En la cima de la Vuelta Abajo
Las Cumbres es un área protegida de recursos manejados, lo cual indica que el hombre protege la naturaleza y a su vez, a través de proyectos que dirige la Empresa Nacional para la Protección de la Flora y la Fauna, hace un uso racional de esos recursos. Los paisajes tienen un fuerte contraste a ambos lados de la carretera de montaña. La máxima elevación del occidente cubano, el coloso Pan de Guajaibón (701 m.), marca desde muy lejos el acercamiento a esta región, Tal impresión le causó al novelista mayor del siglo XIX Cirilo Villaverde, quien en reiteradas oportunidades hace referencia a él, en su obra, “Excursión a Vueltabajo,” donde, en prosa poética, escribe:
“Al salir de aquellas tierras bajas y malsanas, en el potrero de San Luis, extremo occidental de la bahía29 : tres leguas de la Loma del Pelado, el espectáculo grandioso de toda la Cordillera de Guaniguanico, que se nos presentó de golpe, varió agradablemente el curso de nuestras ideas. Sobre una sucesión no interrumpida de crestas y conos cenicientos, se alzaba el gigante Guajaibón, cuya semejanza con un camello echado en el desierto, hirió a un tiempo la imaginación de los tres viajeros”30 .
En la misma base del gigante sedimentario, en la ribera norte del río Sagua, aparece como por encanto la palma corcho (Microcycas calocoma, Lin.), planta prehistórica ya que su surgimiento se remonta a la época de los dinosaurios, hace más de ciento cincuenta millones de años; Cuba aún no se encontraba donde hoy está. Lo interesante de estas palmas, además de su antigüedad, es que representan la concentración natural más oriental del país.
Para llegar a la cumbre del coloso, se recorren tres kilómetros de sendero entre valles y paredes verticales hacia el sur del camino, ascendiendo desde el noreste en pendiente de más de 45o. A cada trecho, es necesario detenerse, observar la policromía del paisaje dando tiempo a tomar la respiración necesaria; de paso, se observa la palma petate (Coccothrinax crinita), endémica de este lugar, tres horas de esfuerzo y voluntad se coronan con un paisaje insuperable, dentro del bosque nublado a estas alturas, se halla un gran descampado que sirve de atalaya, a los pies, la provincia de Pinar del Río. En la noche, la bóveda celeste cubre las cabezas de los osados, donde las estrellas parecen estar más cerca y el poeta no resiste la tentación de escribir. El amanecer sorprende al montañero dentro de su saco de dormir, un arco enrojece el horizonte desplegando toda la belleza de la aurora, comienza a secarse la ligera neblina que humedece todo, el espectáculo es seductor.
Hacia el oeste, se encuentra la altiplanicie de Cajálbana (464 m.) con dirección este-oeste; es un macizo de rocas metamórficas31 de unos quince kilómetros de largo por ocho de ancho. Es menos escarpada hacia la parte septentrional. En su ladera meridional se ubica el sendero conocido como “Más allá de las Espinas”. Tiene una longitud de 6 750 metros. Casi al centro, se alcanzan los trescientos metros de altura; mirador de magníficos planos escénicos de todo Mil Cumbres, hasta la frontera que establece la sierra de la Güira, cerca de San Diego de los Baños.
Es impresionante penetrar en un bosque que presenta la mayor cantidad de endémicos de especies florísticas de Cuba por kilómetros cuadrados, alcanzando el número de treinta y cinco tipos de plantas dentro del bosque de cuabal. Se camina a lo largo de la transición del bosque de pinar natural, a los matorrales espinosos que sobreviven a la escasez de agua, suelo y nutrientes necesarios para el desarrollo. Desciende de la cima el arroyo Las Vueltas, plagado de delicadas orquídeas silvestres que, con pequeños desniveles, dan la sensación de llenar de alegría tan agreste lugar; siguiendo el camino de las retozonas aguas, se arriba ante la presencia asombrosa de un escultural pino plus. Cuenta la historia, que los arquitectos de la vía asfáltica que atraviesa estas serranías, decidieron desviar el trazado para conservar, quién ha sido padre de los actuales bosques de coníferas de la región y de muchas partes de la nación.
