Pinar del Río.Donde nace el Habano
Para muchos, la provincia más occidental de Cuba es la más hermosa del país. Entre sus encantos y parajes que son el ideal del más experimentado ecoturista, abriga una verdadera joya de la naturaleza mundial, el Valle de Viñales, declarado por la UNESCO Paisaje Cultural de la Humanidad; mientras, en las fértiles tierras de San Juan y Martínez y sus alrededores, se cosechan las hojas del mejor tabaco negro del mundo, con las que se elaboran los Habanos.
Soy guajiro y soy veguero y en el campo vivo bien, porque el campo es el edén, más lindo del mundo entero, canta alegre –en versión muy personal–un campesino de Las Maravillas, estos versos del conocido son montuno de Guillermo Portabales, de camino hacia su pequeña vega cerca de la carretera en las inmediaciones de San Juan y Martínez, donde nos hemos detenido a hacer unas fotos, atraídos por el paisaje de postal. «Estoy feliz porque estamos ya en corte y la vega se ha portado bárbara». A la vista se abre una sucesión de miles, millones de hojas de tabaco de un intenso color verde, como un mar… Varios vegueros se acercan a saludarnos. Tienen las manos renegridas por la resina que desprende la planta al momento de cortarle sus folios y que se les adhiere a los dedos, pegajosa. El único instrumento que utilizan es una pequeña cuchilla y, además, unas canastas de fibra vegetal en las que sacan del campo las hojas para el ensarte. Toda la operación la dirige a lo largo de unos 90 días, desde el transplante de las posturas traídas del semillero hasta el final de la cosecha, el veguero jefe o la veguera, pues hay que decir que en este complicado faenar, han aparecido algunas mujeres con gran éxito. A lo lejos se alzan hermosas las palmas; un panorama de tierras onduladas donde trabajan los guajiros se distingue hasta el horizonte por los cuatro puntos cardinales, con unas casitas simples pero atildadas que en Cuba llaman bohíos, contrastando con la magna escala de las casas de cura del tabaco, gigantescos almacenes en el que comienza el largo recorrido de la hoja del tabaco después del corte, hasta que los torcedores las convierten en Habanos. Nos movemos entre San Luis y San Juan y Martínez, los nombres geográficos que identifican a la zona pinareña de Vuelta Abajo, a la que los amantes de los mejores tabacos Premium del mundo deben la existencia de este producto. Lo más cautivante resulta ser el carácter ancestral y remoto de un paisaje al que, quizás sin saberlo en su justa dimensión, deben los lugareños su trascendencia internacional, pues se trata de una espacio natural específico en el que durante siglos, han tenido cuna las más emblemáticas y demandadas marcas de este producto. Por eso, entre todos los sitios posibles donde comenzar un imaginario recorrido por el mundo fascinante del Habano, este es el punto de partida sin discusión alguna. La historia da cuenta de que fue a comienzos del siglo XVII que empezó a aparecer el tabaco como cultivo en las proximidades de los ríos Bayate, San Cristóbal, Los Palacios, Río Hondo, Guamá, San Juan, Cuyaguateje y, asimismo, en los fértiles hoyos de las montañas de la Cordillera de Guaniguanico, Guane y los Cayos de San Felipe, el actual Valle de Viñales. La hoja crecía exuberante, gigantesca, sana, con cualidades superiores en sabor y aroma como en ningún otro lugar de la Isla antes, favorecida por la naturaleza pródiga, lo que hizo que desde el siglo XVIII, Pinar del Río se alzara como el escenario más privilegiado de Cuba para estas producciones y que alrededor de ellas se creara toda una cultura, un modo de vivir que por momentos parece haberse mantenido intacto hasta nuestros días.
