Si con justa razón alguien propuso un día que se incluyera al cine como el séptimo arte, junto con la pintura, la escultura, la literatura, la arquitectura, la música y el teatro, creo que ha llegado el momento de considerar muy en serio proponer que la cocina, o más allá el mundo gourmet, se conviertan en la octava arte.

Elaborar un plato, un vino, un espirituoso, un cóctel, incluso proponer un maridaje, son actos meramente creativos, de profunda inspiración y sabiduría, que requieren para hacerse bien de un don “artístico” que va más allá de fórmulas, conocimientos y tradiciones.

Equivocado va quien piense que servir –como dijera el amigo Calviño- es sinónimo de ser-vil. Errado camina el que menosprecia la intuición y creatividad por ceñirse a fórmulas y medidas, a fichas técnicas o procedimientos esquemáticos.

El verdadero oficio del chef, el barman, el sommelier, el maitre o el camarero, es ser ante todo un artista de lo gourmet.