El descanso se puede disfrutar en una encantadora casa de campo con tejas francesas, construida en 1898, por el General Armando Montes Montes, con maderas preciosas provenientes del bosque circundante como la jocuma (Mastichodendron foetidissimum), ácana (Manilkara, albescens Grises), cedro y caoba (Swietenia mahogani). Aún hoy conserva su antigua estructura y parte del mobiliario de antaño; pasar unos días aquí, es remontar más de un siglo de historia y conocerla de cerca. En su comedor existe información suficiente para seleccionar la ruta diaria que se quiere explorar. Cuenta con servicio de agua proveniente de manantiales de montaña, que llega a la casa por gravedad. Su iluminación es de celdas fotovoltaicas; el chalet está rodeado de arboledas frutales y citrícolas y de un huerto de tubérculos y hortalizas, lo que garantiza un autoabastecimiento de alimentos frescos.
A sólo doscientos metros de la vivienda existen dos áreas de baños: una sobre un manantial de aguas minero-medicinales beneficiosas para el mejoramiento y conservación de la piel así como propiedades cosmetológicas. Existen otros pequeños saltos de agua sobre pozas románticas, que descienden de la loma del Seguí provenientes de surtidores cristalinos que sirven para vivificarse en la intimidad de los bosques durante las tardes de verano.
Los caminos que permiten llegar desde aquí a San Diego de los Baños son mejor hacerlos en mulo. Uno de ellos, se desarrolla por las márgenes del río Caimito, pasando por un orquidiario dentro de un bosque de pinos plus, de alturas superiores a los treinta y cinco metros; que en períodos de lluvias permite observar las cascadas de los cuabales, de ahí, dirigirse a los baños de Bermejales, afluente del río San Diego, también con aguas minero-medicinales famosas desde el siglo XIX. La segunda opción es por la antigua ruta, Las Catalinas, inmenso valle intramontano que cuenta con peñascos calcáreos en forma de pequeños mogotes, refugio de los negros cimarrones y de las tropas mambisas durante la guerra necesaria del siglo XIX. Actualmente cultivado de maíz y tubérculos.
Saliendo de esta intrincada polja, se accede al camino Las Yeguas, que transita por un conservado bosque semideciduo, entre el trinar de las aves como el Tocororo, el Ruiseñor (Myadestes elisabeth), el Arriero (Saurothera merlíni), diferentes tipos de bijiritas como: Bijirita chillona (Teretistris fernandinae) y el Tomeguín tierrero, a un hermoso pinar donde el tomeguín de estos lugares vuela en bandadas al paso y el Chichinguaco (Quiscalus Níger gundlachi), anuncia a los habitantes de San Diego de los Baños la llegada de nuevos visitantes.
Las aguas del Taita Al pie de la Cordillera de Guaniguanico y en el lugar exacto donde los ríos Caiguanabo-San Diego cortan de un tajo la cadena montañosa convirtiéndola en Sierra del Rosario, al este, y Sierra de los Órganos al oeste, se encuentra como colocado por la mano divina, un pintoresco, tranquilo y placentero poblado: San Diego de los Baños. Proveniente de La Habana, el viajero ha de recorrer ciento veinte y ocho kilómetros y desde Pinar del Río cincuenta y un kilómetros. La historia de este poblado recoge la leyenda del siglo XVII, acerca de un esclavo enfermo de la piel, obligado por su amo a abandonar la dotación por temor de contagiar al resto de los desventurados compañeros; sin otro amparo, su casa fue el bosque. Comenzó su peregrinar el Taita Domingo, buscando sus alimentos, asentándose a las orillas de los ríos, en ellos encontró que algunos lugares poseían manantiales muy frescos, mientras otros eran calientes y tenían un olor no común, los utilizó para su aseo y consumo; al tiempo, quedó sorprendido al comprobar poco a poco la mejoría de la piel; una vez curado, decidió regresar presentándose ante su amo, quién lo había abandonado, al verlo, quiso saber cómo había ocurrido el milagro; el esclavo le explicó los efectos de las aguas del río donde se bañaba y al final dijo: “Ha sido un milagro de nuestro padre San Diego”.
Sea cierta o no, esta historia trascendió y desde el siglo XVIII las propiedades benéficas de sus aguas, han hecho a este poblado sede del peregrinar y visita de cientos de miles de enfermos. Al principio, construían chozas rústicas e insalubres, poco duraderas, hasta que algunos emigraron definitivamente, dando inicio al poblado en la orilla este del río San Diego.
