Arturo Montoto, artista de la plástica

Desde pequeño lo apasionaron las frutas del campo, los paisajes, pero también los ambientes de la ciudad. Llegó buscando un camino diferente a plasmar en su obra esos espacios escondidos, donde la vida parece detenerse y sin embargo, allí está. Y buscando el color tropezó con lo gourmet, para darle un nuevo sabor a la pintura cubana.

Hoy, posiblemente sea uno de los plásticos cubanos contemporáneos que más reconocimiento tenga, y a su vez goce, incluso entre los más jóvenes, de ese concepto extraño, amorfo y como él mismo dice más dependiente de las modas que de los modos que se denomina «fama».

Pero eso no le preocupa mucho a Arturo Montoto, «no porque lo considere de poca importancia, sino porque creo que es peligroso confundir el éxito de mercado con el verdadero arte, y porque he llegado a una etapa de mi creación en la cual lo que más me interesa no es si soy de eso que llaman ‘la vanguardia’, sino que mis cosas transmitan algo a la gente».

Reconocido por sus espacios citadinos, por esos escalones perdidos en una ciudad que se resiste a morir, por la plasticidad recurrente en su obra, que a veces parece volver a los antiguos bodegones y otras al complejo mensaje que puede transmitir la simplicidad de una fruta o algún implemento, Montoto confiesa que no está «apurado» por pintar.

«Porque no quiero hacer un cuadro corriendo para complacer a nadie, prefiero antes que producir mucho, producir bueno. Y además, estoy obligado a ello por mí mismo». Amante del buen beber y comer, que practica con gusto pero sin dejar a un lado esa modestia y frugalidad innata de quien nació guajiro y no ha perdido nunca su raíz, el artista entiende como natural la tendencia actual a fundirse la plástica con el mundo gourmet, como expresión de buen gusto, algo que poco a poco se recupera incluso en su Cuba natal.

«Nosotros, como cubanos, creo que necesitamos un poquito de modestia para reconocer que cuando servimos a alguien no nos denigramos por ello. Servir es un arte. El hombre se hace grande cuando sirve, siempre y cuando no confunda esto con el servilismo».

«En la antigüedad, era tan artista un cocinero como un pintor, o un elaborador de vinos. Todos tenían su ‘arte’ en el oficio que practicaban. Y poco a poco se debe ir rescatando ese respeto por el ‘oficio’ de saber hacer algo con calidad».

Por eso, Montoto cree indispensable recuperar ese ‘refinamiento social’ que se ha perdido, que para él no son más que los principios de educación elemental que deben regir toda sociedad, y que se han ido denigrando. También valora como positivos los esfuerzos que se hacen en este sentido, aunque reconoce que muchas veces, ante el éxito que tienen determinadas «profesiones» en el mercado, se suman gente a ellas que no tienen ni el «oficio» ni mucho menos el «arte» para practicarlas. «Al final las aguas siempre cogen su nivel.

Siempre el sentido común de la gente pone las cosas en su lugar, porque con el tiempo el olfato y la intuición le van diciendo dónde está el verdadero arte, ya sea en un cuadro, una obra teatral o una creación culinaria». Eso explica, según el artista, su tranquilidad ante la profusión de obras que la ‘institución arte’ legitima como tal, aunque en muchas ocasiones quienes la pongan desconozcan las cualidades y las calidades de una verdadera obra artística.

«En el mundo actual, donde el lenguaje verbal se empobrece cada vez más, la información visual adquiere mayor preponderancia, y nadie –ni siquiera Cuba- escapa a esta tendencia, porque muchas veces el mercado legitima algo que se considera falsamente ‘arte’, y eso está fuera del alcance de uno como individuo».

«Sin embargo, el ser humano siempre lo entiende todo, sabe detectar dónde está el verdadero profesionalismo, en cualquier de las facetas de la vida, ya sea en una pintura o en un plato de comida». «El artista, sea pintor, enólogo o chef de cocina, no crea solo para sí mismo, sino también para un público, y yo confío plenamente en la intuición a la larga de ese público para determinar quién es el verdadero artista». «A lo mejor yo mismo no seré nunca de esa vanguardia artística. Pero a lo mejor mis obras quedan en la gente para la posteridad, y eso me da tranquilidad».

«Creo que necesitamos un poquito de modestia para reconocer que cuando servimos a alguien no nos denigramos por ello. Servir es un arte»