Por sus inequívocas esencias suizo-alemanas -e incluso británicas, si echamos una mirada a la hermosa catedral de Nuestra Señora de Lourdes o gracias también a algunos de sus mejores inmuebles y restaurantes puramente itálicos o transalpinos-, esta ciudad brasileña se ha puesto de moda como un paseo que para muchos ofrece el singular atractivo de un viaje a esta parte de Europa, sin salir de América del Sur.

Más de un millón de visitantes recibe Canela cada año, una ciudad que nació y creció sin prisa ni formalismos, gracias sobre todo a estar en medio de las rutas por las que iban y venían, en épocas pasadas, los experimentados vaqueros gauchos que hicieron del Cono Sur de Suramérica, una vasta estancia ganadera cuyos rebaños movían entre Parobé, Taquara, San Leopoldo y Porto Alegre. Gustaban acampar en las proximidades de un bosquecito de Caneleiras –especie típica de la flora local–, donde se habían asentado unas pocas familias dedicadas a la agricultura, que les proveían de algunos servicios elementales y ciertas vituallas a cambio de cueros y carne salada. Ejemplares de los árboles de los que tomó nombre la ciudad y que abundan en los alrededores, adornan la actual Plaza Joao de Correa, como un recuerdo de los momentos iniciales. Más acá en el tiempo la exuberante naturaleza atrajo aserríos, incipientes centros de acopio, selección y beneficio de madera; y con todo esto, fueron abiertos los primeros caminos y aparecieron alojamientos y otras prestaciones para el acomodo de quienes llegaban en busca de oportunidades de trabajo o atraídos por las posibilidades de asentarse en un lugar a todas luces con futuro. La apertura de una línea férrea entre Porto Alegre, capital del estado de Río Grande do Sul y Canela, fue determinante en el desarrollo de la ciudad, que pronto fue descubierta como lugar turístico por sus ambientes apacibles, la hospitalidad y cordialidad de su pueblo emprendedor y singular, con una importante presencia de inmigrantes alemanes, italianos y suizos; su agradable clima y un esplendoroso paisaje que, por fortuna, fue visto tempranamente como el mejor empaque y atractivo de un lugar que, sin dudas, podía ser espectacular como sitio de recreo. Un casino fue inaugurado con gran cobertura de prensa en 1944 y de esa Canela se supo entonces como una verdadera promesa de vacaciones para los públicos más exigentes, lo que atrajo a visitantes de Sao Paulo, Río de Janeiro y otros grandes centros urbanos brasileños; y más tarde, a los primeros turistas internacionales, provenientes de Argentina y Uruguay. Se había fortalecido el comercio y existían inmejorables condiciones para estructurar una ciudad ya completamente orientada al turismo y donde a través del tiempo, abrieron numerosos museos, parques temáticos y, sobre todo, se consolidó una cultura de la cordialidad y del buen trato que ha dado merecida fama de buenos anfitriones, a sus habitantes. Paseos y sitios más recomendables El punto de orientación más popular de toda Canela es la Catedral de Nuestra Señora de Lourdes, situada en el mismo centro, y cuyo elemento distintivo es la aguda torre de 65 metros, que puede verse desde cualquier rincón de la ciudad. Tiene 12 campanas de bronce traídas directamente de Italia que, según la vieja tradición, siguen poniendo al tanto de la hora a pobladores y turistas. En cualquier caso lo más llamativo del edificio religioso es su puro estilo gótico inglés, considerado un verdadero capricho arquitectónico en el lugar. Un clima siempre agradable por la altura y el entorno natural, resulta excelente para pasear sin prisa y llegar hasta el último confín de esta ciudad. Muchas dulcerías y heladerías se encuentran por el camino, y churrasquerías y restaurantes con menús brasileño, italiano, alemán; además, de que ha florecido una miríada de locales de cocina asiática –japonesa, tailandesa y china– y otros especializados en mariscos, y que tienen en común ser muy agradables espacios para realizar una escala y reponer energías. La Plaza de Joáo Correa constituye un alto obligado. Abriga la Casa de Papa Noel y el Teatro Municipal de Canela, que asiduamente acoge presentaciones de compañías de titiriteros, música en vivo y de las artes escénicas en general, con una fuerte programación infantil. Para las familias también son atractivos indeclinables el conocido tren de María Fumaza, joya histórica representada por una locomotora y un tramo de la línea férrea que enlazaba a la ciudad con la vecina Taquara y donde funciona, además, un excelente Centro de Información al visitante; así como la cercana Casa de Piedra. Se trata de un bonito conjunto arquitectónico con cine teatro, salas para exposiciones y conciertos a tono con el estilo de vida cultural que distingue a Canela, y una cafetería con la famosa torta alemana Aphelstrudel que se acompaña con té o manzanilla. Parques como el Mundo a Vapor, el Alpen Park y las haciendas de Paso Alegre y de la Sierra, están cerca, en las afueras; así como una decena de senderos a campo traviesa para recorrer a pie o a caballo a la vista de hermosas extensiones de hortensias, bosques de coníferas y las típicas caneleiras.

El Parque de Caracol Este hermoso paraje está a pocos minutos en auto desde Canela. Su foto se conoce en todo Brasil y es una de las imágenes que utilizan los promotores turísticos de este país de espectacular naturaleza como reclamo de atención sobre un tópico que allí tiene, por cierto, muchos y muchos momentos altos y notas destacadas. Hay que decir que es uno de los sitios naturales más visitados del Gigante suramericano, con una imponente cascada de gran caudal y 131 metros de caída libre, en medio de un paisaje sencillamente sensacional. Desde el parqueo, el visitante se adentra a través de la selva en la que existe a escasos metros, un mirador ecológico con plataformas asomadas al vacío y, asimismo, un elevador panorámico, un teleférico, restaurantes, un mercado de artesanías y souvenires, una casa club con aperos, cuerdas y otros implementos para escaladores, además de algunos caminos que descienden hasta la gran poza en que vierte el río y senderos para la observación de aves y flora. El Alambique Flor del Valle, un paseo inolvidable Ahora hemos descendido algo de la Sierra Gaucha, por la carretera del Morro Calzado, y estamos a siete kilómetros de Canela, a la vista de una antigua hacienda. El visitante tiene la opción de dejar su automóvil en el estacionamiento y bajar por una escalinata rústica en medio del bosque que rodea el lugar –donde se produce un famoso aguardiente. Cinco lugares componen este paseo, incluidos áreas para la producción, envejecimiento y embotellamiento de la bebida, además de un restaurante y una tienda con toda la línea de espirituosos y productos relacionados. Hay en los alrededores plantaciones cañeras de cuatro especies fundamentales, las cuales se cosechan manualmente para después seleccionar, lavar, moler y filtrar su jugo, antes de pasarlo a los barriles de fermentación, proceso decisivo para la calidad del caldo antes de la destilación en añejos alambiques de cobre. El envejecimiento es el punto culminante de todo el camino recorrido por el proceso de fabricación del famoso aguardiente artesanal de la Sierra Gaucha, pues es donde se logran la calidad óptima y el sabor y aroma deseados de la bebida. El aguardiente Flor del Valle se separa en lotes diferenciados para el envejecimiento en barriles con capacidad máxima de 700 litros de Jequitiba Rosa, Maní, Castaño y Grapia, que les dan un toque especial, bouquet y fragancia. De ese ritual, desde la plantación hasta el embotellamiento, nos cuenta Flor del Valle, otro de los sitios para no perderse en las maravillosas tierras del estado de Río Grande do Sul.