En 1844, Don Luis Pedroso encargó al agrimensor Don Cristóbal Gallegos hacer el trazado urbanístico dando paso a la organización y mejoramiento del pueblo bajo la advocación del Santo Patrono “San Diego”; que celebraba del 21 al 23 de abril su fiesta recordatoria, lo que se hacía junto a la verbena anual, constituyéndose en las festividades más importantes del siglo XIX y la primera mitad del XX.
El primer edificio rústico de madera que funcionó como balneario surgió en 1861, pero fue destruido debido a una crecida de las aguas fluviales torrenciales, que descienden de las elevaciones del Norte y del Oeste.
Cirilo Villaverde, acompañado por el pintor Mr. Alejandro Moreau y el presbítero Don Francisco Ruiz, en su comentada “Excursión a Vueltabajo”, lo visitó cuando aún estaba en ciernes, de él expresó:
“(…) La mayor parte de las casas, o ranchos de que se compone aquélla, tienen sus colgadizos a la calle principal, que por cierto no es nada recta ni plana, y le dan el aspecto de la calzada que denominan aquí del Monte. Remata dicha calle en una plazuela, que tiene dos salidas al río; una a la derecha para los baños, otra a la izquierda para el vado común de aquél. Los techos de las casas, cuando allí estuvimos, es decir, en 1839, eran muy pocos de tejas, y gran número de yaguas y guano; las paredes de barro, de tabla y también de paja y pecíolos de palma. Por lo visto en su estructura, la población de los baños célebres de San Diego, al cabo de más de treinta años que su fama vuela por el mundo, no pasa de ser una miserable ranchería, cuya semejanza con las de los indios, salta a los ojos del menos dado a antigüedades americanas.”32 Otros de sus visitantes fueron: Tranquilino Sandalio de Noda, quién trabajó como agrimensor durante algún tiempo en esta comarca. El patriota Ignacio Agramonte (El Mayor), lo visitó en abril de 1867, el Dr. Francisco Antomachi, médico privado de Napoleón Bonaparte, el general Ulises Grant, expresidente de los Estados Unidos de Norteamérica y Gonzalo Roig, compositor cubano de fama internacional, quien pasó algún tiempo al regresar enfermo de México. Según dice la tradición oral, en agradecimiento, le dedicó su obra: “La hija del Sol”; al parecer, esta campiña sirvió de inspiración, para que durante su estancia el destacado músico escribiera su composición: “África mía”.
En 1952, quedó inaugurado el actual edificio, que cuarenta y dos años después, luego de una reparación capital y acondicionado con los últimos adelantos de la barñeología mundial, reabrió sus puertas donde hoy se ofrecen tratamientos al visitante con servicios altamente calificados, agregándole la experiencia médica del personal, que tras la indicación facultativa individual, atienden pacientes con trastornos dermatológicos, neurológicos, post accidentes, enfermedades digestivas y stress, a través de la hidroterapia, hidromasajes, tratamientos de belleza corporal y facial; fangoterapia, psicología, baños de vapor, acupuntura, digitopuntura, electroacupuntura, fisioterapia, estomatología y gimnasio.
Cuenta con laboratorio y farmacia, donde se ofertan productos elaborados a partir de recursos naturales. El fango o peloide, con propiedades curativas, se extrae de la desembocadura del río San Diego en el Mar Caribe, famoso por sus cualidades antinflamatorias, regenerador de tejido, analgésicas y sedativas.
Sus aguas han sido estudiadas durante más de doscientos años; finalmente han sido clasificadas en: sulfuradas, sulfatadas, cálcicas, magnesianas, fluoruradas y termales.
Hotel Mirador Pero no sólo las aguas milagrosas son el atractivo de este escondido lugar. A solo medio centenar de metros, se halla el Hotel Mirador con categoría tres estrellas, que mantiene su estructura de los años cincuenta y está provisto de treinta habitaciones, una mini suite, y una habitación triple, todas climatizadas, con baño privado, teléfono, TV vía satélite, agua caliente, restaurante, snack bar, salón de juegos, piscina, tienda, farmacia, servicios médicos, lavandería, telefonía internacional, taxi, buró de turismo, caja de seguridad. Ubicado en la colina más alta del lugar, su nombre es reflejo fiel de la magnífica posición espacial que ocupa.
