Austin Healey 1957
Olga Álvarez Llanera, y su familia, adquirieron el singular deportivo en el año 1960, en el concesionario de la marca existente en La Habana en aquel entonces. Unos médicos lo habían importado unos meses atrás y, al decidir emigrar, lo dejaron para su venta. Se trata de un Austin Healey 100-6, de los primeros BN-4 fabricados en 1957, con timón a la izquierda, para comercializarse en América del Norte. El bólido inglés se mantuvo en su familia por décadas hasta que, en 1994, los años y la economía familiar hicieron imposible continuar atendiéndolo. Quedó entonces arrimado, en el garaje de la casa hasta el año 2010, cuando se decide su venta. Aquí es donde comienza la historia para Armando, cuando conoce de su existencia y llega hasta Agromar, un reparto en el turístico balneario de Guanabo –a unos 35 km al este de La Habana– para conocer a Olga y su singular vehículo.
Conoce los detalles del auto y conversa largo con la dueña. Le insiste en su intención de restaurarlo y queda a la espera de su decisión. Sin embargo, no sería hasta finales del verano del año próximo que recibiría, sorpresivamente, la llamada de Olga para confirmarle la venta. Al parecer ella había hecho todo un “casting” para escoger el comprador del auto, y Armando resultó escogido, sin que hasta ahora sepa con certeza el porqué. Así, concreta los detalles y pone manos a la obra. Se traza toda una estrategia de restauración, recabando información y reuniendo recursos. Un amigo mecánico, Ricardo Medell, resulta vital en todo el proceso. Él tiene documentos, catálogos y especificaciones de la época sobre ese modelo y, además, un taller a las afueras de La Habana donde se realizará el trabajo. Armando complementa los conocimientos con búsquedas en blogs, fórums y sitios que visita en Internet, esta herramienta hoy tan útil, como indispensable.
Como siempre sucede, aparecen imprevistos. El motor, supuestamente en buen estado, debe ser reparado. Esto obliga a cambiar el cronograma, buscar más fondos y partir del concepto de que todo debe ser revisado. La familia bautiza al auto como la “Austina” por ser la niña mimada de Armando, y acaparar su tiempo casi por completo. El motor necesitó recambiar las camisas, pistones, juntas y rectificar tapas y cigüeñal. Lo escribo en una línea, pero los que conocen saben que lleva tiempo, precisión y hasta suerte. Para fortuna de Armando, la caja de velocidades solo necesitó una buena revisión y reconectar el overdrive. Los años la trataron con bondad y se encontraba en muy buen estado. Los frenos, dirección y suspensión necesitaron mantenimiento, ajustes y recambios de algunas piezas. Sin embargo, el Austin Healy conservó muchas de las piezas originales, pues Armando trazó el criterio de que “cada tornillo es recuperable” lo cual no solo disminuyó gastos, sino le añadió interés e hidalguía al Austin Healey.
Luego se hizo necesario ocuparse de la vestidura y la carrocería, ambos con niveles de deterioro, pues el ambiente costero de Guanabo es muy agresivo. En ambos se hizo un trabajo correcto, llevando el auto hacia los patrones originales, aunque en la pintura no se aplicó la combinación a dos tonos de la época, por razones de disponibilidad. Se cuidaron multitud de detalles: la pizarra, los herrajes, las cerraduras, logotipos y aun se trabaja en otros. La expectativa es lograr una alta originalidad, también en los elementos estéticos y de imagen. Al final, la pasión aparece detrás de tanto esfuerzos, tiempo y recursos dedicados, siendo la única razón verdadera para emprender tan singular aventura.