Parque Acuático Natural Las Estacas.
Balneario Natural Los Manantiales.

Estado de Morelos, México

LOS BALNEARIOS DE MORELOS SON UNO DE LOS PILARES DEL TURISMO DE SALUD Y BIENESTAR EN EL ESTADO MEXICANO

Cuna del Caudillo del Sur, Emiliano Zapata. Tierra que lo vio morir. Estado que ostenta el nombre de otro gran patriota mexicano, sacerdote además. Región de la Depresión del Balsas. Escenario para ver el Eje Neovolcánico. Lugar de históricas haciendas, balnearios, parques acuáticos, iglesias y conventos, lugar donde se baila la Danza de los Chinelos y se comen tamales picantes y dulces.
Breve descripción pudiera ser esta de Morelos. Brevísima, mejor. Y es que ese estado mexicano ha contrapuesto su riqueza histórica y cultural a su extensión. Su tamaño pequeño, geográficamente hablando, es antónimo de la gran belleza natural y arquitectónica que luce, así como del caudal de tradiciones que vale la pena conocer.
Localizado en el centro de México, Morelos se presenta como un estado de clima cálido, lleno de lugares idóneos para el conocimiento y la distracción. Y aquel que anda en la búsqueda de aguas termales, una vez que lo conozca sabrá que ha llegado al sitio perfecto. La balneoterapia, tanto recreativa como curativa, es uno de los pilares del turismo de salud y bienestar en la región. Agua Hedionda, Los Amates de Axochiapan, Real San Nicolás, Los Manantiales, Ojo de Agua y las legendarias Termas de Atotonilco son solo algunos de los balnearios que permiten a los residentes de Morelos y sus visitantes disfrutar las aguas termales. ¿Sabía que la leyenda cuenta que hasta Hernán Cortés visitaba las curativas aguas de Atotonilco?
De atractiva gastronomía –como auténtico estado mexicano que es–, envidiable patrimonio histórico y célebres carnavales, Morelos es gancho para el turista y orgullo de sus hijos. No obstante, dentro de su variado menú, desatinado sería negar que los balnearios constituyen platillos principales. Si se visita Morelos, experimentar las bondades de sus aguas mágicas es un deber. Y no se asombre si el deber, paulatinamente, se convierte en tradición.