Supo su vocación desde niño. Seré pintor, se dijo. Y este pinareño nacido en 1966, entró a los doce años en el Estudio–Taller de Clemente Carreño, un maestro del paisaje. De él recibió las primeras clases y con él su vocación se hizo oficio, trabajo, arte. Fue en la Casa de Cultura de su ciudad natal donde obtuvo una beca para estudiar pintura en el curso de cuatro años de superación profesional de la Escuela de Arte del territorio, en la que se graduó en 1992.

Otra cosa es su experiencia práctica. Ha incursionado en el diseño, la creación de mobiliario, labores de ambientación, especialidades de la restauración... Porque, mientras estudiaba pintura, trabajaba en el Museo Provincial como Restaurador Principal. Y continuó especializándose en ello hasta obtener su graduación en el Centro Nacional de Restauración y Conservación de Monumentos (CENCREN) de La Habana, justo a tiempo para sustituir a su viejo profesor Carreño cuando éste se retiró.

Nunca ha existido conflicto alguno entre su actividad de restaurador y su gran obsesión profesional: la pintura de paisajes en óleo sobrelienzo. Triana se refiere a una primera etapa, cuando aparecían figuras en sus paisajes. Y más tarde, su decisión de mostrar sólo la flora en todo su esplendor. Ni realista, ni de ninguna otra forma que no sea «natural», mediante la recreación de la realidad con su imaginación. Y desde hace cuatro años, ésta otra, que llama sus «alucinaciones» y de la que ha concluido diez piezas.

Sin dejar el paisaje natural, ha desembocado —conceptualmente— en una actitud de denuncia medioambientalista o ecológica. Y la diferencia, no se manifiesta en una visión escatológica de su objeto; sino, mediante una distorsión pictórica —sobre el paisaje— en una forma circular, que tiende a mostrar una desaparición parcial de la imagen original. Aunque siempre quede un trozo de cielo azul, unas nubes o una palma. «Es que nunca me he sentido totalmente satisfecho con mis intentos por captar la sutil esencia de la naturaleza»