Haciendas de Ecuador. Un pasado muy presente
En la mitad del mundo, junto a nieves perpetuas y bocas de fuego volcánico, puede seguirse la ruta de las haciendas ecuatorianas, remansos de belleza rural que convidan a la contemplación de la naturaleza y excitan el espíritu aventurero, desde la época en que los españoles buscaban el mítico El Dorado.
Ante la mirada imponente de las cumbres de los volcanes Cotopaxi (5 897 metros sobre el nivel del mar), Antisana (5 758), Chimborazo (6 310), Tungurahua (5 023) y Cayambe (7 790), bajan por sus faldas como pastos pincelados los ranchos dispuestos para acoger a los amantes del ecoturismo y del apasionante mundo ecuestre, entre otras aventuras.
Paseo por una avenida de la naturaleza En la Avenida de los Volcanes, el extenso valle de 300 km de largo y 30 km de ancho que corre entre dos cordilleras, a una altura entre 2 600 y 4 200 m sobre el nivel del mar, se asientan las denominadas haciendas de altura. Sus terrenos abarcan páramos y volcanes, y junto a la ganadería y la producción lechera se perfilan como actividades en auge, el agroturismo y el turismo de aventura. Cada rancho exhibe un estilo propio, donde se pueden degustar los platos típicos y recibir la atención de sus anfitriones, quienes transmitirán sus experiencias y la historia acumulada por generaciones. Son elementos identitarios llamados a convertirse en marca registrada del turismo en el país, en un esfuerzo por promover la cultura junto al esparcimiento.
Testigos del tiempo y estancias seductoras Integradas a la modernidad, sin perder sus atractivos originales, las haciendas de Ecuador testimonian hechos históricos como la Conquista y las guerras de Independencia, así como fenómenos naturales como terremotos y erupciones volcánicas. En su altiva longevidad resultan verdaderos exponentes de la diferencia. Aunque los alojamientos son casas coloniales de 300 y 400 años de antigüedad, muchos están dotados con las más actuales comodidades y servicios: spa, internet, calefacción, cajas de seguridad e incluso espacios de convenciones, entre otros. El viajero intrépido, aunque refinado, podrá acceder a actividades tradicionales y al aire libre, como cabalgatas, ciclismo de montaña, trekking bordeando los volcanes y andinismo hacia cimas nevadas.
Hoy como ayer El camino de las haciendas del Ecuador abarca cuatro direcciones, de los Andes a la costa del Pacífico: la región norte, el Cotopaxi, Riobamba y Baños, y Quito y sus alrededores. Un recorrido aleatorio permitiría conocer la restaurada hacienda Cusín, erigida en el siglo XVII, a solo 30 minutos de la línea ecuatorial y del volcán nevado Cayambe. Vecina de Otavalo, donde se encuentra un importante mercado de artesanías nativas, está La Banda, cuya historia es anterior al período de los Incas. Parte de su territorio eran tierras sagradas con sitios de adoración a los dioses. De finales del siglo XVI es la hacienda Zuleta, que ha recibido a un selecto número de visitantes de todo el mundo, con la oferta de la privacidad de una casa de familia. En tanto, Hato Verde dispone de salones acogedores y promete una atmósfera bohemia en las noches de su biblioteca bar. El Porvenir, en el Parque Nacional Cotopaxi, es una casa confortable y funcional, construida con materiales de la zona y coloridos sistemas usados desde tiempos inmemoriales, que aluden a las chozas de los indígenas de la sierra, con sus techos de paja y paredes de “estera”, nombre de una caña o totora tejida por las manos de calificados artesanos locales. En la provincia de Imbabura está la Hostería Chorlaví, donde se cree que el Inca Huaynacápac enamoró con la Princesa Caranqui Pacha. Fue una de las primeras haciendas de la época colonial convertida en establecimiento hotelero. Y en el corazón de los Andes, La Mirage es un confortable y lujoso SPA Resort enclavado en edificaciones de más de 200 años. Es el único hotel cinco estrellas de la cadena internacional Relais & Chateauxen en el país. Las haciendas ecuatorianas son como un viaje a través del tiempo hacia el pasado. Pero en ellas uno no está alejado del mundo. En todo caso, nos encontramos, definitivamente, en el centro del mundo.
La Hacienda Pisanquí Mónica Mieles, a cargo de las ventas y operaciones de la hostería, fue nuestra anfitriona. Dos horas exactas tarda llegar desde Quito hasta este sitio al norte de Ecuador, a unos minutos de la ciudad de Otavalo. El inmueble es del siglo XVIII fue concluido hacia 1790. Nos cuenta Mónica que la casa de hacienda fue mucho más grande, pero con la erupción del volcán Imbabura, en 1867, se derrumbó una parte de la región donde está enclavada y, como es obvio, de la instalación. Esta hacienda siempre ha sido ganadera y lechera, también se ha sembrado y cosechado maíz. En tiempos coloniales funcionó, además, una fábrica donde se cocían galletas, y los nativos confeccionaban textiles. Desde hace 16 años, afirma Mónica, la familia decidió hacer una hostería porque la casa se estaba destruyendo. Hoy se mantienen algunos muebles antiguos, aunque se han hecho arreglos en las paredes, originalmente de adobe. De momento dispone de unas 30 habitaciones entre dobles, triples y familiares. La caracteriza la tranquilidad y también la historia, pues la anfitriona asegura que por aquí pasó Simón Bolívar, el Libertador de América, y que en tiempos de la Gran Colombia, en este lugar se firmó el Tratado de Pisanquí, entre Colombia y Ecuador. «Los trabajadores (unos 30) somos una gran familia, desde el dueño hasta el encargado de mantenimiento, el jardinero. Nos interesa mantener la tradición con la gastronomía típica de la región. Es un sitio con un atractivo especial, porque casi no existen otros como este, y hablando de historia ahí están los jardines con árboles que podrían tener hasta 200 años de edad», indicó Mónica. A las ventajas geográficas del rancho añadió que se encuentra muy cerca de centros turísticos ecuatorianos y del mercado de Otavalo, muy conocido por las artesanías locales que nos remontan a la época colonial.