Muchos, que no conocen su verdadero origen, se confunden creyendo que se trata de una bebida precolombina como la chicha. Otros, en cambio, se disputan su nombre y origen. No faltan los que han llegado a enfrentarse en los tribunales por quedarse para sí el nombre.
Sin embargo, el pisco, una bebida que fuera tratada durante siglos como una especie de hijo bastardo de las vides, poco a poco y sin desesperarse ha sabido imponer su reinado en los bares, al punto de ser uno de los destilados que más ha avanzado en los últimos años en el ranking mundial de los espirituosos.
Tiene nombre musical, que proviene del vocablo inca para designar a los pajarillos que abundaban en los valles andinos, pero en realidad fueron las ánforas ancestrales usadas para su almacenamiento, las piskos, y el propio pueblo de Santa María Magdalena del Valle de Pisco, los que le dieron su bautizo.
Equivocados están quienes creen que es un hijo menor o relegado en la historia vitivinícola del Nuevo Mundo. Las crónicas de Indias recogen en sus viejos legajos que el pisco fue uno de los primeros frutos de las vides latinoamericanas.
Las pioneras raíces llegaron allende los mares hasta el Perú en la primera mitad del siglo XVI, traídas por el marqués Francisco de Caravantes, cuando la profusión de iglesias creadas para tratar de acallar la grandeza inca hizo nacer la necesidad de surtir de vino a las capillas para la celebración de los actos litúrgicos.
El gentilhombre no solo se encargó de importar los primigenios sarmientos de uva, sino que fue en la hacienda Marcahuasi, en el Cuzco, donde se produjo la vinificación pionera en Sudamérica.
Vino de mala calidad en sus inicios, ácido y de poca duración, lógico fue que buena parte de él se dedicara a destilar, y que del resultado de este proceso también sembrado por primera vez en Nuestra América en tierras del Perú, naciera un líquido cristalino de mostos y orujo de uva que tomó el nombre castellanizado de las ánforas donde se almacenaba: el pisco.
Así, la que hoy es bebida emblema del Perú, pero cuyo nombre también se disputa Chile, donde se producen grandes cantidades, nació de la fusión del terroir americano, la uva española y los envases incaicos.
Fue, desde el principio, un descendiente de reyes, mal tratado como bastardo.
Debieron transcurrir siglos para que ya entrada la pasada centuria el Pisco asaltara los bares norteamericanos, principalmente al difundirse el cóctel más bebido en tierras incas, el Pisco Sour, una variante latinoamericanizada del Whisky Sour.
Aún así, hasta hace poco menos de veinte años apenas fue que logró tener sus propias regulaciones, y todavía hoy son muchos los que lo producen artesanalmente, prefiriendo el viejo método del pisado de la uva, que comienza al atardecer y dura hasta la madrugada, antes que las sofisticadas prensas mecanizadas y otros adelantos científicos.
Tan variado como las tradiciones de sus productores, con bouquet más o menos aromáticos según el tipo de uva que le sirva de materia prima, el Pisco está asaltando hoy los bares de todo el mundo, de la mano de su hermana la ya mundialmente conocida Gastronomía Peruana.
Solo o con ginger ale o refresco de cola, o formando parte de otros tragos, el aguardiente relegado, el hijo bastardo de la uva, sonríe hoy desde la barra, seguro de que el tiempo es su mejor reinado.