Ojos abiertos en las catas a ciegas
Muchas personas piensan que catar a ciegas es vendarse los ojos y esperar que alguien le alcance la copa a la mano para describir el vino dentro. Si así se hiciera, estaríamos omitiendo uno de los sentidos más importantes para evaluar el vino: la vista.
El término cata a ciegas significa ser imparcial. O sea, es calificar objetivamente un vino sin dejarse influenciar por referencias externas. Cualquier recurso visual puede influir en el catador, sea profesional o no. Las etiquetas influyen mucho. Toda la información aparecida en ella (bodega, variedad de uva, status del vino, región, etc.) pueden mediar favorable o desfavorablemente en el resultado final. Se ha demostrado científicamente que las evaluaciones sensoriales pueden ser afectadas por referencias externas.
Sin embargo, un poco de información contextual es imprescindible si se quiere ser bien exacto. Conocer datos generales de lo que se va a evaluar permite que se agucen más los sentidos.
Participar en una cata donde se evalúen vinos, para determinar los mejores según la relación calidad-precio (generalmente vinos económicos) o los que provienen de una añada específica o una variedad de uva, permite que el catador sea más riguroso. Los conocimientos y la experiencia del evaluador juzgan más objetivamente. Esta referencia contextual permite ser más exacto. O sea, se está evaluando de una manera más crítica.
La cata a ciegas tiene sus requisitos. Primero que todo, debe ser un análisis organoléptico detallado. Para esto debe haber un orden obligado: vista, olfato y paladar.
La vista debe enjuiciar el color del vino y sus diferentes matices. Estos últimos van a expresar la juventud, plenitud o vejez del vino en cuestión.
Existen diferentes parámetros a partir del color del vino. Por ejemplo, un vino tinto con ribetes violáceos en la copa indica que es un vino muy joven. Igual juventud se aprecia en un vino blanco con ribetes incoloros o amarillo pálido, y en un vino rosado con ribetes rosa-violáceos.
La vista, por lo tanto, nos da mucha información de la edad del vino. A esto se le suma la limpieza (velado versus brillante) y la consistencia (nivel de fluidez del líquido).
El olfato, segundo recurso a evaluar, nos expresa la cualidad aromática del vino, su intensidad y su posible bouquet. El bouquet es un término muchas veces mal utilizado. Vinos muy jóvenes, sin tiempo de guarda no pasan por este descriptor, pues en ellos solo se aprecian los aromas de la variedad de uva y los generados en el proceso fermentativo.
Para hablar de bouquet se necesita la incorporación en el vino de aromas terciarios, solo posibles a través de un tiempo de guarda en barrica. Sin embargo, no se puede entender por esto que si en un vino no se califica el bouquet, este no es bueno. Simplemente son vinos sin paso por barrica, nada más.
El paladar, razón principal del vino, es el elemento más crítico. En este confluye toda la información anterior y los nuevos elementos perceptibles en boca (cantidad de azúcar residual, la acidez baja o alta, la tanicidad, el cuerpo, la persistencia, la intensidad, etcétera).
Finalmente, la sumatoria de vista, olfato y paladar nos da elementos conclusivos del vino catado. En este momento se puede dar fe exacta de su estado (inmaduro, pleno, evolucionado o decrépito), su armonía (poca, media, justa, excepcional), y su carácter comercial (ordinario, aceptable, recomendable o altamente recomendable).
La cata a ciegas es un acto profesional. Sus resultados nos ayudan a entender mejor las diferentes calidades de los vinos del mundo. Tomarlos en cuenta no solo es importante para los principiantes sino también para los que creemos que en cada botella de vino hay una fuente inigualable del placer humano.