Un Tico en la Habana
Si los archivos no se abrieran y se despreciaran como lugares inservibles y lúgubres, correríamos el riesgo de que personalidades como Max Jiménez Huete (1900-1947) fueran ignoradas hasta en su propio país, a pesar de ser uno de los artistas más significativos de Costa Rica, tanto en el campo de la plástica como en el de la literatura. Este trotamundos, escultor, pintor, dibujante, grabador, fotógrafo, poeta y bohemio vivió y trabajó en La Habana en el año 1936, y luego desde 1942 hasta 1944. Sus estancias en La Habana fueron coincidentes con instantes de máxima actividad cultural y marcaron derroteros ciertos para la historia del arte y la cultura cubana.
En la segunda visita, Max Jiménez halló una ciudad en plena efervescencia artística: exposiciones que hacen historia; pintores en pleno desarrollo: Mariano, Portocarrero, Cundo, Diago; un movimiento escultórico de primera línea; la presencia de artistas de diversas nacionalidades: Siqueiros, Reder, McNeil, Lerner, Hidalgo de Caviedes; además de publicaciones e instituciones como el Lyceum, el Patronato de Artes Plásticas, la Sociedad Nacional de Artes Plásticas en constante movimiento cultural.
En uno de sus textos el artista, de cierta forma, describe este ambiente: “La Habana tiene un lujo de pintores fantástico, tantos y tan buenos que eso mismo contribuye a cierta desvaloración. No los nombro porque son de sutileza erizante, no se pueden encajonar juntos”.
En estas condiciones favorables se organiza su primera exposición personal en la galería del Lyceum & Lawn Tennis Club, donde presenta doce telas que abordan diversos temas entre otros, varios referidos a personajes negros y mulatos que, según el escritor Salarrue, tienen en sus ojos la “tristura del indígena”, y a los que nombra “negros con el alma melancólica de indios”.
Esta muestra llamó notablemente la atención de la crítica y del público habanero. Pérez Cisneros lo incluye en su imaginaria “Sala de la Amistad” y contrasta esta actitud tan abierta ante el visitante con la que causó la exposición que realizara en San José, años después, y que pasó prácticamente inadvertida. El investigador Ramón Vázquez, en el texto que escribiera para la gran exposición de Max Jiménez en el Museo Nacional en 2002 afirma: “Pocas tradiciones artísticas le deberán tanto a un solo artista como la costarricense le debe a Max Jiménez”.
Sin embargo, en realidad el medio artístico de aquel país, ortodoxo y nada inclinado a aceptar las vanguardias artísticas no podía asumir la obra de un creador tan disconforme, inquieto y heterodoxo como él.
En Cuba la situación era bien diferente. Las vanguardias, desde la década del veinte, habían ocupado la “plaza” sin derribar las murallas “enemigas”. Un cierto equilibrio mantenía la situación en algo así como una “paz beligerante”. Académicos y modernos se repartían las instituciones, los salones, las publicaciones y hasta los premios. Max Jiménez, en nuestro medio, se rodeó de intelectuales como Guy Pérez Cisneros, José Gómez Sicre, Enrique Labrador Ruiz, Ramón Guirao, Jorge Mañach, por supuesto todos del bando insurgente.
Hace apenas una década su obra ha sido reconsiderada por críticos y especialistas después de haber padecido largos años de olvido e indiferencia. Investigadores como Alfonso Chase, Bernal Herrera, Luis Ferrero y Ana Mercedes González han contribuido a rescatar la memoria de un artista que merece el reconocimiento y su definitiva inserción en la historia del arte latinoamericano.
Por el momento guardamos el expediente Max Jiménez Huete en la caja no. 24/ Expedientes de Artistas Extranjeros/ Letra J. Esperamos volver a abrirla pronto ante el reclamo de una información, o para archivar nuevos datos sobre el artista.