Definitivamente Art Basel Miami Beach 2012 estuvo mejor que en la edición anterior. A pesar de contar con las obras de una mayor cantidad de artistas, el recorrido por el recinto ferial no resulto tan abrumador ni barrocamente agresivo. Al contrario, todo fluía en medio de esa mega exposición ecléctica propio de un evento comercial de tal naturaleza

De los maestros “modernos” llovían los Lam, Boteros y sobre todo (eso no es nuevo) los Joaquín Torres-García. Ah! y los Calder, manera de haber esculturas! Un poco más recientes, Cy Tombly y John Chamberlain que, supongo, comenzaran a salir de su guarida-colección luego de sus respectivas muertes. Pero la que si resulta una presencia aplastante es el op art, la abstracción geométrica y el arte cinético latinoamericano, específicamente Soto y Cruz Diez. No se trata de un fenómeno nuevo y aun no conozco las causas in extenso pero en el año pasado, por ejemplo, en PINTA NY fue un éxito rotundo la obra de Lolo Soldevilla y ahora todos andan como locos buscando Sandú Darie. Estamos como en presencia de un pre-boom que inundara hasta los más insospechados resquicios.

Liliana Porter encanto con sus deliciosas instalaciones y dibujos-collages cercanos a la miniatura y llenos de poesía mas una factura exquisita. No obstante, el que si rompió

el record en términos de sorpresa fue un artista, quien a sus ochenta años de edad decidió pintar con un software digital y cambiar radicalmente de poética: un cuadro abstracto, eminentemente bello y decorativo, formado por más de ocho mil líneas en colores asombro, siempre para bien y para mal, a todo el que leyó en el pie de obra: Gerard Richter.

Más allá de las consabidas fiestas, que muchos critican pero ya quisieran tener su pase a bordo, de la asistencia de la farándula más poderosa del mundo que baja a la Florida para figurar, comprar o simplemente disfrutar de un clima exquisito, en Art Basel pudo verse buen arte. Primeramente hago un paréntesis: feria es momento de asueto y supone, por supuesto el mercadeo.

Me quito el sombrero frente a la galería Jack Shainman, radicada en New York y que presento una nomina y obras de lujo apoyado, sobre todo, en el tópico de la otredad y las culturas populares, asunto viejito pero nunca pasado de moda y muy bien presentado. Jackie Nickerson, con una fotografía impresa a dos metros aproximadamente, encontró el formato perfecto para proyectar la idea de un hombre-árbol en plantaciones de tabaco africanas y convivía muy bien con las escultoras kitsch pero bellas del riguroso Nick Cave. Y ahí no queda todo: dos tapices que de lejos parecen textiles pero en realidad son de metal aplastado bajo la autoría del ya reconocido El Anatsui1, un exquisito retrato (pintura), firmado por Lynette Yiadom-Boakye, quien un día después de finalizada Art Basel fue congratulada con el premio Future Generation Art Prize, otorgado por la Victor Pinchuk Foundation, mas el resto de las obras allí exhibidas incrementaron el valor propositivo de esta galería newyorkina.

Art Positions, una sección donde se muestran supuestamente artistas emergentes pero que ya han ganado suculentos premios y reconocidas becas, volvió a seducirme esta vez. La artista de origen rumano Andra Ursuta, quien emplazo una serie de esculturas homenaje a las venus paleolíticas cuyos gordetes cuerpos fueron sustituidos por tubos de metal en clara alusión a las stripers y la prostitución femenina así como la instalación de naturaleza arquitectonica2 de la colombiana Leyla Cárdenas, obsesionada con la metafísica del tiempo y las capas de las paredes como archivos hablantes, acapararon mi atención en cada visita al recinto.

Por su parte el colectivo Los Carpinteros, con pocos meses de diferencia, hizo su segunda y efectiva aparición en espacios publicos3. Esta vez con un Güiro en el acápite reservado a Public Art en Collin Park. Se trató de una suerte de hibrido de instrumento musical y cerebro destinado para fiestas privadas a pocos metros de la playa. Se trataba de un lugar reservado, de nulo acceso en medio del escenario público, lo cual no deja de ser desconcertante, aunque la obra es un regalo visual.

El público asistente a Miami Beach puedo ver de todo en Art Basel: clásicos buenos y malos, jóvenes buenos y malos, artistas que venden una imagen en su obra y su comportamiento resulta todo lo contario, extravagancia y todos los etcéteras que puedan imaginarse. Yo, por ejemplo, me llevo un racimo de nuevos textos en mente: artistas poco conocidos, tópicos que indican tendencias; la calidez insustituible de los amigos y la esperanza de volver para visitar esta feria, porque un acercamiento de otro tipo no aplica y es llevarla contra la pared con argumentos que ni siquiera le pertenecen.