La intensidad del verde de las hojas». Esperaba que me respondiera que lo que más le había sorprendido al volver a pisar la calle eran las miradas parapetadas en mascarillas o ese círculo invisible que repele toda cercanía física, o la ausencia de actividad, el vacío de las avenidas. Pero lo que más le había llamado la atención había sido la explosión de la primavera, de las hileras de vides, ese verde que año tras año ha estado ahí y que hasta ahora no había tenido un significado especial.
Muchas personas hemos reconectado con pequeños aspectos de la vida debido al frenazo obligado que se ha generado por la crisis del coronavirus. Matices que, debido a la velocidad del día a día, parecían insignificantes y que pueden ser claves ahora. El silencio, los colores de una primavera que ha explotado mientras estábamos confinados, y sus ritmos, son ahora más perceptibles que antes. La naturaleza siempre encuentra la manera de enseñarnos el camino. Dentro de ella, las vides y su historia, sus ciclos de vida y también los sobresaltos que han sufrido, tienen, a su manera, cierta capacidad para guiarnos. 
Estos son días en los que la ciencia, pero también la filosofía, están recuperando ese lugar que nunca debieron perder para alumbrar futuros que hoy parecen nebulosos. Muchas personas debaten sobre si la emergencia sanitaria de la enfermedad cambiará irremediablemente nuestra sociedad o si será solo un alto en el camino.
No soy científico ni filósofo, por lo que me sumo a aquellos que reconocen no tener la respuesta. Pero, lo que sí sabemos, es cómo se afrontaron situaciones inéditas en el mundo del vino que, bien en un mundo totalmente nuevo, bien en la continuación del anterior, pueden ayudarnos a mirar al futuro con energía positiva. Es la certidumbre de las enseñanzas del pasado en la época de la incertidumbre por excelencia.
El viñedo europeo vivía una etapa dorada a mediados del siglo xix. En Francia, cuna de los grandes vinos, se percibía el aroma de los últimos coletazos del romanticismo que daban paso a la revolución industrial. Y, precisamente, en ese año fatídico de 1863 se registró la filoxera por primera vez, proveniente de Norte América y cuyo primer cruel impacto se situó en la Provenza. Poco a poco, en silencio, pero con una contundencia inusitada, se expandió por el resto de Francia y Europa. Sin fronteras, implacable. Una fuerza tan brutal que fue incontenible.
La aparición de la plaga revolucionó de manera brutal la viticultura mundial y desde entonces no ha sido la misma. ¿Mejor? ¿Peor? Quién sabe. Pero se logró cambiar el enfoque, innovar y persistir. Son cambios que solo situaciones límites impulsan. Para Europa fue una hecatombe el comprobar cómo en solo 10 años sus ancianos viñedos quedaban devastados y observar que todas las zonas vitivinícolas se arruinaban, con el consiguiente desastre social y económico, sin paliativos.
Cierto es que algunas zonas resistieron a la plaga y hoy se mantienen inmunes. Tal es el caso de la idílica Santorini, donde las viñas en suelo volcánico de Assyrtiko —conducidas en Kouloura o Stefani enrollando los sarmientos sobre sí mismos y haciendo una especie de cesta, para que los ardientes vientos no quemen las uvas— se mantienen firmes, en la tierra de fuego, donde las extremas y cálidas temperaturas son doblegadas por la brisa que genera su cercanía al mar. Aquí, como Hatzidakis, hacen brotar la magia, siendo capaces de crear arte como lo hacen con su Vinsanto; elaborado a partir de viñas de más de 100 años.
También los suelos volcánicos de Tenerife (con un porcentaje de arcilla inferior al 5%), reclaman la belleza de las viñas conducidas en cordón trenzado, inundando las laderas y formando un ecosistema único. Es aquí donde los productores locales como Jonathan García (Suertes del Marqués) y su parcela Los Pasitos encuentran, a través de la variedad Baboso Negro, una expresión superlativa.
