Escribiendo claramente –sin subterfugios ni metáforas, ni símbolos o signos verbales difíciles– Humberto Díaz ha producido las obras más sobredimensionadas y espectaculares del arte cubano contemporáneo, lo suficientemente enormes como para subvertir las escalas de aquellos contextos donde han sido instaladas. Hasta pudiera decir que han terminado por tensionar la escala de esta Isla de 111 mil kilómetros cuadrados, angosta, delgada, ligera en su orografía, ocasionando ruidos enormes en el ámbito de una visualidad sosegada, tranquila en los últimos años.

Bastaría solo con recordar su instalación Tsunami, la cual ocupaba más de la mitad del casi monumental salón del Pabellón Cuba en la 10ª. Bienal de La Habana, 2009, para advertir que se trata de un creador capaz de arriesgarlo todo con tal de llevar hasta sus últimas consecuencias lo imaginado, y que en el fondo es algo descreído y escéptico en cuanto a formatos y lenguajes convencionales pues siempre va más allá de lo común, de aquello establecido por historias, tendencias y tradiciones que, sin darnos cuenta, nos aferran a determinados modos de creación y recepción de obras y que, en última instancia, nos han orientado también, por lo general, hacia una “correcta” apreciación de operatorias estéticas legitimadas por años y siglos. Aunque Tsunami rebasaba cualquier cálculo y expectativa que teníamos al escuchar sobre ella previamente, el hecho de que sirviera, además, de cobertura física a espacios donde exponían varios artistas invitados por él a su proyecto colectivo Tales from the New World, impidió disfrutar a plenitud la totalidad de tan asombrosa cantidad de tejas criollas (más de 15 mil) realizadas en poliespuma, acumuladas y desplegadas semejando olas gigantes capaces de sobrepasarnos e inundarnos en tanto espectadores en medio de un evento artístico internacional de gran magnitud como lo es la Bienal de La Habana.

Esta espectacularidad alcanzada, paradójicamente, parece no corresponderse con su carácter y temperamento pues su naturaleza individual es más bien de alguien ecuánime, comedido, agraciado por la modestia, serenidad y quietud en su comportamiento. Nada más alejado de él, por consiguiente, que esos brillos y fuegos fatuos que nos amenazan y alejan constantemente de una mejor comprensión y entendimiento del arte contemporáneo. Nadie más distante que él de ese proceder social trivializado y banalizado tan al uso hoy en cualquier parte del mundo, y de aquel otro aquelarre y fanfarria típicos de promociones mediáticas que padecemos y que inundan de vez en vez nuestras distorsionadas industrias de la información.

Sus propuestas (de cualquier dimensión) responden con eficacia al espacio (abierto o cerrado) en primer término, y luego al entorno donde serán emplazadas: en ninguna de ellas hallamos contradicciones, inadecuaciones, desencuentros, inútiles contrapunteos entre la idea rectora, el concepto empleado o la fundamentación y su posterior formalización, como si para cada proyecto originado por él empleara a un equipo de arquitectos, paisajistas, diseñadores.

Con 150 metros de soga, 2011, modificó el espacio interior de la Galería Habana al integrar la exposición colectiva Siniestros. Tal cantidad de metros de soga la utilizó con fines casi didácticos en franca alusión a las distintas etapas de la vida de cualquier ser humano. En la delgada, sutil, y larga instalación observamos objetos en los que tradicionalmente interviene la soga, ya sea como sujeción, apoyo o simplemente de manera natural. Sin crear dificultades con el resto de las otras obras expuestas, su instalación actuó como sutil “hilo conductor” de todas las obras presentadas en la exposición, enhebrándola, integrándola de algún modo, cohesionándola así: tal su grado de solidaridad y respeto hacia los demás y su alejamiento de cualquier signo o interés protagónico.

Dicha instalación es nuevamente concebida para su participación en la 52ª. Bienal de Venecia, verano de 2013, a donde ha sido invitado junto a otros artistas en uno de los espacios históricos de l Arsenale, cercano a la también famosa Corderia de la conmovedora ciudad italiana. Sólo que ahora con algo más de los metros concebidos inicialmente, pues un principio y un final abiertos le obligan a crear un grueso rollo de soga a la entrada misma del edificio y terminar la obra con su inserción en las aguas colindantes de un canal típicamente veneciano, después de haber atravesado de una punta a la otra la edificación

renombrado evento internacional. Su interés se centró, sobre todo, en la interacción con el público (tal como ocurrió en la experiencia habanera), integrando la obra al comportamiento habitual de las personas, de lo que viven día a día, sin prejuicios en subirse por una de las partes anudadas de la instalación, pendiente del techo, o mecerse en la hamaca construida también para disfrute de visitantes mayores y menores. La alargada obra pasea por todo el edificio y el resto de las obras de otros artistas invitados, respetándolas al máximo, como si ella contuviera el espíritu de aquellos talleres medievales creados para producir sogas y cordeles aptos para la navegación que tanto prestigio otorgó al esplendor portuario, comercial y cultural de la ciudad.

La ductilidad de este proyecto instalativo llamó la atención del curador de esta sección de La Mostra di Venezia, frente a otras muchas propuestas enviadas desde varios confines del planeta. Su sentido y significación conmueven desde su sencillez extrema: su presencia es obvia dentro y fuera del recinto, pero lo es también su delicada invisibilidad, su fehaciente ocultamiento protagónico, nuevamente expresado aquí como una constante en su condición de artista.

Todas sus propuestas afincadas en Cuba no impiden a Humberto tomar parte de varios eventos internacionales a los cuales es invitado, además de la Bienal de Venecia, o de exposiciones en galerías y museos lo mismo en México que en los Estados Unidos, Rusia, Italia, Inglaterra, Francia, Alemania, Austria, Corea del Sur. Ni tampoco le impiden, pese a la escala y las grandes dimensiones de muchas de ellas, interesarse por explorar otros modos de creación de menor dimensión como la fotografía y el video.

Humberto representa así esa diversificación y amplitud intelectual y creativa que reina hoy en extensas zonas del arte cubano contemporáneo (y en otras áreas del mundo) que no cede a la moda curatorial impuesta por los grandes eventos del circuito internacional. Su obra transita por un conjunto de reflexiones en torno al arte, la vida, la existencia, el tiempo. De ellas surgen esas estructuras eficaces para su representación que ha de emplear en cada caso; de ellas nacen las formas en que se han de materializar luego frente al público. No se deshace en la búsqueda afanosa de un estilo propio, de un sello identitario ante los ojos del público. Lo central para él es desterrar de nuestras mentes el hábito y la rutina, las costumbres y convenciones impuestas por códigos sociales heredados, y al parecer inamovibles, que operan en la realidad sin apenas darnos cuenta y que perturban nuestra capacidad de entender a plenitud el sentido mismo de nuestra existencia, de la vida en general.