Los recuerdo en la cabeza, 2010Escultura / Bronce / 50 x 49 x 16 cm
El árbol del mango, 2011 / Acrílico sobre tela / 85 x 100 cm
El abrazo, 2007 / Mixta y metal / 59,5 x 95 x 40cm

Hace un cuarto de siglo, en 1986, la segunda Bienal de La Habana convocó un jurado procedente de tres continentes. Este unánimemente concedió premio a la obra presentada el último día de las deliberaciones por Manuel Mendive. Combinatoria de varias técnicas y modalidades de la producción artística, en ella predominaba sobre todo el body art (aplicado no solo sobre los cuerpos de hombres y mujeres, sino también de animales rituales), complementado por la música rítmica, la danza y el montaje escénico. Con esta pieza Mendive, una vez más, había dado entrada en el panorama del arte contemporáneo cubano a una novedosa variante: el performance como modalidad válida de las artes visuales.

Manuel Mendive empieza a exponer desde muy temprana edad; se hace notar con fuerza durante la década de los setenta, primero con piezas trabajadas sobre madera, luego empleando el lienzo u otros soportes tradicionales. Al igual que Wifredo Lam décadas atrás, el joven artista se nutre del mundo que le era familiar; en su caso, del rico acervo de la santería caribeña, corpus religioso transculturado de origen africano, a decir de Fernando Ortiz, a partir de las raíces yoruba y el catolicismo de la colonización hispana. Mendive crea su propio panteón y traza un abarcador panorama histórico que lo lleva de los horrores del Barco negrero a la sublevación exitosa de El palenque y el sacrificio de El mambí (palabra de posible raíz africana aplicada despectivamente por los colonizadores a los independentistas cubanos del siglo xix), para culminar con las imágenes hermanadas del Apóstol Nacional José Martí junto al Che Guevara en presencia de Oyá, dueña de los cementerios. Estas referencias históricas son temáticas insistentes durante la etapa posterior a Erí Wolé (Mi cabeza da vueltas), escena compleja y de amplio contexto referencial que narra, por así decir, el accidente que había sufrido Mendive.

El agua es para este artista lo que la fronda fue para Lam.1 Aparece no solo en los varios cuadros, centrados específicamente en las deidades (orishas) vinculadas al mar y los ríos (Ochún y, sobre todo, Yemayá, que se igualan a la Caridad del Cobre –Patrona de Cuba– y a la Virgen de Regla), sino en muchos otros temas –son ejemplos la franja inferior de El palenque, pieza que ha de leerse de modo ascendente; el elemento protagónico en El Malecón, y segmento ornamental en múltiples diseños de aplicación varia en los proyectos de Telarte en los cuales colaboró Mendive durante la década de los años ochenta. Es una representación plástica que sugiere, por extensión, el agua que circunda y define la Isla, el agua que desde tiempos remotos ha significado el devenir constante y fluido.

Mendive alcanzará, después de un primer período en el cual ilustra muy de cerca la mitología yoruba, un proceso creativo en el cual esa mitología es un sustrato iluminador de la vida real, diaria. Su pintura se ampliará para plasmar una temática más cotidiana que entronca con lo mítico, que anteriormente había constituido su fuerza más constante. La cotidianeidad es vivida por él de modo intenso y detallista. Surge entonces una sostenida presencia de elementos contradictorios y complementarios a la vez. Constantemente el artista nos recuerda, en escenas de jolgorio, danzas, coitos (endokós en yoruba, título de varias series), la presencia de la muerte. Puede ser el espíritu cubierto de un largo paño blanco que se mece en un sillón en medio del baile, o que asoma en las aguas que llegan hasta el malecón donde se sientan las parejas de enamorados. Aparece continuamente la figura de doble rostro que también acompaña tantas escenas pintadas por Mendive. No ha de olvidarse que el Eleguá es una de las deidades más presentes en la santería: abre y cierra los caminos, alude a la risa y al llanto, a la vida y a la muerte. Este es uno de los recordatorios constantes del artista; uno de los modos de imbricar una simbología mitológica particular, con una realidad también particular. No es fortuito que el cambio formal y temático se observe en su producción después del accidente que lo marcó físicamente.

