- Capitolio Nacional. Nuevas galas para una ciudad centenaria.
ESTA JOYA ARQUITECTÓNICA, CERRADA DURANTE MÁS DE OCHO AÑOS, RENACE HOY RESTAURADA EN TODO SU ESPLENDOR, COMO UN SÍMBOLO DE LA NACIÓN CUBANA
Como regalo a La Habana y a su gente, en el quinto centenario de la fundación de la ciudad, y gracias a la tenaz y paciente labor restauradora de la Oficina del Historiador de la Ciudad, el Capitolio Nacional exhibe hoy, aún sin estar concluido, las galas de los tiempos de su inauguración.
Cerrado durante más de ocho años, los habaneros y todos los que han estado en esta ciudad han podido apreciar el proceso de metamorfosis que le devolvió luz al Capitolio y belleza a sus jardines, como un símbolo de la nación cubana restaurado en todo su esplendor.
Más que museo, ha devenido en templo de culto a la Patria. En él se ha rescatado todo aquello que dio sentido a su magnificencia, devolviendo este edificio a sus funciones primarias con el verdadero sentido para el que fue edificado.
La historia de los terrenos ocupados por el Capitolio de La Habana comenzó a principios del siglo XIX, cuando el lugar, ocupado por una ciénaga, y convertido en un vertedero de basura por los vecinos de la Puerta de Tierra de la Muralla, fue dragado para su aprovechamiento urbano. Se instaló allí un jardín botánico, el primero en la historia de la ciudad, fundado el 30 de mayo de 1817 bajo el auspicio de la Sociedad Económica de Amigos del País, y que en 1834 se trasladó a los terrenos de la actual Quinta de los Molinos, para construir la Estación de Villanueva que enlazaría La Habana con Güines, a través del ferrocarril.
Hacia 1910, la octogenaria estación ferroviaria de Villanueva resultaba mal ubicada e insuficiente para la magnitud alcanzada por La Habana. Bajo estas realidades, el 20 de julio de 1910, el Congreso decidió permutar los terrenos de la vieja estación por los del antiguo Arsenal, no sin protestas populares, para liberar el bien ubicado espacio y destinarlo, en principio, a acoger la futura sede del Palacio Presidencial. Las obras para el proyecto original se iniciaron en 1912, pero se detuvieron en 1917, año en que quedaron inconclusas a causa de las afectaciones provocada por la I Guerra Mundial.
Al asumir como presidente en 1925, Gerardo Machado encargó a su ministro de Obras Públicas, Carlos Miguel de Céspedes, resolver el dilatado asunto, con la petición expresa de que la obra pudiera convertirse en hito de su plan de embellecimiento de la ciudad, con el propósito de celebrar en La Habana, en 1928 (año de culminación de su mandato) la Sexta Conferencia Internacional Panamericana. A tales efectos, fueron convocados los arquitectos Evelio Govantes, Félix Cobarrocas, Raúl Otero, Eugenio Raynieri Piedra y José María Bens Arrate, entre otros. Un tribunal de gobierno creado para evaluar los proyectos, hizo pública su aceptación y mediante un decreto presidencial del 18 de enero de 1926, las labores constructivas del Capitolio se dispusieron a subasta, la cual se adjudicó a la casa Purdy & Henderson Co.
De notable belleza, el Capitolio fue levantado en solo tres años y 50 días. La construcción ocupó un área total de 43 418 m², de los cuales 13 484m² corresponden al inmueble, con un área circundante de jardines y parques de 26 391 m², hermosamente diseñados por el urbanista francés Jean Claude Forestier, con paseos, aceras bancadas y un centenar de farolas de hasta cinco luces, elaboradas en bronce, hierro y concreto. El resto, 3 543 m², se dedicaron a la ampliación de las calles y en su entorno. Sus dimensiones monumentales, las exigencias del diseño, la elegancia proverbial y el bien proporcionado equilibrio de sus escalas, ubican este emblemático edificio, desde la década del 30 del pasado siglo, entre los símbolos de La Habana y sitio de obligada visita.
En su edificación se concentró una fuerza de 8 000 obreros repartidos en tres turnos diarios. Fueron utilizados 5 millones de ladrillos, 150 000 bolsas de cemento, 32 000 m3 de arena y otros áridos, 3 500 ton de acero estructural, 2 000 ton de cabilla, 40 000 m3 de piedra y 25 000 m3 de piedra de Capellanía, que se trasegaba en bloques de hasta 9 ton por vía ferroviaria, después de extraerse de una cantera al sur de La Habana. Grúas de las más eficientes para la época, sierras con discos de diamantes, herramientas especializadas, máquinas de aire comprimido y una permanente labor de adiestramiento que asumieron maestros canteros nacionales y otros que vinieron del exterior, contribuyeron a que la cantería, especialidad constructiva en que se sustentaba el proyecto, no se convirtiera en un problema para los cronogramas pautados por la Purdy & Henderson Co., cuyo más fuerte tropiezo fue el devastador ciclón de 1926.
