LOS LLAMADOS CAFÉS (PEQUEÑOS BARES) HAN SIDO HASTA HOY REFUGIO DE LITERATOS QUE ESCRIBEN SUS OBRAS ACOMPAÑADOS DE UNA AROMÁTICA Y HUMEANTE TAZA DE LA FAMOSA INFUSIÓN

Para acompañar un tabaco dicen es imprescindible, mas para muchos que prescinden de inhalar y expulsar humo, también: el café, esa infusión de dioses que paladean sobre todo los humanos, ha dejado su huella profunda en la literatura.
Entre tanta referencia, citemos algunas verdaderamente ilustres. Uno de nuestros merecedores del Nobel literario, el colombiano universal Gabriel García Márquez, era un degustador incorregible del oscuro néctar, lo cual plasmó en varias de sus obras, como este fragmento que se descubre en su novela El amor en los tiempos del cólera:
Todos los días, al primer trago de café, y a la primera cucharada de sopa humeante, lanzaba un aullido desgarrador que ya no asustaba a nadie, y enseguida un desahogo: El día que me largue de esta casa, ya sabrán que ha sido porque me aburrí de andar siempre con la boca quemada.

Mucho antes, en la Francia decimonónica, el prolífico Balzac plasmaba en su Tratado de los excitantes modernos:
El estado que se alcanza con el café, tomado en ayunas y condiciones magistrales, produce una especie de nerviosa vivacidad que recuerda la de la ira: aumenta la capacidad de hablar, los gestos expresan enfermiza impaciencia; se quiere que todo funcione a la velocidad de las ideas.

Y otros muchos notables de las bellas letras han dejado en entrevistas o en sus propios escritos, opiniones tan considerables como las que siguen:
Una buena taza de su negro licor, bien preparado, contiene tantos problemas y tantos poemas como una botella de tinta, expresó con su habitual sentido del humor el poeta emblemático del Modernismo, Rubén Darío. Mientras el gran artífice de inolvidables y aun frescas aventuras, Alejandro Dumas, en análogo tono simpático parangonaba la infusión con el bello género:  La mujer es como una buena taza de café: la primera vez que se toma, no deja dormir.

El novelista estadounidense Mark Helprin lleva su entusiasmo a los límites de la hipérbole: El vudú y los polvos mágicos —considera— no son nada en comparación con el espresso, el cappuccino y el moca, que son más fuertes que todas las religiones del mundo combinadas y, quizá, más fuertes, incluso, que la mismísima alma humana.

Su coterráneo y colegaTruman Capote, el célebre autor de la conocida novela A sangre fría, confesaba:  Soy un autor completamente horizontal. No puedo pensar a menos que esté acostado, ya sea en la cama o en un diván y con un cigarrillo y café a la mano. Tengo que estar chupando y sorbiendo.

Nuestro José Martí no fue indiferente a la criolla bebida: “l café me enardece, me alegra, es fuego suave sin llama y me acelera toda la sangre de mis venas, escribía. Por su parte, otro famoso, el irlandés Jonatán Swift considerabaque el café nos torna serios, profundos, filosóficos.

Grandes de nuestras letras como Carpentier, Lezama Lima, Virgilio Piñera y Fernández Retamar, lo mezclaran o no al humo del tabaco, eran adictos al café, lo cual han reflejado de un modo u otro en sus valiosos textos. Mi vecino y amigo Miguel Barnet lo consume descafeinado, pero no deja de apreciar ese sabor incomparable.

 

Letters with Coffee Aroma
The so-called cafés (small bars) have been a shelter for literary people that write their works accompanied by an aromatic and steaming cup of the famous infusion, and they have also housed gatherings where a group of these authors comes together to exchange their works, debate and argue about this and that.
Although the gatherings were already held way before their time, such boldface names as Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Ernest Hemingway, George Bernard Shaw, Virginia Woolf, Octavio Paz, Julio Cortazar and many others, enjoyed those gatherings and coupled their addiction to coffee with their undying love for literature.