Una bala de “salva” para el arte cubano
La historia más reciente del arte cubano ha estado marcada por polémicas exposiciones, algunas de ellas coincidentemente realizadas en inicios de décadas. Las exposiciones más notorias en este sentido son: el gigantesco Salón 70 (1970) con la participación de más de 150 artistas; Volumen Uno (1981), que implantó las directrices estéticas y éticas del llamado Nuevo Arte Cubano; y El objeto esculturado (1990), cuyos sucesos definirían el cambio de las políticas culturales del momento. Estos ejemplos ponen de manifiesto procesos de cohesión de las diferentes promociones del arte cubano actual, marcados por la fatalidad o el beneficio de un casi exacto cronograma.
Estas paradigmáticas exposiciones, por solo citar algunas dentro de la Isla en estos años, constituyeron indiscutibles antecedentes que han permitido a los críticos y los historiadores –en su perversa manía– trazar una línea de desarrollo cronológico de nuestra plástica, determinante en el actuar de la más reciente producción artística contemporánea.
El catálogo El extremo de la bala. Una década de arte cubano, resultado de la exposición homónima, inaugurada en octubre del 2010 en el Pabellón Cuba, viene a convertirse en un referente, temporal y generacional, para continuar los enfoques del estudio del arte cubano desde esta mirada historicista.
Esta mega exposición, organizada por la Asociación Hermanos Saíz con el apoyo del Consejo Nacional de las Artes Plásticas, y curada por el artista Rewell Altunaga, fue una suerte de inventario de cierre sobre lo mejor y lo aún en formación de esta compleja década para el joven arte cubano. Una exposición cuya nutrida nómina de casi cien artistas, muchos aún estudiantes del ISA, nos permite adentrarnos en las problemáticas, intereses y directrices del arte más reciente. Tema bien polémico y seductor, y que en esta ocasión dejo en manos de otros.
La relación de los creadores invitados a la exposición y reseñados en el catálogo incluye desde artistas nacidos en la década del setenta –actualmente con sólidas carreras tanto en el espacio cubano como en el internacional como Duvier del Dago, Ruslán Torres, Douglas Argüelles y Humberto Díaz–; hasta novísimos nombres como Milton Raggi, Gabriela García, Rafael Villares y Linet Sánchez, nacidos a finales de los ochenta o principios de los noventa, y que recién ahora se inician en las aulas del instituto.
Siguiendo con este interés de representatividad –recordemos que la Asociación es responsable de promocionar y apoyar a los jóvenes creadores de todo el país–, la muestra incluye artistas de todas las provincias, excepto la Isla de la Juventud, aunque la mayoría de los presentes han desarrollado sus estudios y carreras desde La Habana.
Volviendo al catálogo, diseñado por Naivy Pérez –artista invitada a la muestra–, este incluye además una selección fotográfica del proceso de montaje, varias vistas de las salas de exhibición y la inauguración, completando así todo el ciclo de vida de la exposición.
El extremo de la bala. Una década de arte cubano, en su concepto editorial trasciende sus intenciones de catálogo supeditado a reseñar una exposición, para convertirse en un referente de consulta e investigación sobre las nuevas (y algunas no tan nuevas) generaciones de artistas. Generaciones que, como bien introducen los organizadores, se mueven en “la zona más vulnerable, insegura, susceptible a cambios y a seducciones que, como es lógico, no siempre significarán ascenso”.
Esta aclaración desde el inicio, justifica y ampara la presencia de muchos artistas en la muestra que dentro de otro contexto aún necesitarían de una segunda mirada más discriminatoria. Este catálogo por tanto, no se propone legitimar tendencias, nombres o estilos. Gesto que, con tan poco espacio temporal, sería de una prepotencia dañina y, a la postre, devendría acomodos y posturas desde la creación de figuras muy noveles, las cuales se encuentran justo en momentos de posibles deformaciones irreversibles. Son artistas balas, deterministas, ágiles. Y estas comparaciones van más allá del mero cliché de la rapidez y avidez de las nuevas generaciones. Transitan disparados como proyectiles entre el mercado del arte, las exposiciones, las bienales, los mass medias, Internet. Pertenecen a una generación (en la cual me incluyo) donde la información recibida es de tal celeridad que la desechamos con el mismo ímpetu que la tomamos. Nada es profundo, nada es permanente y en muchos casos llegar a la “meta” es el primer propósito aunque con esto se sacrifiquen ciertas etapas dentro de la vida y carrera de un creador. Aquí lo importante para llegar primero es estar en el extremo de esa bala disparada, si se está en la punta, mucho mejor.