Para la construcción del Capitolio se determinó un presupuesto de 16 640 743 de pesos y 30 centavos (con valor similar al dólar USA del momento), sin dudas un generoso presupuesto, pero extremadamente desmesurado frente a las necesidades de un país que vivía uno de sus peores tiempos. Quedó inaugurado el 20 de mayo de 1929. De ese modo, Machado daba por satisfecho el mayor de sus grandes sueños presidenciales.
Pese a su majestuosidad, el Capitolio no ofrece una apariencia discordante ni desentona con su entorno. La horizontalidad de su fachada se interrumpe armónicamente por admirables columnas, y lo rígido de sus ángulos terminales se suaviza por los remates en forma circular de los extremos del inmueble, siendo su esbelta y alta cúpula central, 61,75 m de altitud desde el Salón de los Pasos perdidos, y 92,73 m.s.n.m, un filón por donde se fuga en vertical perspectiva el extendido cuerpo rectangular Capitolino.
El inmueble se erigió a partir de una estructura metálica. La longitud total de la construcción fue de 207,44 m, y su composición arquitectónica y volumétrica se estructuró a partir de un cuerpo central compuesto por la escalinata monumental, de casi 36 m de ancho por 28 m de largo y un total de 55 peldaños interrumpidos por tres descansos intermedios. A ambos lados del desembarco de la gran escalera, se emplazaron dos grupos escultóricos hechos en bronce por el artista italiano Angelo Zanelli: La Virtud Tutelar del Pueblo y El Trabajo, de 6,50 m de altura cada uno.
El pórtico central, de 36 m de ancho y 16 m de alto, es sostenido por 12 columnas jónicas de granito. En este espacio se ubican las tres puertas de los accesos principales al edificio, con 7,70 m de alto y 2,35 m de ancho. Las ventanas están coronadas por metopas de piedra esculpida, con temas que simbolizan aspectos de la vida nacional como el tabaco, la industria azucarera, el comercio, la justicia y la navegación, entre otros, realizadas por artistas cubanos e internacionales como Juan José Sicre, Esteban Betancourt, Alberto Sabas, León Drouker y Remuzzi.
Como primera e inevitable visión tras acceder al inmueble aparece la enorme Estatua de la República, laminada en oro y enclavada sobre sólido pedestal de mármol ónix. Luce sobria e imponente sujetando lanza y escudo; y con su altura de casi 20 m y un peso de 49 ton está considerada la tercera mayor del mundo bajo techo, después del Buda de Oro de Nava, en Japón, y el impresionante Lincoln de Washington, en Estados Unidos. En línea recta tras el umbral está la estrella de mármoles en cuyo centro un diamante (hoy una réplica) marca el kilómetro cero de la Carretera Central, otra de las obras que, durante el gobierno de Machado, se realizaron en Cuba. La cúpula, cielo protector de tanta magnificencia, posee una altura de 92 m, fue en su momento la quinta más alta del planeta con un diámetro de 32 m. Cuenta con 16 nervios entre los que destacan los paneles recubiertos con láminas de oro de 22 quilates. Remata la cúpula una linterna con 10 columnas jónicas en cuyo interior había, hasta 1959, cinco reflectores giratorios que fueron retirados.
El enorme Salón de los Pasos Perdidos, obra cumbre del Capitolio, tenía como destino las grandes recepciones de las dos cámaras en que estaba dividido el poder legislativo en Cuba. Más de seis variedades de mármoles finos pueden verse a simple vista mientras se recorre este gran espacio de 1 740 m2 (120 m de largo por 14,50 m de ancho).
Destacan las pilastras de piedra verde que escoltan los ventanales con bases y capiteles de bronce dorado sobre un zócalo corrido de mármol Portoro, las 42 puertas que dan acceso a las logias y extremos del edificio, los 25 bancos italianos finamente trabajados, los 32 candelabros o torcheras fundidos y cincelados en Francia, así como las metopas de bronce a relieve, con imágenes de la vida socio-cultural romana. Los techos de bóveda de cañón están primorosamente decorados, con colores renacentistas y unos trabajos de yesería que son admirables de principio a fin, y del que resulta curiosa su simetría con el diseño de los pisos. A algunos de los suntuosos salones del Capitolio llevan puertas idénticas de aspecto neoclásico, situadas en cada extremo. Poseen columnas adosadas de mármol cipollino, considerado el mejor del mundo, y un frontón de mármol giallo San Ambrosio centrado por el escudo de Cuba en bronce.
