Anette Delgado y Dani Hernández en el segundo acto de El lago de los cisnes.

BALLET NACIONAL DE CUBA

No hizo más que arribar a España la diva Alicia Alonso, con el respaldo no solo de su mítica carrera, avalada por años de triunfos sobre las tablas de medio mundo, sino también por su otra notable creación: el Ballet Nacional de Cuba (BNC), y enseguida los diarios la interrogaban sobre cómo había recibido la noticia de que en lo adelante el emblemático Gran Teatro de La Habana llevará su insigne nombre.
«Cuando me lo dijeron pensé: “¡Ay, no, no, no! Sentí que me caía todo encima. Después me senté a analizarlo. El honor es muy grande, pero ya estoy calmada. La mayor alegría es que me lo han concedido en vida, estas cosas suelen reservarse para los muertos», le respondió a ABC, que se interesó por ese singular hecho que el Consejo de Estado y de Ministros de la República de Cuba convirtió en acontecimiento histórico, justo poco antes de que la reconocida compañía, que la genial artista conduce, partiera hacia la península ibérica con el fin de cumplimentar compromisos que la anunciaban en los Teatros del Canal, de Madrid, desde el 18 de septiembre hasta el 4 de octubre. El cartel lo integran piezas al estilo de El lago de los cisnes, Don Quijote y Carmen, esta última dentro de un programa concierto donde también aparecen Las sílfides, de Fokine, y Celeste, de Annabelle López Ochoa.
Es esta la propuesta con la que luego la compañía actuará, hasta el 7 de noviembre, en otras doce ciudades españolas: Barcelona, Cuenca, Pamplona, Bilbao, Burgos, León, Zamora, Palencia, Oviedo, Soria, Aranda de Duero y San Sebastián. En este tiempo, solo hará un espacio para debutar en Omán, en el Teatro de la Ópera de Muscat.
Ya se ha hecho casi habitual que por esta época del año, con la entrada del otoño, la principal agrupación danzaria de la Isla lleve su aclamado arte a esta parte de Europa. Y al menos en Madrid se les aguarda con exaltación, como ha admitido en sus páginas el mismo ABC al afirmar que los cubanos «son, aún, un socorrido oasis al que podían asomarse los aficionados madrileños, que conocen el repertorio gracias, fundamentalmente, a las puestas en escena del BNC».
Lo escribió cuando El lago de los cisnes subió a escena con la versión «sólida, cuidadosa desde el punto de vista estilístico, clara y movida», de la Alonso. Para el conocido periódico, «una de las grandes virtudes del Ballet Nacional de Cuba, además de su fidelidad al estilo, es la sangre caliente de sus bailarines, que llenan de carne, y por tanto de vida, a sus personajes (también a los cisnes)».
Y cuando a Sadaise Arencicia y a Alfredo Ibáñez les correspondió asumir el protagónico de la pieza que luce la música inmortal de Tchaikovski, El País se refirió al «dominio del braceo, buscando respuesta vital en el estilo y las maneras, la apostura clásica y su elegante mímica», de ella; y al atento partenaire que es él: «un buen actor, que da una refinada credibilidad al rol».
Durante estas intensas jornadas, el afamado periódico también se ha hecho eco de cómo uno de los constantes caballos de batalla de la compañía ha sido la conservación de los estilos, porque, como Alicia insiste, «son los que convierten la técnica en arte, los que hacen que el arte del bailarín no sea una gimnasia monótona e inexpresiva. Y dentro del estilo, se expresa una idea dramática y una sensibilidad estética. Lo que puedo pedir a las nuevas generaciones de intérpretes es que atiendan a estos conceptos, cuyo dominio los hará artistas».
Cierto que no pasó por alto las notables ejecuciones de Estheysis Menéndez, como Reina de las Dríadas; de Jessie Domínguez, como Mercedes; y de Dani Hernández como el torero espada, pero si habría que hablar de Don Quiijote, «la indiscutible heroína fue Viengsay Valdés, acompañada por Víctor Estévez en el papel de Basilio el barbero. Valdés exhibió aplomo y dominio en equilibrios que parecían no tener fin y en giros múltiples, dotando a su actuación de un cierto gracejo particular y animoso».
El Mundo, por su parte, prefirió acercarse primero a El lago de los cisnes cubano, al hacer notar que se trata de «un gran contenedor de variaciones preciosas y brillantes integradas en los tres actos. Que el Ballet de Cuba es un caso único es algo tan indiscutible como admirable. Hoy sigue siendo la gran factoría que nutre las grandes compañías con sus bailarines técnicos, expresivos y llenos de una energía desbordante».
Después aplaudiría la creación coreográfica de Annabelle López, quien «abrió el repertorio a otros aires de una compañía llena de jóvenes brillantes, deseosos de expandirse en el espacio y de entregarse al ímpetu de la energía del movimiento. (...) Celeste es una pieza valiente y con un estupendo uso de la técnica que sirvió para lucir el manejo del lenguaje de la creadora y la brillantez de esa gran cantera que es la escuela cubana».
Justo ese programa que conforman Celeste, Carmen y Las sílfides igual llamó la atención de una publicación como Brachtrack. De Las sílfides aclamó «la suavidad y perfección de cada una de las bailarinas, que crea un ambiente de ligereza que se impregna en los espectadores. Destacable fueron las variaciones de Sadaise Arencibia, con su bella línea, y de Anette Delgado, consolidada como una auténtica estrella. Las extensiones y arabesques se convirtieron en protagonistas y la luz desapareció dando paso a un aplauso efusivo».
Según Brachtrack, «el postre exquisito» resultó, no obstante, la Carmen de Alberto Alonso: «una creación perfecta. Allí nada sobra y nada falta. La noche del estreno el rol de aquella diablesa que engatusó a tres hombres recayó en Viengsay Valdés, una de las estrellas brillantes del BNC. A su lado, Víctor Estévez representó un don José de carne y hueso, creíble en su extensión, virtuoso. A buena altura se mostró Alfredo Ibáñez, quien bordó el capitán Zúñiga».
En otro momento, Brachtrack, con el clásico de clásicos en la mira, El lago de los cisnes, elogió la interpretación de Anette Delgado, quien «convenció con una actuación contenida a la par que cuidadosa. Sin grandes aspavientos, su Odette mostró la fragilidad del personaje y el dominio de la técnica. Memorable fue la suavidad con la que desarrolló la esperada diagonal, así como el port de brasque identifica la dramática conversión en cisne marcando el final del acto. En tanto, Dani Hernández fue un partenaire delicado y dedicado tal y como exige la coreografía».
«Si en el segundo acto Anette Delgado estuvo correcta y medida, su Cisne Negro bordó la perfección. La función cerró el telón con brillo y técnica. El teatro en pie rindió un merecido homenaje a la culpable de todo aquello, la señora Alonso, que saludó al público desde el escenario, confirmando que a sus 94 años levanta pasiones de diva allá por donde va».