El extremo de la bala… se cuida de estas definiciones y por eso no dictamina, tipifica o define caminos en el arte cubano actual, aunque inevitablemente reconozcamos ciertas tendencias. Desde una postura ligeramente preventiva, pone en igualdad de condiciones a todos los artistas. El espacio de expresión de cada uno es a través de un sintético statement y un reducido currículum, el resto es pura imagen.
Esta concepción es uno de los aciertos del catálogo. A una década de trabajo, no es sano esbozar teorías, aunque es difícil que algunos se resistan a hacerlo. Para los editores de este volumen lo importante es que la obra hable y luego ya veremos. Mientras tanto solo el arte tiene la palabra, y allá el que no pueda convencer con eso.
En este sentido el único ensayo del catálogo, escrito por Rewell, es determinante para entender los lazos comunes de estas generaciones, ya no desde el arte –aunque en este se revierta cada acción o experiencia–, sino desde aquellos cambios sociales, comunicacionales y de desarrollo que nos definen e identifican dentro del avanzado nuevo milenio.
Estamos en una etapa de caos y crisis de la cultura, advertidos a través de la banalización y extrema globalización de sus presupuestos éticos. Incertidumbre, escepticismo, mito e ilusión son algunos de los adjetivos con los cuales Rewell define esta etapa y se adentra a explicarnos, o al menos a hacernos entender el por qué de la supuesta crisis. La cultura se maneja ahora desde ordenadores, redes inalámbricas, comunidades en red, todo es virtual, todo es creado, el placer de sentir las texturas de una pintura al óleo cada vez es más escaso.
El ensayo de Rewell trasciende los predios del arte y su función de someras palabras a un catálogo para instaurarse como un presagio, una advertencia de por qué no podemos nunca desligar, mucho menos ahora, las inquietudes artísticas de su contexto social, de su realidad más inmediata y asequible.
El arte una vez más está llamado a intervenir dentro de este caos, aunque ya desde hace mucho notamos en él una postura desentendida y alienante. Rewell, quien es juez y parte en la muestra, se aventura a introducirnos en las causas: “Las ilusiones de esta generación son las mismas de las anteriores, no somos menos comprometidos ni menos atrevidos. Simplemente experimentamos un cambio (lógico) de actitud. Nos hemos formado con malos ejemplos. Vivimos en un período marcado, sobre todo, por nuevas posturas sociales, políticas y estéticas”. El extremo de la bala es un libro, y me atrevo a clasificarlo como tal, necesario dentro del panorama cultural cubano cuya selección y concepción logra unificar una muy diversa y bifurcada década. Tal vez podamos notar ciertas ausencias de creadores –relacionadas en su mayoría con la no participación de los mismos en la exposición–* lo cual es lamentable si tenemos en cuenta que el catálogo, inevitablemente, trasciende la muestra y ha llegado para quedarse como referencia a la hora de adentrarnos a la producción artística del inicio del nuevo milenio.
Es precisamente esta responsabilidad con la que tienen que lidiar los artistas, su pertenencia a un cambio de siglo, de sociedad, de visualidad. La dinámica de las sociedades ha variado, somos ciudadanos del mundo aun desde esta pequeña y casi incomunicada isla. El arte joven es desenfadado y rebelde solo porque sí. Es además temerario y contestatario, cualidad que no debe perder nunca. Pero es necesario, a la vez, tener un alto compromiso intelectual y artístico, que no quiere decir convertirse en abanderados o enarbolar dogmas. Solo así encontraremos las verdaderas balas de “salva” para el futuro del arte cubano.