Y mientras se va hacia ellos, de un lado se extienden, en forma de galerías abiertas a la luz y al aire, las logias laterales del edificio; y del otro, los patios interiores, organizados en una planta tradicional rectangular alrededor de dos patios centrales, cuyas dimensiones son de 45 m por 15 m cada uno, con algunas piezas hermosas como la estatua El Ángel Caído, de Salvatore Buemi.
Lujos de la Cámara y el Senado
Tomando como punto de partida el referido diamante del centro del vestíbulo, hacia la derecha se encuentra el hoy llamado Hemiciclo Norte, antes dedicado a las reuniones de la Cámara de Representantes y que en la actualidad funciona como sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Una joya también de este lado del inmueble es el Salón Baire, con techos de filigranas rococó y de atmósfera renacentista; así como el Salón Bolívar, conservado intacto con sus fabulosos espejos venecianos y la elegancia refinada de la Francia napoleónica.
Por la galería posterior se encuentran los salones Yara y Jimaguayú, originalmente dedicados a las sesiones de los comités de la Minoría y la Mayoría Parlamentarias; y hacia el centro, con un cromatismo sobresaliente y nítido estilo del renacimiento italiano y aderezado por decoraciones que aluden a las musas del saber y del pensar, se halla el vestíbulo de la imponente biblioteca Martí, antes reservada a los congresistas. Siguiendo hacia el ala sur del edificio, se encuentran salones como el Duaba y el Guáimaro y más adelante, el Hemiciclo Sur, pensado antes para las sesiones del Senado. Luce metopas, una preciosa puerta empanelada y la bien diseñada tribuna, con una secuencia de pilastras corintias de capiteles a base de finos mármoles entre los amplios ventanales.
Un lugar que ahora despierta gran interés es la Tumba del Mambí Desconocido. Está localizada en la parte baja de la escalinata principal; debajo y, a ambos lados de esta, es posible apreciar dos arcos que conducen a un pasaje cubierto, donde se encuentran las entradas a este recinto, que contiene un sarcófago de mármol rodeado por seis figuras de bronce que representan las seis provincias de la República. La Tumba del Mambí Desconocido homenajea a todos los mambises que lucharon por la libertad de la Patria. Aparece rodeada por las banderas de los países a los cuales pertenecieron los cooperantes extranjeros en nuestras luchas.
Decoración y mobiliario
Los elementos decorativos y de ambientación de los espacios del Capitolio constituyen un complemento destacado de las soluciones arquitectónicas del inmueble. El mobiliario, la lamparería y los herrajes de la carpintería entre otros, cuentan con diseños propios y con monogramas particulares para este edificio. La prestigiosa empresa Waring & Gilow Ltd., radicada en Londres y especializada en decoración y ornamentación, fue la encargada de ejecutar toda la ambientación general del proyecto.
De modo particular se encargó a diferentes empresas el diseño y elaboración de elementos como los herrajes de bronce, a The Yale & Towne Mfg. Co. de Stanford, Connecticut. La Societe Anonime Bague y la Saunier Frisquet de París tuvieron a su cargo la lamparería; las casas Fratelli Remuzzi, de Italia, y Grasyma, de Alemania, se responsabilizaron con los trabajos en mármol, basalto, pórfido, granito y ónix, mientras que las labores de herrería y fundición, como barandas, rejas, escaleras de caracol y faroles de los jardines, fueron ejecutadas en el establecimiento de los señores Guabeca y Ucelay, cuyo taller se localizaba en Luyanó.
Además, debe añadirse la incorporación de una gran cantidad de obras artísticas consistentes en tallas de paneles escultóricos y bajorrelieves en piedras y mármol, que se colocaron en las fachadas del edificio y en algunos espacios interiores, realizados por notables artistas nacionales e internacionales. También es destacable la presencia de pinturas murales y lienzos que decoran muchos ambientes particulares, que incluyen obras de maestros como Leopoldo Romañach, Armando Menocal, Enrique García Cabrera y Manuel Vega, entre otros. Tapizados, cortinajes, lucernarios y vitrales, esculturas, bustos de mármol y bronce formaban parte asimismo de toda esta parafernalia decorativa que correspondía con el gusto y el momento en que fue concebido el edificio.
Se estima que el Capitolio de La Habana es el tercero en importancia en el mundo por su construcción monolítica y el único de esas características edificado en el siglo XX.
Acorde con los nuevos tiempos, el Capitolio de La Habana sufrió un proceso de restauración con el fin de implementar su uso parlamentario y turístico para la difusión de la herencia histórica y arquitectónica del edificio. Constituye uno de los símbolos más notables de la ciudad, equiparable al Castillo del Morro, la Catedral de La Habana y la imagen del perfil arquitectónico del Malecón habanero.