Otro ejemplo de resiliencia lo encontramos entre los mares de arena de la zona de Nieva en Castilla y León. Proyectos como Ossian son el mejor exponente gracias a sus verdejos prefiloxéricos. A unas plantas supervivientes, resistentes, que se han mantenido impasibles ante el paso del tiempo y que hoy nos entregan vinos como Capitel, elaborado a partir de viñas de más de 200 años. Un vino que es capaz de perdurar para siempre en el recuerdo.
Existen lugares capaces de mostrarnos su fuerza a través del tiempo como Colares, en Lisboa (Portugal), donde las viñas de Malvasía y Ramisco serpentean entre los suelos de arena —y en el que algunas de ellas llevan posadas más de 100 años— para así protegerse de los vientos calientes que azotan la zona. Productores como Adega Viúva Gomes elaboran vinos eternos en este lugar único, y su Ramisco Reserva es un ejemplo incomparable.
La viticultura cambió para siempre y también lo hizo en España. El primer impacto por filoxera se produjo en Málaga en 1878, y de ahí se extendió al resto de las zonas del país. En ese primer momento la incertidumbre se apoderó de todos los productores porque no entendían el porqué del color marrón y la posterior muerte de sus vides. La única indicación por parte de las autoridades locales fue la de arrasar los terrenos y quemar todas las cepas. Le puede interesar: Vino de ida y vuelta
Fue entonces cuando se produjo un vínculo emocional entre los productores. La plaga requería de la unión de todos ellos para luchar juntos, para poder atisbar un futuro con pizcas de certidumbre. Algunas cosas se perdieron, pero otras se ganaron. Hubo conocimiento que se compartió: como el de muchos viticultores que se movieron de Francia a España, para subsistir, pero que a cambio también ofrecieron su saber más avanzado. Un saber que pudo ser aplicado para así mejorar la situación entre todos y poder aplicar una máxima y el mayor valor del mundo del vino: el de compartir.
Uno de los grandes aprendizajes con la filoxera fue que no hay certezas. Nunca las hubo trabajando con la naturaleza, pero esta sensación se acentuó durante la plaga. Hoy, la pandemia nos ha recordado la ausencia de certeza de la manera más dolorosa: todas las personas que se ha llevado por delante y a las que cada día rendimos tributo, junto a quienes cuidaron de ellas.
Reductos de supervivencia de las vides. Destino. Pero también afán de superación y trabajo. Por eso, en tiempos en los que el sector de la viticultura y la gastronomía afrontan situaciones enormemente complejas en lo personal, en lo profesional y en lo económico —sin olvidar las pérdidas de familiares que muchas personas han sufrido—, la mirada se vuelve hacia aquellos bodegueros que supieron adaptarse a la situación y superarla.
Por aquel entonces se creó una nueva realidad. Se definió una nueva manera de vivir y un nuevo marco de entendimiento. Se volvió a las bases y se retomó la importancia de las pequeñas cosas como, por ejemplo, el concepto de la generosidad, el compartir para crecer como grupo y no como individuo aislado.
Hoy, la vuelta a lo esencial no deja de pasar, en la viticultura y en la gastronomía, por las personas. Puede sonar a tópico, pero la realidad es que son aquellas que insisten pese a los tiempos adversos, las que aprovechan un ERTE1 para formarse o buscar soluciones alternativas y miradas creativas a los problemas, las que harán que estos dos sectores puedan salir de la crisis sanitaria con cicatrices, esas no las impide nadie, pero con nuevas fortalezas.
Si somos exactamente los mismos que éramos el 13 de marzo, habremos perdido una oportunidad preciosa para repensarnos, reinventarnos, reconectarnos con nosotros y con la naturaleza. Para que el verde de las vides vuelva a sorprendernos la próxima primavera, tendremos que avanzar juntos, como aquellos bodegueros contra la filoxera, y con soluciones creativas.
La esperanza es lo último que se desvanece. Ya se superó la plaga de la filoxera y nuestros antepasados reinventaron su nueva realidad para hacerla mejor y más humana. Volveremos a conseguirlo. Lo mejor siempre está por llegar.

1- Expediente de Regulación Temporal de Empleo, medida de flexibilización laboral que habilita una empresa para reducir o suspender los contratos de trabajo.