Las aguas curativas y el turismo
La Guía de Forasteros de 1842 menciona su presencia en las lomas de Manantiales, expresando el uso y predilección en la zona, así como sus propiedades curativas: “(...) cuyas aguas sulfurosas, donde se bañan aquellos vecinos y de otros partidos que han ido a tomarlos con buen efecto para dolencias reumáticas [...]”.20 En 1866, una publicación especializada de carácter nacional en estos temas, hacía la siguiente referencia:“[...] sus aguas tienen la misma composición y propiedades que las de los tan renombrados de San Diego de los Baños [...]”.21 Por entonces, ya la familia Soroa era propietaria de la finca Manantiales.
De nuevo en 1880 aparece nombrado el balneario de Soroa, esta vez por circunstancias muy especiales. A consecuencia del terremoto del mes de enero, el director del Observatorio del Real Colegio de Belén, Reverendo Benito Viñez y el Ingeniero en minas Pedro Salterain, visitaron la zona para constatar los daños causados por el sismo:
[...] Fue aquel para nosotros un verdadero paseo de recreo con tan agradable compañía y la tan apacible amenidad de aquellos sitios, la sombría frescura de la sierra, la fuerza del ambiente y el alegre murmullo de cristalinas fuentes, arroyos, cascadas a que añadía cierta sublimidad el pintoresco salto de Manantiales. En Soroa nos encontramos con un regular establecimiento de baños termales sulfurosos, que el dueño trata de ir mejorando de día en día, y que si bien están lejos de poder competir con los de San Diego [de los Baños] no por ello dejan de ofrecer sus comodidades y ventajas. Su proximidad a Candelaria los hará sin dudas preferibles para muchos de los vecinos de aquellos contornos, por acomodarse mejor a sus modestas fortunas. Los manantiales sulfurosos de Soroa son mucho más abundantes que los que vimos en el río San Francisco [más hacia el occidente], y sus aguas tienen una temperatura algo más elevada. En el principal de ellos el termómetro marcó 29 grados [...].22
El 28 de marzo de 1930, la compañía Soroa S.A. compra estos terrenos con el objetivo, en dos años, de iniciar la construcción de una carretera desde el llano hasta los manantiales; así como edificar una instalación para los baños sulfurosos, una casa o motel y una vivienda para el director del balneario.
Entre la tercera y cuarta década del siglo XX, esta zona cobró auge, sobre todo entre las familias habaneras, quienes comenzaron a comprar parcelas de tierra para edificar sus casas de veraneo. En la conocida loma del Fuerte, Antonio Arturo Sánchez Bustamante edificó una sólida construcción hacia 1940. Siete años después, el abogado de origen canario Tomás Felipe Camacho inauguró Rancho Pilila, soberbio e insólito conjunto arquitectónico, integrado a la topografía del lugar.
Poco a poco el lugar se fue llenando de casas para descanso. Entre todas ellas sobresalía el actual Castillo de las Nubes, convertido en restaurante de comidas criollas. Erigido siguiendo un capricho personal en la loma del Fuerte; su dueño, Pedro Rodríguez, quiso reflejar arquitectónicamente una especie de mansión medieval, donde se mezclan varios estilos arquitectónicos. Desde su terraza y ventanales se le ofrece al visitante una vista estupenda de la llanura meridional, hasta el horizonte donde ésta se confunde con las aguas del Mar Caribe. Hacia el norte se perciben las elevaciones colindantes.
La compañía Soroa S.A. sin recursos financieros aparentes para llevar a feliz término la ejecución del proyecto inicial, vendió el 5 de marzo de 1948 sus propiedades a la sociedad Balneario Residencial S.A., representada por Fernando Ávila y Ruiz.23 Con este cambio las construcciones adquirieron mayor auge, fomentándose además el reparto residencial.
A partir de 1952 la sociedad recibió el apoyo del corrupto gobierno del general de facto, Fulgencio Batista, permitiéndoles llevar a cabo obras importantes coadyuvando a dar un mayor impulso a las instalaciones turísticas. Para facilitar el acceso se ejecutó el asfaltado de la carretera y se tendió una línea eléctrica. En un entorno boscoso se levantó el restaurante, El Salto y quedó acondicionado el acceso hacia la cascada del río Manantiales.
En horas de la mañana del 18 de octubre de 1959, visitan la zona, el comandante en jefe Fidel Castro Ruz y la heroína de la sierra Celia Sánchez Manduley.24 Ocho meses después, el 24 de junio de 1960, el balneario de Soroa pasó a manos del pueblo; expropiando también el proyectado centro turístico en la finca Santa Ana, ubicada a orillas del río Bayate, y que pretendía fomentar la compañía, Montañas Occidentales S.A. El nuevo Instituto Nacional de la Industria Turística, emprendió la culminación de cuarenta y nueve cabañitas, cafetería, piscina olímpica, taquilla y tienda; quedando inaugurado el 4 de septiembre de 1960.
Hoy, este centro con categoría dos estrellas, dispone de ochenta habitaciones dobles y diez casas ubicadas en el entorno maravilloso de la loma del Fuerte, todas climatizadas, con baño privado y TV vía satélite, siete de las casas tienen piscina privada y servicio de mayordomía a solicitud. La villa cuenta con tres restaurantes, cinco bares, piscina, servicios médicos, baños minero-medicinales con aguas hidrotermales, área de masajes, tienda, cambio de moneda, telefonía nacional e internacional y parqueo.
Dentro del conjunto de montañas la más conocida es la del Mogote o Mirador (379 m.). Su valor no radica en su altura, sino, por la riqueza histórico-geológica y por ser balcón natural de los más diversos escenarios de la Sierra del Rosario y la extensa llanura meridional de Pinar del Río.
El accidente más notable de su hidrografía es el salto del río Manantiales, devenido en símbolo del centro turístico a través de los años, y fuente de inspiración de novelistas, científicos de variadas disciplinas, artistas y de todos los que lo han visitado.
La cascada presenta veintidós metros25 de altura, la deposición de carbonato de calcio ha formado un voluminoso manto rocoso26 , a la vez, techo de una pequeña gruta cuya entrada tiene como guardián la cortina de agua. Después de este cambio de nivel existen otros saltos, pero más pequeños. Durante el período de sequía, el caudal se reduce a un delgado chorro que se desliza por entre las cortinas de musgos y líquenes amarillentos, convertidos en tapiz del elevado farallón; en cambio, en la primavera el torrente se hace caudaloso despeñándose con un ruido atronador, cuyo eco se escucha desde lejos.