- Música y turismo matrimonio en el aire.
Desde hace años, en diversos foros efectuados a lo largo y ancho de Cuba se habla acerca de la oferta de productos musicales no solo como una de las manifestaciones de mayor pegada de nuestra cultura, sino de lo mucho que la música pudiera contribuir al desarrollo del turismo internacional en el país. Esto es algo reconocido incluso por los directivos del propio Ministerio de Turismo. Sucede que, para decirlo en vocabulario económico, funcionar adecuadamente dicha relación y no como lo ha hecho hasta el presente podría ser una sinergia beneficiosa para el país, para la industria turística y para la musical.
En tal sentido, me vienen a la cabeza varias preguntas formuladas por el académico y profesor universitario Lázaro J. Blanco, en un artículo suyo dedicado a analizar el fenómeno de la música en los hoteles cubanos. Entre los cuestionamientos que, con total razón, el investigador formulaba, cabe evocar: ¿Se aprovecha semejante oportunidad para la promoción de la música cubana y el incremento al valor añadido para el producto turístico? ¿Se le oferta al turista nuestra música? ¿Se le propicia la asistencia a los conciertos de artistas cubanos que se realizan en la región donde está enclavado el hotel? ¿Se le venden en los hoteles CD, DVD, posters y otros productos musicales? ¿Dispone el turista de una oferta televisiva donde pueda apreciar a nuestros artistas?
Las respuestas negativas a estas preguntas no solo dependen de la buena o mala gestión del Ministerio del Turismo, sino que también tienen raíces en nuestro pasado cercano. Sucede que hasta 1990, es decir, en la etapa comprendida desde inicios de la Revolución y hasta la irrupción en el país de lo que se ha dado en llamar Período Especial, la producción discográfica era parte del sistema cultural del país y no tenía una proyección comercial.
Fue a partir de la nueva realidad surgida tras la desaparición del otrora campo socialista, que en Cuba la concepción de las funciones de la música comenzó a cambiar y a introducirse la idea de la aparición del mercado con su regla de oferta y demanda, así como el sueño (aún irrealizado) de desarrollar una industria musical —donde el disco juega un importante rol—, área en la que el aprendizaje ha sido muy lento y en extremo complejo.
En Cuba estuvimos muchos años al margen de lo que todo el mundo hace en materia de marketing, que tiene específicas y puntuales formas de acometerse, en lo cual a escala internacional ya se ha recorrido un gran trecho, mientras nosotros casi seguimos gateando. El no saber interactuar en ese terreno ha sido tremendamente costoso para el país, tanto en lo económico como en lo artístico. Tristemente, ese trabajo poco eficiente ha afectado no solo a las arcas de la economía nacional, sino lo que resulta todavía peor: a nuestro talento musical.
No está demás reiterar que la Revolución nunca estuvo centrada en que la música fuera generadora de ingresos, veía su cultivo como una forma del nivel espiritual. Hoy en día las condiciones han cambiado y para mantener incluso esa vocación de la dirección del país de que siga llegando la cultura a todos los rincones hace falta economía. A tono con lo antes expuesto, la incipiente industria nacional de la música ha dado un paso adelante con las celebraciones de Cubadisco.
En opinión de distintos analistas de la esfera, el principal objetivo del evento de la fonografía nacional ha de ser, por una parte, un punto de referencia, y por otra, una inmersión en el cambiante universo de las ediciones musicales. Así, la ocasión propicia el encuentro de artistas y ejecutivos de diferentes empresas discográficas. El certamen resulta además de suma importancia, pues en sentido general, la producción sonora —como parte de la cultura cubana gestada en el país y allende los mares— está urgida de una indispensable jerarquización que ponga cada cosa en su lugar y establezca quién es quién. Con ello, al menos, se compensan en algo las veleidades y desvaríos de los medios de comunicación, en especial la radio y la televisión, los cuales —como demuestra un análisis integral de la difusión que han recibido las nominaciones y los premios de Cubadisco desde 1997 hasta la actualidad— siguen en muchos casos sin divulgar y promover lo mejor que en materia discográfica sucede en el país.
Según el ya desaparecido Ciro Benemelis, fundador y presidente durante años del Comité Organizador de esta feria discográfica, «Cubadisco ha propiciado el desarrollo de la industria discográfica y la promoción de la música cubana, ha llamado a una reflexión seria acerca del papel de esferas complementarias de la discografía como es lo concerniente a los derechos editoriales y autorales, un campo que francamente tiene una inmensa perspectiva. Se puede afirmar que invertimos para el futuro. El producto música cubana, por su calidad y la fuerza que gana cada día en diversos mercados merece este esfuerzo».