El Poblado Al penetrar en el pueblo, situado a orillas del río, tal parece que se ha viajado a finales del siglo XIX, principios del XX. Prácticamente nada se ha modernizado: la modesta iglesia construida en 1922; al frente el parque que cubre toda la manzana central del poblado, delimitado por una hermosa verja, cubierto de árboles, rodeado de bancos y muros, donde los pobladores mantienen la costumbre de sentarse en las tardes de verano a refrescar los calores del día, así como punto de reunión en las mañanas para disfrutar del café criollo antes de partir al trabajo; acompañados del canto y revoloteo de los gorriones y otras múltiples especies de aves, rodeados de las casas de tejas sostenidas por neoclásicas columnas, donde se aprecian ventanales protegidos de barrotes, acompañadas de grandes puertas de dos hojas y herrumbrosas aldabas.
En las pocas y pequeñas calles cercanas al río, abundan hotelitos que dan cabida a los necesitados y a los enamorados de esta naturaleza, como el “Saratoga”, que aún en su fachada de vitrales, brinda una remota visión de tiempos pasados, al igual que hostales y casas de huéspedes muy antiguas, donde el tiempo ha sido implacable como con el viejo puente de hierro construido en los años treinta del siglo XX, ya en desuso, pero del cual se puede observar una vista impresionante del río San Diego acentuando aún más los encantos del lugar.
Parque La Güira El camino con rumbo al Parque La Güira, va bordeando la imponente sierra del propio nombre que ha sido sede de importantes acontecimientos históricos, entre ellos, el palenque de la cueva de Guillermo, en su mismo centro, donde aparecieron alrededor de seis camas de cujes utilizadas por negros cimarrones, restos de alimentos, hogueras y otras evidencias de su estancia en tan intrincado lugar. En el extremo oeste, está enclavada la solapa El Abrón, lugar donde quedó un mural de arte rupestre, mensaje ancestral de la espiritualidad del hombre, a pesar del horror de la esclavitud.
La base Sur es propicia para la observación de aves, se pueden recorrer cinco kilómetros bajo el frondoso bosque semideciduo y el pinar, donde se han censado 61 especies, entre las que se destacan la Cartacuba, el Tocororo, el Zorzal gato (Turdus plumbeus), el Negrito (Merropiria nigra), el Tomeguín de la tierra y del pinar, así como el Cabrero (Spingalis cena), el Arriero, la Chillina (Teretistris fernandinae), el Aparecido de San Diego (Cyanerpes cyaneus), el Gavilán colilargo, y para los afortunados, la Siguapa (Asio stygius) y el escurridizo Ruiseñor, fácil de oír pero dificilísimo de ver.
Ésta es a su vez la ubicación de uno de los parques más exóticos de nuestro país: la Hacienda Cortina o Parque de la Güira como también se le conoce.
José Manuel Cortina adquiere la finca La Güira en el año 1906, recién graduado de abogado. En 1940, sus propiedades territoriales eran ascendentes a 1 423 caballerías, uno de los mayores latifundios del país. Durante los años veinte, comienza la ejecución del proyecto de hacienda de recreo más fastuoso del país. Se diseñaron y ejecutaron espaciosos jardines de un elevado gusto estético; entre ellos, una impresionante calzada con alineación de faroles de bronce, que iluminaban un conjunto de pequeñas plazas rodeadas de bancos, copas, esculturas, estanques, fuentes y glorietas, circundados por árboles en forma cilíndrica, ovales, que marcan la ruta hacia su casa construida en 1924, de dos pisos con maderas preciosas y roca caliza de la localidad, simulando algunos elementos de arquitectura militar como: torreones y almenas. Tuvo la certeza de colocar todo este sistema entre dos pequeñas alturas, que permitía observar toda su majestuosidad, tanto desde la mansión, como desde donde comenzaba el acceso.
Edificó las casas japonesa (1920) y china (1940), para lo que contrató especialmente a un constructor japonés de apellido Nakasawa, valiéndose de sus funciones como representante diplomático de Cuba ante estos dos países. Atesoró una importante colección de objetos y obras de arte que se convirtieron en exponente nacional de la civilización asiática. Erigió en los espacios abiertos, esculturas de mármol de Carrara, bronce y otros materiales, en su mayoría adquiridos en el extranjero, que nos hacen recordar las Ninfas y Diosas de las bellas leyendas Griegas.
Una obra ingeniera de alto sentido estético-escénico es el lago artificial, navegable en pequeñas embarcaciones, con muelles y pasos sobre los arroyos en formas de arcos o planos, una piscina techada junto al río, otras albercas pequeñas, fuentes, estanques, baños medicinales, parques con casetas, glorietas, bancos, jaulas para animales, en cuya construcción existió un especial interés por el uso inteligente de la naturaleza. En otras edificaciones se esmeró por representar construcciones medievales, como la impresionante portada de la hacienda, similar a una muralla o las torres de un castillo feudal.
