la re-utilización, el salvamento y la recontextualización de recursos, espacios y energía.

Pero no vemos tan solo un vínculo tecnológico de diseño y arte, también es a nivel de comunicación, propiedad intelectual, producción artesanal e industrial, así como en lo referente a los ciclos de vida en los cuales apreciamos este cambio de códigos. El arte, cuando está ligado al objeto y a la objetividad de la comunicación visual, utiliza el diseño en su carácter más básico.

¿Desde qué período está ligado el diseño a tu obra artística?

Decidí estudiar diseño en mi último año de universidad, cuando me formaba como escultor. Eso fue en 1995. Y finalmente realicé este proyecto en Milán (1997). Era un período importante de grandes decisiones en lo relacionado con el diseño sostenible y la globalización. Para mí es una disciplina instrumental, una forma de ver, analizar y programar el mundo construido, y el que sé vamos a construir. En 1998 hice una exhibición titulada La última lluvia en la que empleé prácticas proyectuales del diseño para hacer arte. 

¿Coméntanos un poco de tu incursión en el video, y de qué modo concibes la video-creación con respecto a otros medios, soportes y lenguajes? 

Comencé con Paisaje Reflejado. Era una videoinstalación de dos capítulos, una toma fija de un paisaje de palmeras con el horizonte del mar al fondo, y otra toma de una palmera y su reflejo que parecía un ser mitológico volando con el cielo de fondo. Estas imágenes se proyectaron sobre unas cortinas verticales que cubrían una ventana de cristal hacia el exterior, y un ventilador desde una esquina hacía mover las cortinas creando una serpenteante oleada, y dejando entrever levemente la luz. Era una reflexión sobre el medio en la construcción del paisaje y el individuo. En mis últimos dos videos trabajo sobreimponiendo historias reales, de la vida cotidiana, con relatos o acciones programadas sobre la trama real. Me gusta llamarles “documental de ficción”, y me interesa la estructura narrativa que puede lograrse.

¿Cómo crees que se inserta tu obra dentro de las pautas temáticas y discursivas propuestas por esta edición de la Bienal de La Habana?

Para la Bienal presenté tres propuestas que iban desde una línea más dura de discurso hasta esta, donde aparentemente prima lo estético. En realidad es un proyecto que vengo trabajando desde el 2007, un paisaje de muchas palmeras. Siendo diseñador y artista, me interesó invertir el orden de los elementos que distinguen el espacio propio con respecto al público. Entonces utilizo elementos de la casa para emplazarlos en el espacio urbano. Es decir, llevo la casa a la ciudad. 

Y este fue el primer punto de comunicación de mi trabajo con los presupuestos de la Bienal. Los imaginarios sociales básicamente se potencian en un espacio como el de la casa: es esta una parte del interior de nuestra vida que se transfiere en cierto sentido al panorama público.

Pero no solamente eso, la obra en sí es una lámpara inserta en una palmera. Es un símbolo de resistencia, de la potencia de la idea, lo perdurable, como una luz prolongada. Esos son los principios que llamaron mi atención y que quise manifestar con esta propuesta.

Después de casi veinte años sin visitar La Habana, ¿cómo la percibes ahora? Coméntanos más de tu primera visita. ¿Qué impresión te llevaste del panorama cultural de entonces?

En ese momento aun era estudiante. Vine a realizar un curso de arte plumario en Casa de las Américas. Lo hice más bien por curiosidad, quería saber qué era Cuba y qué pasaba con Cuba, y eso fue lo que me lanzó a hacerlo. Ya tenía intereses en el diseño, pero trabajaba más con ensamblajes escultóricos de artefactos reciclados, luz, detergentes líquidos y elementos orgánicos como vegetales, agua, fuego, hielo seco, etc. Creaba personajes, máquinas y construía ciudades fantasiosas.

Había entonces muchos apagones, escaseces. No tuve mucho contacto con la escena artística de ese momento. Recuerdo haber conversado brevemente con el cineasta Enrique Pineda y con el artista Ernesto Pujols. La gente aparentemente estaba tranquila, conversaba al tiempo isleño, en reposo del calor y comentando del día a día. Era posible evidenciar ya un crecimiento en la industria turística de la capital. Pero hace veinte años era más accesible en términos económicos, ahora mismo es un poco más costoso.

Obviamente La Habana ha crecido muchísimo desde aquel momento. Yo creo que a pesar de todo es muy hospitalaria. De las cosas que siempre me han dicho por ahí, lo más cierto es que hay que adaptarse, y eso me parece genial, es una enseñanza que se le debe trasmitir a todo el mundo. Y hay que hacer con lo que hay, y hacer lo mejor posible.