A partir de la década del ochenta y el performance iniciático de la Bienal, Mendive ha reiterado, con variaciones, el uso de la pintura corporal en función de los movimientos de la danza; incluso algunas de sus creaciones han sido filmadas para su reiterada visualización. Pocos años después de esta actividad, pasó a interesarse en la llamada “escultura blanda”, en la cual las figuras de considerable tamaño sustituyen, con sus posiciones provocadas por el material nada rígido, el movimiento de los danzarines.

En años recientes ha producido piezas que resultan una suerte de enriquecedor compendio de toda su obra previa. Desaparecen los contornos precisos, los colores nítidos, la alusión directa y la temática evidente. Pinturas sobre madera y lienzo, esculturas blandas, la combinatoria gestual y genérica de los performances, se funden en una proyección en la cual el elemento imaginativo ocupa el lugar primordial.

En la actualidad Mendive trabaja, además, en formas tridimensionales de técnica mixta, para las cuales acude al metal, a la madera, a la tela, al lienzo, todos explorados en su posible proyección sugerente. Los personajes que habitan sus obras han dejado de tener la precisa definición de antaño para devenir seres ingrávidos, cuyos elementos constitutivos sugieren una posibilidad interpretativa y no una delimitación precisa. Se mantienen en ellos dos detalles que quisiera destacar, ya que de cierto modo están presentes en elaboraciones derivadas de la producción artística de raíz afrocubana. Me refiero a la continuada presencia, a lo largo de la producción de Mendive, de los pies agrandados que se afincan en la tierra y a los ojos que, de un modo u otro, siempre aparecen en los rostros, las cabezas, las formas superiores de todas las figuras del artista. No debe olvidarse que en el corpus de las creencias afrocubanas, las energías fundamentales vienen de la tierra; de ahí que el contacto con esta sea básico. En la pintura cubana del siglo xx, este carácter se hace muy evidente en una pieza inicial de Lam: La jungla. Pero si en este artista tal alusión desaparece casi de inmediato, en Mendive es un elemento de presencia y fuerza constantes. Tanto en las obras elaboradas hace ya casi medio siglo como en las actuales, las figuras, sean de contornos nítidos o evanescentes, siempre tocan tierra. Pueden, en las producciones más recientes, pertenecer a soluciones imaginativas y casi móviles, o pueden corresponder a un interés más figurativo, ya que todas se afincan en la tierra.

En cuanto a los ojos, también podemos rastrearlos en la producción nutrida por las raíces afrocubanas: en Lam, los ojos son romboidales, reiterados a tal punto que se han hecho emblemáticos y han devenido el símbolo de numerosas convocatorias de eventos artísticos. En la producción actual de Mendive los ojos pueden ser círculos que se destacan en la zona del rostro, o bien un significativo punto oscuro que da imagen a una zona informe. Pero el “ojo que tiene vista” es siempre importante para él: es el contacto entre lo visible y lo oculto, la develación posible de situaciones futuras. No debe olvidarse que la figuración del Elegguá, tan presente en los inicios de su carrera, se suele graficar siempre en los ojos que miran hacia diversa dirección, ya que es la deidad de la duplicidad de posibilidades.

La imaginería reciente de Mendive tiende a ofrecernos seres ingrávidos acompañados de animales sagrados, todo surgido de una creatividad afincada en creencias vitales. Para este creador no parece haber cortes bruscos y excluyentes. El paso de un modo expresivo a otro, a lo largo de su obra, obedece a un único impulso que lo ha dominado desde la infancia. Ha habido, como es natural, alguna zona de “tinieblas”, a través de la cual siempre ha dominado “la luz”.2 Siempre, desde sus primeros años, ha sentido la urgencia de plasmar ese ímpetu que lo ha llevado a tantas experiencias originales e insólitas. Ciertamente seguirá por ese camino, que es, estoy segura, “muy vital”, como el título de una de sus esculturas recientes. Porque el refranero no se equivoca: “palo que nace para violín, en el monte suena.” Y Mendive suena, no hay dudas, y seguirá, para jolgorio y riqueza nuestra, sonando.