BALLET y ARTES PLÁSTICAS HONRAN AL MUSEO DE BELLAS ARTES
La compañía dirigida por Alicia Alonso ofreció los días 26, 27 y 28 de abril sendos conciertos donde las artes plásticas, más que la danza, asumieron el protagónico.
Umbral, coreografía de la Alonso, evocó en ciertos detalles el estilo de uno de sus grandes maestros, George Balanchine, un genio de la plasticidad del movimiento. La musicalidad de la bailarina principal Grettel Morejón contribuyó a la elegancia de la puesta, pero sin dudas la escenografía de Zaida del Río empastada con un allegro de la sinfonía op.18, número 2, de Johann Christian Bach, roban la atención del espectador en esta obra. Bastaría tocar la pieza con ese telón de fondo, el goce estético seguiría siendo alto.
En cambio Evasión, de la creadora chilena Hilda Riveros, depende en lo absoluto de la expresión corporal para acercarse al posible ideario plasmado por Marcelo Pogolotti en su lienzo homónimo de 1937. La primera bailarina Yanela Piñera entregó su poderosa técnica al sentido provocativo del gran maestro de la vanguardia cubana.
Dentro de Flora, el coreógrafo Gustavo Herrera recreó la atmósfera de una serie de óleos de René Portocarrero realizada en la década de los años 60 del siglo XX, con tres elementos expresos: sensualidad, cubanía y femineidad. Mientras el vestuario de Julio Castaño captaba la visualidad de las obras, la coreografía de Herrera revivía el espíritu de la mujer cubana en aquella etapa libertaria, llena de desafíos y progresos. Pero si bien la obra estuvo acorde y funcionó en una época, en pleno siglo XXI el texto coreográfico amerita una revisión y al mismo tiempo un estudio por parte de las jóvenes bailarinas que rebase las mallas y puntas y escudriñe en lo social y cultural de la época.
Cuadros en una exposición, de Alicia Alonso, devino tributo multiplicado al emplear como escenografía 10 telones creados para la pieza por algunos de los pintores cubanos vivos más célebres del momento: Roberto Fabelo, Nelson Domínguez, Zaida del Río, Cosme Proenza, Arturo Montoto, Ileana Mulet, Alicia Leal, Ángel Ramírez, William Hernández, Alfredo Sosabravo y Agustín Calviño, alias Gólgota.
Tal y como se vio en los tiempos del Rey Sol, Luis XIV de Francia, y luego en los de Diaghilev, el célebre empresario ruso que llevó a París deslumbrantes espectáculos de ballet con diseños escenográficos de algunos de los mejores pintores de la primera mitad del siglo XX, la Alonso intentó reunir aquí a una corte de artistas plásticos.
La partitura del compositor ruso Modest Musosorgski, titulada igual que el ballet, Cuadros en una exposición, inspiró a la prima ballerina assoluta en la creación de esta obra estrenada durante el XX Festival Internacional de Ballet de La Habana. Los bailarines representan algunos de los personajes de los cuadros, pero la danza definitivamente cedió el protagonismo a la plástica escena tras escena.
Zaida del Río, dibujante, grabadora, ceramista e ilustradora, por solo mencionar algunas de sus habilidades, recreó el imaginario que la identifica dentro de un jardín de ancianos.
“Alicia me mandó la idea del proyecto, más la música correspondiente al telón y el texto. Yo los estudié, imaginé, ella me dijo: ‘Ponme a las mujeres-pájaros’ y a mí me pareció bien porque en definitiva a mí todos me reconocen por ellas, y en un jardín por qué no iban a estar?”, contó la artista, quien asiste a cuanto espectáculo de danza se estrena en La Habana.
Zaida se describe a sí misma como una mujer extraña y de alma libre. La sensualidad y el desafío la entusiasman. Los planos de lo espiritual y extraterreno le resultan más familiares. La danza y la pintura se le antojan medios de expresión ideales.
Por su parte, Nelson Domínguez casi delira cuando Alicia Alonso le pidió que creara un telón denominado Catacumbas para un ballet. El artista se brindó para pintar con sus propias manos la tela de 12 m de ancho por 8 m de alto. Sacó en cuenta que demoraría demasiado usando los finos carboncillos de siempre, y consiguió pedazos de troncos de árboles carbonizados. Con ellos obtuvo los trazos gruesos y el ambiente de las catacumbas que la bailarina y la obra clamaban. Tanto le convencieron los carbones gigantes como medio de expresión que les otorgó un protagónico en futuros dibujos.
“Primera vez que veía una obra mía tan grande y en un teatro. Fue una sensación fabulosa. La coreografía de Alicia con música de Mussorgski, me parece además de una idea extraordinaria, una creación juvenil y moderna donde existe una relación orgánica entre el ballet y la pintura. Ningún arte está por encima del otro, lo veo como una pincelada de danza y otra de pintura”, sostuvo Nelson, un guajiro que gusta trabajar a diario, como Picaso, pero entre tabaco y café, aire natural y música clásica.
El Museo de la Danza atesora un par de zapatillas de punta de la Alonso que la propia bailarina confió a Domínguez para que las decorara a su estilo y un retrato que ella le inspirara. “No soy buen bailarín, pero sí me gusta apreciar el movimiento de los otros”, reconoció.
Nelson y Zaida, como otros pintores, definieron además los diseños de vestuarios en sus escenas, transcribieron emociones y tal vez sin ponerse de acuerdo lograron captar la atención del público como en las grandes exposiciones, solo que esta, de gran formato, se disfruta desde un asiento, con música y performance incluido.