Blak Mama, largometraje de Miguel Alvear, será exhibido durante esta Bienal de Venecia. Su participación constituirá un paso importante en la visibilidad del arte ecuatoriano fuera del marco nacional, pues “agallas” sobran, aunque falta operatividad, promoción, institucionalización del impulso creativo que muchos artistas muestran en su diario quehacer, al margen de una identidad a lo Guayasamín o Kingman, más conocida por el público en general, dentro y fuera del país. 

Con estudios de arte en EE.UU. y en Bélgica y una formación en cine, radio y TV, el artista (que prefiere llamarse gestor, pues dice sentirse incómodo en el ámbito de galerías, museos o ferias) actualmente se desenvuelve como productor y realizador de audiovisuales, incluyendo películas de ficción, documentales y video arte. Es Director de la Fundación Cultural Ochoymedio y gestor de diversos proyectos de exhibición audiovisual. Su espíritu inquieto lo llevó a encontrarse con Nelson Palacios, uno de los productores de cine ecuatoriano underground. Juntos emprenderán proyectos de cine donde el lenguaje de la cultura de masas pudiera fundirse junto al de clásicos. De esta hibridez surgió Trici-taxi deseo, una adaptación hecha a cuatro manos por ambos cineastas. Esto no quiere decir que Alvear no se comprometa también en proyectos de artes visuales, como lo hiciera en el 2010 con Arte Contemporáneo y patios de Quito, curado por el curador y crítico cubano Gerardo Mosquera. En su caso la participación siempre contempla el trabajo en equipo; como en esta oportunidad, donde empoderó a un grupo de personas dedicadas a oficios populares, —desplazadas en favor de un turismo “de vitrina” —, para que le ayudaran a conformar su inflable del Niño Dios. Es el típico artista multidisciplinario que tanto demanda nuestra realidad cultural.

Cuando una llega a Ecuador (si se mueve en el mundo artístico), enseguida sale a relucir Blak Mama1, filme donde Miguel; junto al bailarín, coreógrafo y profesor de danza Patricio Andrade, propone un alucinante ensayo —so pretexto de la festividad de la Mama Negra en la ciudad andina de Latacunga, provincia de Cotopaxi— que deconstruye los vericuetos e intersticios de la nacionalidad y pensamiento ecuatorianos, marcados por la hibridación cultural. La festividad opera con muchas constantes presentes en la realidad de Latinoamérica, y ese denominador común es aprovechado por los autores para minar desde adentro el sentido barroquizante, simulador y anacrónico de nuestras realidades sociales. El filme desata conceptualizaciones psicológicas, políticas, sexuales y transgenéricas, desde un lenguaje que cita al surrealismo, al dadaísmo, al accionismo y la performance, como un universo sobresaturado y caótico que por obligación nos contiene a todos. El filme se erige en la apoteosis del relajo para convidarnos a la lucidez. El travestismo como metáfora de la doble moral es recurso usado en esta película donde todos se re-conocen y re-enuncian. 

El tamiz erótico del tratamiento de la historia se asocia con ese ethos hedonista postmoderno que no nos permite actuar con raciocinio, dejando a la vera del destino decisiones cruciales como la libertad, los derechos humanos, los proyectos de vida, la lucha por los derechos civiles y en contra de la guerra, por sólo mencionar algunos tópicos caros al libre albedrío y el crecimiento personal. 

El filme alude constantemente al impacto en nuestra existencia de una sensibilidad derivada de las tecnologías mediáticas que produce en los individuos una nueva forma de experiencia: la estetización de la vida y la fragmentación del sujeto. Existe un texto que se repite en la película: “Vos mismo eres” y alude al desencuadre que opera en nuestras identidades. 

Esta ópera prima de Miguel Alvear y Patricio Andrade mezcla de manera irreverente danza, teatro, música, humor negro, cine musical, con una carga simbólica estentórea. Con este filme fue ganador en el 2008 del Premio Augusto San Miguel, otorgado por el Ministerio de Educación de Ecuador al mejor largometraje de ficción.

Hay tópicos que han sido recurrentes en su trayectoria: el replanteamiento de las identidades, las sesgadas conceptualizaciones en torno a “baja” y “alta” cultura, los imaginarios culturales, y los ha trabajado como proyectos donde intenta involucrar siempre a la mayor cantidad de espectadores. No son obras para galería, sino más bien tesis para ser mostradas en eventos, coloquios, cines, bares, fuera del recinto habitual, porque están pensadas para la confrontación, no para el simple disfrute. Son propuestas pensadas en torno al otro, que pueden desembocar en procesos de empoderamiento, donde cualquier persona pueda emplearse en cambiar el orden de las cosas. 

Miguel fue invitado a la Bienal de Panamá celebrada este año; pero decidió no asistir. No sabía aún que formaría parte de la Bienal de Venecia con la exhibición de Black Mama. Esperamos la misma contribuya a cambiar ciertos clichés acerca del arte que se produce en Ecuador.