Descubrir una ciudad tiene sus secretos, pero el viajero con poco tiempo para hacerlo dispone de una sola oportunidad para verlo, saberlo y tocarlo todo: las ferias, portentosas vidrieras a disposición del comerciante que quiere vender o comprar ciertos productos, del artista que quiere comprobar el alcance de su obra o de aquellos especialistas consagrados durante todo el año a sus experimentos, que traen sus descubrimientos y quieren enterar al mundo, poniéndolos en manos del mejor postor. Esto son las ferias: eventos que llenan de grandes expectativas a los más diversos públicos ansiosos de mirar o probar aquello que muestra cada expositor.

Cada noviembre, durante la Feria de La Habana, la ciudad se muestra diferente. Hasta el clima facilita los encuentros entre gente de negocios que provienen de todas partes del mundo con la misión de auscultar el corazón de un mercado casi virgen y muy complejo, por lo difícil que ha sido estabilizarse en medio de crisis sucesivas. Es un verdadero desafío para los que llegan y también para quienes permanecen aquí; entrambos se inicia una especie de juego de seducción, donde los más profesionales y arriesgados llevan las de ganar.

Llegar a la Feria Internacional de La Habana es atravesar una cortina de mitos e interrogantes. Este foro ofrece, sino todas, una buena cantidad de preguntas al recién llegado con deseos de invertir, comprar o vender. Cada uno de los stands mantiene un diálogo que se mueve en tres direcciones. La primera es un diálogo al interior del país, pues los productos y firmas cubanas son el resultado de la iniciativa y el esfuerzo de miles de personas que esperan cambiar el rostro de su país. En el caso de los productos foráneos, se trata de abrirse a nuevas experiencias, incorporando en el país anfitrión las nuevas tecnologías y productos que ofrecerían ciertas ganancias a ambas partes. La segunda dirección es la de la competitividad, comparando sus productos con los estándares internacionales e intentando los premios más importantes de la Feria, pero sobre todo, la firma de contratos de algún modo beneficiosos. Y la tercera vía por donde corren los intereses de una feria está en la manera en que compradores y vendedores, productores y consumidores, promotores, organizadores y curiosos van construyendo una red de certezas y oportunidades futuras.

En realidad una feria es, simultáneamente, una fiesta para el riesgo y la oportunidad. Es la celebración de un futuro ya promisorio en convenios, contratos, cartas de intenciones e intercambios profesionales que se confirman en menos de una semana. Es construir, a toda velocidad, el mundo que viene, ese universo que comienza esta noche en medio de una cena o de un baile de despedida. Y saber, felizmente, que el próximo año con toda seguridad… ¡nos veremos en La Habana!