Como «La Guantanamera» o «Siboney», la expansión del «Chan chan» por el mundo ha hecho de esa pieza de Francisco Relipado (Compay Segundo) uno de los íconos internacionales de la música cubana. Sin embargo, pocos saben que el primero en incorporar a su repertorio el emblemático son montuno fue Eliades Ochoa. «En 1988 -recuerda Eliades- puse mi empeño en llevarme a Compay a Santiago de Cuba. Ya él andaba por los ochenta años y había estado algo alejado de los escenarios y se acababa de jubilar como tabaquero en una fábrica de La Habana. Yo estaba al frente del cuarteto Patria y no nos faltaba trabajo en la región oriental». Compay era un mito. La generación de trovadores y soneros santiagueros a la que pertenecía Eliades recordaba su prodigiosa voz de barítono en el dúo Los Compadres y, sobre todo, la raigal sabrosura de Macusa, Sarandonga y otras composiciones. «Como si fuera hoy mismo, tengo frente a mí la imagen del veterano. Me da un casete con unas diez obritas inéditas y al cabo me dice: '¿Qué te pareció esa del Chan chan?'. Una joya, le respondí y enseguida la montamos y grabamos. Después ya se sabe lo que ocurrió: Compay y yo abrimos el disco Buenavista Social Club con Chan chan e incluyeron nuestro dúo en la película de Win Wenders». ¿Necesita presentación Eliades Ochoa? ¿Será necesario decir que se trata de uno de los mejores compositores e intérpretes del son cubano de las últimas décadas, ampliamente reconocido por su discografía y atronadoramente aplaudido en Alemania y Estados Unidos, en México y España, en Gran Bretaña y Holanda, en Suecia e Italia? A los 61 años de edad suele decir que se siente tal como reza una de sus canciones más difundidas: «Estoy como nunca». Le gusta estar al día, experimentar con las raíces musicales que ha heredado, pero no olvida el repertorio tradicional, el que le ha dado a Santiago de Cuba una singularidad cultural. «A decir verdad -explica- Santiago no es una plaza que se distinga por el tabaco. Eso es cosa de Pinar del Río y de ciertas zonas del centro de la isla. Pero entre trovadores una fumadita no venía mal. De modo que me acostumbré al tabaco torcido». «Pero los más sabrosos de todos lo que he fumado en mi vida son aquellos puros que torcía Compay Segundo. Dominaba el oficio con una destreza incomparable. Puedo decir que el tabaco ayudó a acercarnos tanto como la música».