En lo que fuera un terreno cenagoso baldío de la antigua ciudad, a finales del siglo XVIII se levantó lo que hoy se considera uno de los emblemas indiscutibles de la capital cubana

La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones cumplirá este año su primer cuarto de siglo en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, habiendo sido seleccionada, junto con el Parque Nacional Histórico La Citadelle-Sans Souci-Ramiers, en Haití, los dos primeros sitios de patrimonio mundial del Caribe, entre los 19 que actualmente distinguen a los territorios de esta subregión, de los 830 sitios mundiales reconocidos hasta la fecha por el Comité del Patrimonio Mundial de la UNESCO.

En un suave terreno ligeramente ondulado, en caída hacia una hermosa bahía, se asentó la primitiva villa de San Cristóbal de La Habana en 1519, que fue creciendo sustentada en un trazado reticular y la masa edilicia se aglutinaba alrededor de las plazas de Armas y de San Francisco, muy cercanas o en el propio litoral de la bahía.

Sus calles se fueron delimitando de este a oeste como la del Obispo, la del Empedrado y la Real o de la Muralla; y de norte a sur como la de los Oficios, la de los Mercaderes y la de San Ignacio. Ésta última, con la del Empedrado, limitaban un terreno anegadizo, que en el siglo XVII era conocido -por sus condiciones insalubres-, como plazuela de la Ciénaga, casi un basurero de la villa.

Allí había un aljibe que precariamente abastecía de agua a los vecinos y a las naves surtas en puerto. Luego llegó un ramal de la Zanja Real al anexo callejón del Chorro, asegurando el suministro a una casa de baños públicos.

En el siglo XVIII, el perímetro construido se transformó radicalmente, en parte debido a los avatares de la orden de los Jesuitas -expulsada del imperio español por Carlos III hacia 1767-, que venía desde 1748 levantando la iglesia de su colegio San José establecido en la calle San Ignacio con entrada frente a la calle Tejadillo.

Aquella construcción sin terminar y abandonada por sus promotores, fue ocupada en 1772 por la Parroquial Mayor, y se completó en 1777, siendo consagrada Catedral en 1788. En lo adelante hasta nuestros días aquel espacio urbano fue conocido como plaza de la Catedral y se convirtió en un lugar emblemático de la ciudad.

Los vecinos transformaron sus viviendas para tener vistas y entradas hacia y desde el revalorizado sitio urbano, o se levantaron nuevas fachadas y portales en su perímetro liderado por la extraordinaria fachada de la Catedral.

El lugar, animado por los pregoneros y el sonar de las campanas, era escenario también de las festividades religiosas, además de marco predilecto de la nueva y opulenta aristocracia criolla para dejarse ver, con exhibición de carruajes tirados por caballos de pura sangre, conducidos por negros esclavos, los llamados caleseros, enjaezados igual que las bestias para vanidad de sus dueños con hebillas, botones, espuelas, guarniciones, galones, escudos y arreos de seda y plata de ley.

La Plaza de la Catedral tuvo cambios en distintas épocas. Al centro existió una alta farola de sencillo diseño de alumbrado de gas, otra de dos brazos con sendas bombas de cristal opalino para bombillas eléctricas que emergía de una fuente circular (abrevadero de bestias), otra que simplemente emergía del terreno con dos largos brazos curvos de los que pendían bombas de cristal y tenía a su lado un pilarote o pila de agua.

El pavimento cambió de tierra apisonada a empedrado, después a adoquinado de granito y por último (1930) recibió un diseño en grandes bloques de granito obra de J.C.N. Forestier, - célebre urbanista francés- que actualmente se conserva. El más notorio de los cambios fue el retiro del revoque de los paramentos dejando la piedra expuesta en las casonas de Lombillo, Arcos y Bayona, hacia 1935.

La casona de Lombillo -a la izquierda de un observador situado en el atrio de la iglesia-, tuvo una ampliación obligada para guardar la altura de su predecesora, la nueva fachada posterior de la casona de los marqueses de Arcos.

Frontal con la catedral, se levanta la casona de los Condes de Casa Bayona, más antigua que sus vecinas y que nunca llego a tener portales. En la esquina de la calle San Ignacio con el callejón del Chorro se levanta la casona de Antonio Abad y Valdés-Navarrete, de recia apariencia y espléndida portada barroca.

La conocida como Casa de Baños, de diseño neocolonial (1935), armoniza con los valiosos exponentes que la rodean. A su lado la casona de los Marqueses de Aguas Claras, con portal, sin zaguán y el típico patio central. A la derecha, si se atraviesa la calle Mercaderes, encontramos el palacete de la familia de los Condes de San Fernando de Peñalver, tronco de muchos de los títulos nobiliarios de la oligarquía colonial.

La Catedral tiene una excepcional fachada resuelta como un gran retablo, en tres cuerpos correspondientes con las naves y dos niveles en altura -elaborado hastial de perfil mixtilíneo-, que incorpora las típicas consolas jesuíticas y el óculo cuadrifoliado. Los nichos y las encrespadas cornisas, exaltan la lectura barroca de este exponente singular en su época, cuya fama ha trascendido internacionalmente.

Un rotundo contraste se establece con las torres laterales de austera presencia. Igualmente resalta el atrio, elevado sobre el terreno, que tuvo baranda, luego abierto y finalmente restaurado en 1935.

Su interior ha sido transformado a lo largo del tiempo desde el siglo XVIII hasta el siglo XX, cuando fue visitada por el Papa Juan Pablo II en 1998. El obispo Juan José Díaz de Espada -partidario entusiasta del neoclacisismo-, cambió a principios del siglo XIX los altares barrocos por los actuales, colocó un templete circular en el centro de su presbiterio y oleos pintados ocuparon el sitio de las imágenes talladas. El coro de los canónigos se recortaba sobre la pintura mural de ilusión (trampantojo) que prolongaba visualmente la nave central.

Otra intervención ocurrió en 1950, cuando -promovidas por el cardenal Manuel Arteaga-, se realizaron obras bajo la dirección del arquitecto Cristóbal Martínez Márquez. Se sustituyó la cubierta original de techo a dos aguas de madera y teja de barro con falso techo pintado, por bóvedas y la cúpula del crucero en cantería. Los restos de Cristóbal Colón -descubridor de América e introductor de la fe cristiana-, estuvieron en la Catedral de La Habana, en un rico y majestuoso sepulcro, actualmente en la Catedral de Sevilla, a donde fueron trasladados tras terminar en 1898 la dominación española en Cuba.

Otra intervención en la Catedral, la de 1998, fue necesaria para lograr una posición jerarquizada para el trono que habría de ocupar Juan Pablo II. Fue imprescindible trasladar a la capilla de Loreto el rico templete neoclásico y reestructurar el coro de los canónigos, liberando así la sacristía de una agresiva intromisión en el noble local que conserva el mobiliario del siglo XVIII.

La Catedral de La Habana es el único exponente cubano citado en el Atlas del Barroco Mundial, propuesto en 1994 por el proyecto «Los Espacios del Barroco», de la UNESCO, donde la caracteriza por su «fuerza y agilidad», atributos permanentes por encima de la voluntad de los hombres.

La Plaza de la Catedral constituye uno de los espacios urbanos más valiosos del Centro Histórico de La Habana, que junto a su sistema de fortificaciones fueron incluidos por la UNESCO en la lista del Patrimonio de la Humanidad.