Los diseños de la Obra Pía
El tema de conversación podía ser cualquiera. La llegada a puerto habanero de un bergantín con nuevas mercaderías, el sorteo anual de las dotes para muchachas pobres o huérfanas que la filantropía del capitán Don Martín Calvo de la Puerta y Arrieta dejó instauradas en su testamento de 1669, o él último sombrero de moda llegado de Europa.
Pero mientras hablaban, las manos de las mujeres habaneras de la Colonia obraban milagros, a la par que entretenían sus tardes: deshilaban, tejían, montaban alforzas o componían el fabuloso frivolité, o el rococó, que anda en peligro de caer en el olvido.
Quizás las sombreadas estancias de la Casa de la Obra Pía –nombrada así gracias a la decisión magnánima de Calvo de la Puerta- presenciaron hace siglos escenas como esa. Cualquiera sabe. Lo que si nadie duda es que hoy, si las paredes hablaran, mucho podrían enseñar de puntos de tejido y bordado a mano.
Un grupo de mujeres –ya suman 32-, bajo el amparo de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, se empeñó hace una década en rescatar tradiciones de las artes manuales que la vida moderna, con sus prisas y maquinarias, desterró de la cotidianidad.
Hacedoras de encajes como el de Bolillo, prácticamente desaparecido de la Isla, crochet, patch work y bordado a mano, se reúnen en la Hermandad de las Tejedoras y Bordadoras de Belén, un gremio al estilo de congregaciones de la Colonia. A la par que recuperan las costumbres de sus antepasados, hallan en la asociación una nueva forma de sustento económico y reconocimiento social. El bordado y el tejido dejó de ser un entretenimiento para brindarles la riqueza de la creación artística.
En la esquina de Obrapía y Mercaderes, en La Habana Vieja, son vendidas las más exquisitas creaciones manuales, trabajos de muñequería, piezas de parches y cojines. Talleres infantiles, pasarelas y exposiciones completan la obra.
Según las artistas –algunas incorporadas a la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas, ACCA- las piezas a partir del crochet y el deshilado son de las más demandadas. Pero el taller de confecciones pone a disposición del visitante perchas bien surtidas con diversos vestidos, blusas y pantalones adornados con encajes, calados y bordados.
La guayabera bordada a mano, tanto para hombres como para mujeres, en diversos colores y modelos, impera en estos dominios de la tradición, que también reservan un espacio para quienes prefieren las ropas creadas a la medida.
El espíritu de los diseños, por si fuera poco, tiene que ver con esa creación fresca -de tonos vivos en lino, algodón y otros géneros vaporosos- que va bien con el clima del Caribe, caluroso y de sol abrasador.