Jade Mountain Resort, St Lucia.

Una de las tradiciones más extendidas del mundo, la ceremonia de casamiento, cualquiera sea la religión o cultura de los contrayentes, suele constituir un momento muy recordado y especial. El Caribe es un entorno ideal para celebrarla.

El matrimonio es quizás una de las instituciones más viejas dentro de la sociedad moderna o al menos la que confiere cierto aire de civilidad, en comparación con aquellos tiempos –que hoy nos parecen bárbaros–, en que las mujeres se repartían como botín de guerra o eran raptadas de una tribu a otra. A medida que la sociedad, las leyes y el hombre intentaron volverse más civilizados, el matrimonio, en muchos de los casos, devino el espacio donde, históricamente, se han negociado el amor, la ruina de una familia o de un estado, la pobreza o la riqueza, el odio y el perdón. El cine, la literatura, los productores de radio y telenovelas no son los únicos que han hecho del matrimonio un suceso central, lleno de recursos dramatúrgicos y de todo el entramado legal y logístico que necesita una boda. Recordemos que ese es un momento muy especial en la vida de dos personas y quedará en la memoria de muchos para siempre.

A partir de los años ochenta del siglo pasado el turismo crea una nueva línea de trabajo donde recupera las tradicionales lunas de miel, pero ahora con una distinción más especial. El lugar del matrimonio, el momento en que firman los desposados, el vestuario, las fotos, la atención a los padrinos, notarios, testigos, familiares e invitados… y cuanto detalle exigen los merecimientos de un verdadero acontecimiento familiar y social.

En todo el Caribe las bodas tienen una connotación muy especial. Según la formación cultural o religiosa de la pareja se solicita una boda: vestidos de blanco o no, con smoking o sin él, ceremonias religiosas o civiles, en privado o en público, con música en vivo o grabada… Hoy la industria turística reconoce en el casamiento un nicho muy especial, que puede ser abarcado desde una o todas sus aristas, es decir, desde las despedidas de solteros hasta las famosas lunas de miel. Algunos hoteles dan cuenta incluso del alojamiento y el vestuario de los invitados, el alquiler del auto ceremonial, el encargo y el diseño de las tortas y todo el menú, hasta llegar a la espectacularidad de invitar a estrellas musicales o del cine a que animen la noche. Otras propuestas son las bodas a la orilla del mar, a bordo de un yate o ¡debajo del mar!, en un espectáculo donde se mezclan el buceo y el amor. Las iniciativas, por insólitas que puedan parecer, se negocian entre los futuros esposos y sus anfitriones, pero no hay límites a la hora de complacer deseos en un día tan especial.

A muchos les parece complicado, difícil o rocambolesco, pero también hay bodas muy sencillas, generalmente de parejas en segundas o terceras nupcias, o de una misma profesión o de un mismo credo religioso o existencial que también encuentran respuesta en las diversas formas de hacer turismo.

El Caribe, por su disposición natural, su diversidad y su abierta mirada al universo constituye un arcoíris de posibilidades, una puerta a ese privilegio de dos personas que, particularmente en lugares como México, Jamaica, Panamá, República Dominicana y Cuba, les esperan con los brazos abiertos, una grata y especializada atención y los mejores preparativos. Los interesados solo tienen que decidirse y viajar a ese lugar donde saben distinguir el acontecimiento único que es «su boda». El Caribe ofrece mil y un paraísos y una frase muy simple: «Los declaro marido y mujer…»