Se comprenderá, pues, que la naciente industria nacional de la música viene al mundo rodeada de dificultades. Una exégesis que aspire a ofrecer una mirada totalizadora en torno a los actuales avatares del disco cubano no ha de obviar dicha realidad. No obstante, los especialistas de la materia concuerdan en que en la producción discográfica nacional hay una relativa diversidad en la propuesta de la cual no se hacen portavoces los medios de comunicación. Quien formule un análisis integral de los discos que han sido nominados y/o premiados por el Comité del Cubadisco desde la aparición del certamen hasta nuestros días así lo podrá corroborar.
Por supuesto que todavía falta mucho en cuanto a la diversificación de la propuesta discográfica llevada a cabo en el país. Una revisión de las cantidades de fonogramas por categorías presentados a las nominaciones del Premio Cubadisco, durante sus distintas emisiones, pone de manifiesto el inexistente equilibrio entre géneros a la hora de grabar. Por mencionar algunos ejemplos, brillan por su ausencia los fonogramas que registren la obra del importante movimiento de compositores de música académica contemporánea que hay en el país y que tanto interés despierta en determinados ámbitos a nivel internacional. Asimismo, nuestras discográficas no se animan a grabar a representantes del canto lírico nacional, un estilo en el que Cuba sentó cátedra y llegó a ser tiempo atrás la segunda potencia de Hispanoamérica, pero que hoy no cuenta con un mínimo estímulo para su desarrollo.
El hecho de cohabitar dos dinámicas en la circulación de la discografía, una interna y otra externa, en la cual habría que incluir la del mercado de fronteras, complejiza de forma ostensible el fenómeno. El carácter dual del mercado para el disco nacional origina que a diferencia de las casas disqueras en el extranjero, las que en primera instancia producen para el consumo en las naciones donde están asentadas, las cubanas no editan material para ser comprado por el melómano del país, sino que persiguen la búsqueda de moneda libremente convertible, a tenor con los requerimientos del autofinanciamiento. Dicha situación repercute, incluso, en la concepción del libreto-portada adjunto al CD, ya que al estar orientado en lo fundamental hacia el público foráneo, el diseño tiene que ser tan atractivo como para captar la atención de un comprador que muchas veces, si acaso, posee una idea somera de lo que va a adquirir.
Esta clase de inconvenientes, a los que por ahora debe enfrentarse la discografía del patio, empezará a solucionarse cuando pueda hablarse de la aparición de un verdadero mercado nacional para la cultura, con el suficiente grado de solidez como para que, en él, productos como el disco, el libro, el cine o los procedentes de las artes plásticas alcancen su realización económica con el dinero del destinatario natural para el cual están concebidos como creación artística. Mientras tanto, tampoco en materia de discos —y pese a determinadas peculiaridades que lo diferencian de otras manifestaciones del arte— ha de hablarse de un mercado nacional con todas las de la ley, sino de uno en el que los cubanos participamos en calidad de exportadores del producto fonográfico hacia el mercado internacional o el de fronteras, y no en términos de consumidores, pues intervenimos en la oferta y no en la demanda.
Lo anterior nos vuelve a traer a la relación entre música y turismo y en ese sentido, echo mano de nuevo a las palabras del doctor en Ciencias Lázaro J. Blanco cuando pregunta: «¿A cuánto pudiera ascender el ingreso del país y de las instituciones comerciales turísticas, si se pudiera vender un CD o un DVD a cada uno de los más de cuatro millones de turistas que nos visitan? ¿Cuánto podría ganar el país si esos turistas participan en algún concierto en un teatro o incluso en áreas de libre acceso? ¿Cuánto ganaría el producto turístico ofertado a los visitantes si además de las ofertas tradicionales, como el sol y las playas, se les oferta música cubana en todos sus géneros, tipos y formas?».
A semejantes cuestionamientos yo añadiría otros al pensar en la tan llevada y traída posibilidad del desarrollo de la industria de la música en nuestro país: ¿Cómo relacionar en Cuba, de una manera equilibrada y sin detrimento de las partes, la música y el mercado? ¿Por fin, en el contexto cubano, el disco es un producto cultural o una mercancía más? ¿Cómo proteger al músico y al género o estilo cuyas propuestas, por sus características específicas, no encajan en la ley de relación entre oferta y demanda? ¿Cómo solucionar el tema de la promoción, en un contexto donde lo más favorecido no coincide siempre con lo más artístico?
La complejidad de estos cuestionamientos y de otros muchos que pudieran añadirse me lleva a concluir que la discusión sobre la actual problemática de nuestro universo musical y de su relación con el turismo rebasa con creces los límites de un artículo como este, aunque confío en que, por más complicado que resulte el asunto, el presente texto aporte su granito de arena a fin de que un día no muy lejano, si se solucionaran las deficiencias objetivas y subjetivas que aún imperan, la música también podría ser una industria con fuerte aportación a la economía nacional.