Juan Hernández Iglesias acostumbra a estacionar su Ford Phantom de 1935 justo frente al majestuoso Capitolio habanero, construido en 1929 y muy similar al de Washington DC. Allí lo encontré una tarde, cuando transitaba por la Avenida del Prado, donde se encuentra el Capitolio, y no pude resistir la tentación de detenerme e indagar por el vehículo.

En poder de Juan, desde hace unos veinticinco años, el automóvil se conserva en excelente forma. Coordinamos para una sesión de fotos y una entrevista que sirviera de soporte a esta página y, llegado el día, accedió gentilmente a permitirme conducir el Ford 1935 por las históricas calles del centro de La Habana. Pude disfrutar así del manejo de esta verdadera reliquia rodante e incluso, lo confieso, me alegré por primera vez en la vida de la congestión que siempre existe en esta zona, lo cual alargó el especial momento. Puedo asegurar que me sorprendió la suavidad de marcha, bien diferente a la vivacidad del Ford Modelo A que reseñamos en nuestro número 26, y una de las principales características buscadas por Ford para este vehículo cuando lo comercializó. El Phantom 1935 se mueve con ligereza, incluso dentro del incómodo tráfico de la zona, y el motor V8 original apenas se escucha. Su menor ancho, en comparación con los vehículos de hoy, lo hacen ideal para desplazarse por las típicas calles de los años veinte y treinta del pasado siglo que encontramos allí. Sin dudas, este auto fue diseñado para ellas, es el complemento perfecto para los edificios majestuosos, cargados de historia y anécdotas que encontramos al paso y que hacen a diario las delicias de miles de turistas. La carrocería y la suspensión, a su vez, están ajustadas de forma precisa, no hay traqueteos ni golpes y los frenos responden de manera absolutamente eficaz y segura. Su conducción resulta una verdadera alegría, un placer que luego, cuando regresamos al siglo XXI, podemos añorar. En todos estos años Juan reparó a fondo el vehículo una sola vez, cuando lo adquirió a trueque por un Chevrolet de la misma época, pero del cual recuerda poco. Hoy se apresta a retocar la carrocería y hacer un profundo trabajo de pintura. Busca desde algún tiempo el bello logo de V8, o las típicas bocinas, que iban al lado de los faros, características de este modelo y las cuales jamás ha podido encontrar pues, desafortunadamente, la historia anterior de este vehículo se pierde en la maraña de trasmanos que sufrió hasta llegar a su propietario actual. La versión más probable es que fuera importado, junto a algunas unidades más, para probar su desempeño en la fuerza policial de la época. Esto no resultaría nada descabellado si consideramos que el motor V8 le confería al Ford 1935 un atractivo irresistible tanto a las fuerzas del orden, como a las pandillas de entonces en Norteamérica. Tuvo, por años, una gran ventaja sobre Chevrolet. El Ford 1935 Para ese año Ford introdujo importantes cambios en sus vehículos. El uso del motor V8 permitía a Ford mejorar considerablemente las dimensiones, y proporciones, tanto del chasis como de la carrocería. Todo ello se traducía en una mejor calidad de marcha y, en verdad, en muchos casos comparable a autos de mucho mayor precio. En los años treinta esto era crucial. El chasis del Ford para 1935 era dos y media pulgadas (unos 6.3 cm) más bajo y el motor había sido desplazado 8.5 pulgadas (21 cm) hacia delante. Todo ello permitía trabajar con la distribución de los espacios interiores, mejorar el centro de gravedad y la forma en que llegaban las cargas del camino a los pasajeros. El protagonista del Ford 1935 era, sin dudas, el motor V8. Este tenía varios elementos novedosos, como era una tapa de aluminio, pistones de aleación de bajo peso, múltiple de admisión en aluminio y carburador Ford de doble cuerpo. El sistema de enfriamiento incluía termostato y la lubricación, por presión, llevaría la delantera a los Stovevolt de Chevrolet por los próximos veinte años. En confort y comodidad el Ford incluía elementos hoy olvidados como asideras (en los coupes) en las columnas interiores, el parabrisas trasero bajaba como una ventanilla, y la pizarra llevaba todos sus instrumentos eléctricos, incluido medidor de temperatura del motor.