Arrepentido, fotografía digital, 2013
Procesión e indiferencia, fotografía digital, 2013
Éxtasis de roca, fotografía digital, 2013, 122 x 180 cm

Nada fue igual desde el día en que me descubrí, absorto, frente a las permutaciones ilusionistas de Tomás Sánchez. Desde entonces creo, en efecto, que la belleza debe perpetuarse en y a través de ella misma en su totalidad cósmica y universal. Su ilusión es tan fugaz y rotunda como la desilusión que la embarga y la embriaga, que la sepulta. Desde ese preciso instante, insisto, no he podido evitar cierta lástima para conmigo y con el mundo cada vez que advierto las exiguas dimensiones con las que Dios nos ha provisto —o, mejor dicho, desprovisto— a todos de todo. Pero hubo todavía un segundo hallazgo o revelación que me robaría para siempre la serenidad que su obra trasmite: la certeza de que su narrativa está allí y aquí para relatar ese “modelo del universo” que habría que perpetuar, luego de que la desidia de profetas o agoreros desconfiados del sentido de la vista intente convencer de la muerte más allá de la muerte misma. El silencio es hermoso también, tanto o más que la imagen que usurpa su lugar y que dice de sí lo que puede que no sea.

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El paisaje de Tomás (o los paisajes) se burla de esa misión periférica que la occidental y centralizada Historia con mayúsculas le reservó como lugar. Resultan, en su celebración hiperrealista y en su ímpetu barroco, un ejercicio de restitución de la lúdica irónica que desmiente (al tiempo que constata) el trascendentalismo unitario de una visión congelada en la espesura de los tiempos históricos de lo americano. “América —subraya Rufo Caballero— es experta en el inclusivismo que la condición posmoderna desea devolver a la cultura después de la razón excluyente de la modernidad: América escucha ese anhelo y sonríe porque ella nunca extravió su vocación inclusiva, su acogimiento del fragmento y la otra voz. Esa facultad convocadora, concitadora, la ha hecho voraz, una cultura sedienta, a la caza y la espera de lo ajeno que deja de serlo cuando fecunda su firme tronco, cuando succiona de él la sustancia antiquísima de un supratiempo que no indica atemporalidad sino alta, muy alta densidad temporal, acaso no perdida en el accidente geográfico del espacio cronológico, sino anclada en ciertas recurrencias que solo reporta el aprendizaje del viaje histórico”.

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De esa combinatoria impecable de ser humano y obra, aflora un imaginario personalísimo que ha tenido, a fecha de hoy, hornadas enteras de seguidores fuera y dentro de la isla. La obra de Tomás Sánchez puede que sea, sin duda, una de las referencias más seguidas, imitadas (casi calcada al punto de la falsificación y de la copia) por numerosos artistas jóvenes que le advierten ya como un clásico. Según el sol se levanta y la bruma comienza a disiparse bajo el ímpetu de la luz, asimismo su obra se convierte en una especie de estilo, de marca, que de manera deliberada jugó a agotar sus propias posibilidades entre muchas otras, aproximándose, entonces, y con júbilo, a su propia idea de lo clásico. 

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Al contemplar el abundante repertorio de imágenes realizadas por Tomás Sánchez, incluso aquellas pertenecientes a las etapas más tempranas de su carrera, percibimos de forma inmediata la diversidad de los temas que ha tocado desde que comenzó a mostrar su arte en público a principio de los años sesenta. Sánchez es el fruto de un momento bastante turbulento en el desarrollo del arte de Cuba contemporánea y sus temas, en cierto sentido, reflejan las luchas y dilemas que afrontaban los artistas del primer período post-revolucionario. Tomás Sánchez surge de las escuelas de arte de La Habana a finales de los sesenta, un período de intensa experimentación, no sólo en lo que se refiere a estilos y temas sino con respecto al tipo de instrucción artística que se le daba a los talentos nacientes. Sánchez comenzó su instrucción artística seria en la escuela de San Alejandro. Conocida anteriormente como la Academia de San Alejandro. Ésta fue una de las escuelas de arte autorizadas oficialmente que se abrieran en América Latina en el período colonial. En la época en que Tomás Sánchez estudió allí, San Alejandro se había vuelto un tanto menos experimental respecto a su enfoque de la ecuación artística. Transcurrido un tiempo, el joven artista se dio cuenta de que debía trasladarse a la más previsora Escuela Nacional de Arte. Fue allí donde conoció una personalidad de importancia capital en la formación de su enfoque artístico posterior. Antonia Eiriz era profesora de la escuela y, por aquel entonces, se había vuelto famosa por la creación de imágenes sombrías y amenazantes que tomaban como punto de partida las etapas tardías de Francisco de Goya y otros pintores de temática oscura y mística (…). Ciertamente —continúa Sullivan— cuando examinamos la extensa obra de Sánchez en el período que va desde finales de los sesenta hasta mediados de los ochenta hallamos una fuerte influencia expresionista en sus pinturas y dibujos. Este hecho, en parte, es debido a la fuerza de la obra de su profesora, pero también a su conocimiento directo (a través de publicaciones ya que no viajó al extranjero hasta principios de la década de los ochenta) de la obra de algunos maestros del horror y la fantasía entre los que se encuentran Pieter Breughel, Hieronymus Bosch y Goya. También otros maestros contemporáneos nutrieron su visión, y reconoce su deuda a James Ensor y Edward Munch mientras que a su vez se acerca a la altura de la fantasía de otros pintores de finales del siglo XIX tales como Rodolphe Bresdin u Odilon Redon. En muchas de las pinturas y dibujos de Sánchez de finales de los Sesenta y principios de los Setenta, el espíritu de crítica social representado por Honoré Daumier también puede percibirse bajo la superficie”. 

[…] En el umbral de una excesiva dramatización de los enunciados políticos Tomás supo colocarse como un artista de rigor que, sin desmentir el pasado, tampoco abdicó ante la celebración exagerada de una época de promesas y de héroes sexistas. 

De esa posición primera, y de toda una vida consagrada al arte, resultan estas espléndidas imágenes que deberán ser visitadas, una y otra vez, por la nueva crítica (o la anterior) en busca de otras pistas, de otros relatos, de otras formulaciones de ideas. […]

Miro el paisaje y hago silencio. Pienso en él. Pienso en el maestro. Allí, donde termina su obra, comienza la vida. 

Madrid, 23 de marzo de 2013.