Camino hacia la cuna del habano Una buena autopista que sigue la dirección del recorrido sideral enlaza a La Habana con la capital provincial de Pinar del Río –de igual nombre–, el territorio más occidental de Cuba. Aunque el viaje toma cerca de dos horas, constituye un excelente aperitivo para cualquiera que se sienta atraído por el paisajismo y la naturaleza, antes de llegar 25 kilómetros después, a los predios tabacaleros de San Luis y San Juan y Martínez. Son pueblos simples de atmósfera colonial con una plaza central escoltada por la iglesia, algunos comercios, los servicios esenciales y ni una sola edificación que denote opulencia, en los que la gente vive a su propio aire y constituye el gran atractivo, por su gentileza y hospitalidad desbordantes. Todo en los alrededores –en el campo– tiene esta propia marca de vida sencilla y alejada de las preocupaciones del mundo moderno, lo que se expresa en la nobleza de los guajiros y en su apego a las tradiciones, el motor que en ellos mantiene vivo el amor por la tierra y el sentido de la perseverancia y de la voluntad como únicas formas de sacarle a la vega todo el provecho que ella puede darles. Ahí han permanecido a lo largo de siglos por muchas generaciones con una felicidad difícil de alcanzar en cualquier otro sitio, como una estirpe de antiguos caballeros. Un valle hermoso a la derecha de la carretera, siempre de diciembre a febrero cubierto por miles de plantas de tabaco al pie de unas grandes casas de cura con techo de zinc y paredes de tabla pintadas de cal viva, es el famoso Hoyo de Monterrey y está justamente a la entrada de San Juan y Martínez. En ese océano de hojas sobrenada un puñado de hombres y mujeres y es difícil creer que la vasta vega esté atendida por tan pocas manos. Autos con turistas a bordo se detienen y toman fotos para llevarse el recuerdo de una postal viva, que apenas constituye un anticipo del mágico y a la vez maravilloso mundo de la cuna del habano. Hacemos un alto en el pueblo para una merienda frugal; y la joven que nos sirve de guía, nos invita a recorrer otros muchos lugares campo adentro, de modo que tenemos el privilegio de contactar con algunos de los grandes vegueros de la zona y algo muy exclusivo –coincidiendo con el tema del XII Festival del Habano–, con algunas de sus vegueras. En San y Martínez, unas 15 mujeres se dedican a estas labores con gran sensibilidad y empeño. Hay algunas más sobresalientes y muy mencionadas por los lugareños como Laudelina Pozo Leal, de la vega Hoyo de Mema; Yoahanis Díaz Castillo, de la vega El Coco –ambas de tabaco tapado– o María Luisa Álvarez Alfonso, de la vega El Cafetal, de tabaco de sol. Sin embargo este homenaje de Excelencias a la Mujer en el Habano, es común para todas las vueltabajeras y cubanas que en el campo o en la industria, en forma directa o indirecta, participan en su producción, elaboración y comercialización, a través de los múltiples procesos que sigue el tabaco desde su estado de simiente hasta que se convierte en un Habano.
Laudelina Pozo Leal. Productora de tabaco tapado en Hoyo de Mena. Es veguera desde hace 10 años. Su vega es de 40 mil posturas con rendimiento de 447 quintales por caballería. Cuatro hijos varones y una hembra. «Al tabaco no se le puede descuidar ni un segundo. Conmigo trabajan en el campo los hijos y hasta algunos de los nietos cada vez que tienen un chance, para que no se nos atrase nada. Paramos lo indispensable al mediodía para almorzar y sólo cuando cae el sol, vamos a la casa, aunque pensando en que amanezca rápido, porque esto es como un vicio.»
María Luisa Álvarez Alfonso. Productora de tabaco de sol en la vega El Cafetal con 200 mil posturas y rendimiento de 445 mil quintales por caballería. Dos hijas y dos nietos. «El trabajo me ayuda a sentirme ocupada y, además, como que es fuente de felicidad y una manera de vivir, me da tranquilidad, pues usted sabe, el campesino vive de la tierra y ésta produce, si se trabaja, lo que es igual con la vega y el tabaco, que requieren de muchas atenciones y esmero.»
Yohanis Díaz Castillo. Productora de tabaco tapado en la vega El Coco durante cinco años. Ha promediado un rendimiento de 440 quintales por caballería, con 34 mil plantas. Tiene dos hijos. «Me gusta todo del tabaco, desde que se siembran las posturitas hasta ese momento en que empiezan a crecer y desarrollarse. Eso me distrae mucho, me gusta, a pesar de ser tan difícil y exigente. Por otro lado me obliga a estudiar, pues el clima y el tiempo han cambiado y siento que hay que apoyarse en las investigaciones que se hacen al respecto, sin abandonar la tradición.»