Su exuberante vegetación, en la que predominan los frutales y una variada flora tropical e introducida de Asia, Europa y América Latina hasta un número de sesenta y siete especies, da seguro abrigo a la biodiversidad antes descrita, donde conviven: aves, mamíferos, reptiles y moluscos, haciendo al visitante vivir en un mundo de ficción.
Cueva de Los Portales Dentro de las propiedades de este contradictorio, rico y explotador hacendado, se encontraba la cueva de Los Portales, adquirida desde 1920, al comprarle a los hermanos Francisco y Ramón Grau San Martín, los terrenos que habían heredado de Antolín del Collado y Obeso. Esta cavidad cuenta con una historia que abarca desde la presencia aborigen, donde aparecieron evidencias de restos humanos, artefactos e instrumentos de su accionar, pasando por la visita de numerosas personalidades a lo largo de la historia de Cuba, como la efectuada por el ya mencionado Cirilo Villaverde y sus acompañantes, quien con prosa encendida de alto lirismo y realismo expresó ante esta hermosa cavidad:
“(…) No sabré pintar bien ni la forma, grandeza y pormenores, ni la impresión que a los tres viajeros nos causó aquella maravilla de la naturaleza, no menos ignorada, que escondida entre vírgenes bosques apenas hollados por la planta del hombre civilizado. Mr. Moreau cayó sentado sobre las arenas de la playa, con el lápiz en la mano y el álbum en sus rodillas. El señor Ruiz y yo, nos quedamos de pie, estupefactos, detrás de él, y los monteros, y los tres compañeros de viaje, alrededor, sin comprender nuestra admiración.
Lo que en el lenguaje inculto de nuestros campesinos se llama Portales, no son otra cosa que dos hermosas naves de forma ojival de una gran catedral gótica, que tienen en su base veinte varas de anchura, cincuenta de elevación y ciento de extensión. Por debajo de la primera pasa mansísimo y cristalino el famoso río de Caiguanabo, en cuyo limpio espejo se retrata perfectamente la labor exquisita, esa inmensa mole de piedra. Pero lo que acaso contribuye más a la belleza de esta obra magnífica, no son la apacibilidad y silencio religioso con que el río se desliza por debajo de ella, ni son tampoco el brillo, forma y perfecto corte de sus paredes macizas, sino su capacidad, que a pesar de la extensión, permite ver claramente del otro lado el curso de las aguas, las vueltas y revueltas de las márgenes, ya escarpadas, y los troncos y ramas de los frondosos árboles que, por decirlo así, continúan la bóveda. (…)¡Qué sé yo a donde se transportó nuestra imaginación en aquel instante!33 Otro reconocido hombre de letras, el norteamericano Samuel Hazard, visita la cueva de los Portales en el año 1866. Posiblemente en el segundo decenio del siglo XX, José Manuel Cortina invitó a visitar sus dominios, al escritor colombiano José M. Vargas Vila, amigo del Apóstol José Martí. En 1940, se inicia el acondicionamiento de esta espelunca y de la caverna vecina, Los Espejos, fabricándose aceras, rampas, rejas, pasamanos y un puente para cruzar el río, con el propósito de convertirlas en zonas para su disfrute, su familia y amistades más allegadas. La comunicó a través de un terraplén con su casa en 1943, aumentando las posibilidades reales de su empleo.
Durante la visita efectuada en 1959 por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz acompañado de Celia Sánchez y Antonio Núñez Jiménez, surgió la idea de convertir a la cueva de Los Portales, en lugar de uso público para la recreación del pueblo cercano al centro turístico La Güira.
El comandante Ernesto Guevara de la Serna, cariñosamente conocido como Che, fue designado jefe militar de Pinar del Río para momentos de peligro ante la Crisis de Octubre en 1962. Durante los treinta y dos días que duró, estableció allí la comandancia o jefatura del cuerpo de ejército de la provincia; aún permanece en el lugar la construcción de mampostería que fuera su local de trabajo. En ella dormía y pasaba el poco tiempo que permanecía en la gruta.
Hoy la caverna cuenta con cuatro kilómetros estudiados, e igual número de niveles de cavernamiento, fue declarada como “Monumento Nacional” en 1978 y se encuentra dentro de las instalaciones del campismo popular del propio nombre.