El esplendor de su pasado colonial asoma en las fuentes, plazas y monumentos de esta añeja ciudad que duerme desde hace siglos a los pies del Volcán de Agua

Desandar Antigua Guatemala es viajar al pasado. Los aires coloniales de sus primeros días siguen vivos en sus calles empedradas, sus plazas, conventos y edificios. Pórticos bellamente labrados, hermosas aldabas fundidas en bronce, vistosas fuentes de piedra todo parece suspendido en el tiempo.

Hasta sus habitantes, ataviados con sus coloridos trajes hacen pensar al viajero en aquellos días de 1543, cuando la ciudad fue fundada bajo el nombre de Santiago de los Caballeros. Antigua Guatemala esconde tras su aire apacible y tranquilo, su condición de ciudad situada sobre un cinturón de placas tectónicas, cuyos movimientos han provocado a lo largo del tiempo varios sismos y erupciones volcánicas que obligaron a cambiar el asentamiento original de la ciudad en tres ocasiones durante la etapa de la colonia. Desde el Cerro de la Cruz, se divisa toda la ciudad, enclavada sobre el Valle de Pachoy y custodiada por tres volcanes: el Volcán de Agua, el Volcán Acatenango y el Volcán de Fuego.

Antigua fue la primera ciudad planificada del Nuevo Mundo, con un trazado urbanístico bien cuadriculado, proyectado por el arquitecto italiano Juan Bautista Antonelli, que tuvo como punto de partida su Plaza Mayor, a partir de la cual fue creciendo la villa. Tan solo en edificaciones de carácter religioso, Antigua llegó a sumar 38 templos y conventos, 15 oratorios y varias ermitas, muchas de las cuales son hoy lugares de peregrinación como el Templo y el Convento de La Merced, una de las edificaciones más bonitas de Antigua, construido en 1546, con sus tres naves cubiertas de cúpulas y en cuyo interior se encuentra la fuente más grande de toda la ciudad.

La ciudad tiene vistas clásicas que la singularizan como el Arco de Santa Catalina. Este emblemático monumento en forma de arco sobrevolando la calle, se realizó a fines del siglo XVII con el único fin de permitirles a las monjas de clausura el acceso entre las dos alas de su convento, evitándoles el trasiego por la vía pública.

De este pasado hispánico hablan también los tanques de agua o lavaderos públicos a la sombra de portones y todavía en uso por sus actuales habitantes; los telares de cintura o palitos donde las mujeres dan vida de forma artesanal a vistosas telas y a infinidad de prendas; o su famosa Catedral, reconstruida varias veces desde el siglo XVI, pero que aún muestra orgullosa sus cinco naves abovedadas y su rica fachada, ornamentada con sus bellos capiteles, cornisas y columnas.