JULIO LE PARC

El Caribe es hoy una de las regiones más dinámicas, vibrantes y coloridas de las Américas, destino preferencial no sólo para el descanso sino también para el conocimiento de su rica diversidad cultural. Más de cinco siglos de historia le han permitido acumular un acervo artístico, y específicamente arquitectónico, que le permite mostrar una significativa cantidad de sitios declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO.

El Caribe es hoy una de las regiones más dinámicas, vibrantes y coloridas de las Américas, destino preferencial no sólo para el descanso sino también para el conocimiento de su rica diversidad cultural. Más de cinco siglos de historia le han permitido acumular un acervo artístico, y específicamente arquitectónico, que le permite mostrar una significativa cantidad de sitios declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Lamentablemente, de ellos, que suman varias decenas, muy pocos corresponden a la arquitectura y al urbanismo modernos, a pesar de la calidad indiscutible de muchas obras construidas entre las décadas de los años veinte y setenta del siglo pasado, tanto en el Caribe insular como en el continental.

Un análisis de las obras que gozan de tal distinción en cualquier región del mundo revelaría que la cantidad correspondiente a épocas muy distantes del presente y a estilos artísticos anteriores al Movimiento Moderno componen una absoluta mayoría. Lo mismo sucede con la declaratoria de Monumento Nacional. Esta circunstancia, que obedece a factores objetivos –como el valor de poseer una larga historia– y subjetivos –como el escaso entendimiento de algunos especialistas y buena parte de la población, y la limitada adjudicación de carácter patrimonial a obras más recientes–, ha comenzado a revertirse y ya las pertenecientes al siglo xx clasificadas como Patrimonio Mundial se acercan a la veintena. Entre otras realizaciones, han recibido tal categoría Brasilia (arqs. Lucio Costa, Oscar Niemeyer y otros, 1956, designada en 1987), y las ciudades universitarias de Caracas (arq. Carlos Raúl Villanueva, 1940-1960, designada en 2000), y de México (arqs. Mario Pani, Enrique del Moral y otros, 1950-1952, designada en 2007). En Cuba, luego de un prolongado clamor por parte de especialistas cubanos y extranjeros, se prepara en la actualidad el expediente de propuesta al Centro de Patrimonio Mundial del conjunto de las cinco Escuelas Nacionales de Arte de Cubanacán (arqs. Ricardo Porro, Vittorio Garatti y Roberto Gottardi, 1961-1965). En palabras de Francesco Bandarin, Presidente de dicho centro, la disposición para aceptar, analizar y clasificar como Patrimonio Mundial obras del Movimiento Moderno “es totalmente abierta y positiva, y si el número de ellas no es mayor actualmente es porque no se han recibido más propuestas de obras modernas”.1 Por esto, pero sobre todo por los inmensos valores arquitectónicos, y en general socio-culturales, de las Escuelas de Arte, es de esperar que Cuba cuente por fin, en un plazo no muy lejano, con una obra moderna designada Patrimonio de la Humanidad.

Tal declaratoria podría tener un beneficioso efecto colateral a nivel regional: despertar en el público más amplio, tanto especializado como lego, un interés mayor por el período moderno. La evidencia derivada de un análisis de las ciudades más importantes del Caribe denotaría que si bien prácticamente todas poseen valiosos centros históricos que datan de su época colonial y son hitos a salvaguardar, esos centros, como sucede con La Habana Vieja, son diminutos en extensión, comparados con el resto de las urbes en que se encuentran insertados, y la cantidad de obras del período colonial en ellos ubicadas es relativamente reducida, mientras el mayor desarrollo urbano y arquitectónico se produjo en casi todas durante el siglo xx, época de arraigo e incremento acelerado de la modernidad que se había comenzado a vislumbrar desde mediados del siglo anterior, aproximadamente.

Urge, hoy día, un entendimiento amplio e inclusivo del concepto de monumento y de patrimonio que permita extender la aceptación de lo valioso –y, por tanto, que amerite protección– a mucho de lo realizado en el siglo pasado en zonas externas a los centros históricos tradicionales. De la ampliación o no de esta noción, depende en gran medida el carácter futuro de las ciudades caribeñas: si éstas poseerán un núcleo o “casco” histórico protegido y mantenido vivo por la afluencia turística, pero rodeado de zonas depauperadas con residentes que deberán emigrar hacia el viejo centro en busca de posibilidades de todo tipo, o si por el contrario, la ciudad será entendida como un ente integral en el que es necesario salvar la totalidad de lo que es valioso aunque no sea antiguo, en lugar de propiciar una interpretación y acciones insuficientes que provocarían una incompleta perdurabilidad selectiva, ya sea basada en criterios cronológicos, económicos, políticos o de cualquier otra índole.

En la capital de Cuba, en particular, ¿sería hoy posible negar los valores indiscutibles de El Vedado, Centro Habana, el Cerro, Miramar, Siboney y Cubanacán, por citar unos pocos ejemplos de barrios fuera de lo que se acepta tradicionalmente como Centro Histórico de la ciudad? En estas zonas la abundancia de méritos urbanos y arquitectónicos es tan evidente que se hace difícil el entender su falta actual, casi generalizada, de protección y de control sobre algunas acciones en ellos emprendidas de manera insensible e insensata, abiertamente contraria a la conservación de sus valores. Si bien es cierto que las Escuelas de Arte pueden asumirse como el estandarte del movimiento arquitectónico moderno en la región, no son ellas las únicas obras de ese movimiento que demandan valoración y protección. Por el contrario, la gran cantidad de realizaciones modernas que así lo amerita permite afirmar que, de tener hoy nosotros la actitud visionaria de proteger adecuadamente, contra deterioro y transformaciones, todo lo que las futuras generaciones merecen les sea legado, el ahorro sería significativo, y la inversión en obras de restauración podría reducirse considerablemente. Algo similar habría sido posible si nuestros ascendientes hubieran valorado más el patrimonio colonial, que hoy demanda tanto esfuerzo para su recuperación.

A nivel internacional, el paso más significativo en relación con la protección del patrimonio moderno ha sido la creación del Grupo de Trabajo Internacional para la Documentación y Conservación de Edificios, Sitios y Barrios del Movimiento Moderno (DOCOMOMO International), en 1988, inicialmente con sede en Delft, Holanda, y desde 2002 radicado en París.2 Esta organización ha sido fundamental para la concertación de voluntades y para la aceptación del concepto de patrimonio aplicado a obras de la modernidad, así como para la realización de campañas internacionales de apoyo a acciones locales de salvaguarda. DOCOMOMO agrupa actualmente a más de cincuenta países, entre ellos varios de la geografía caribeña,3 a cuya porción insular su revista, DOCOMOMO Journal, dedicó un número especial en 2005.4

Hace solamente tres décadas la salvación del patrimonio colonial de nuestra región parecía poco menos que una utopía. Hoy es una realidad. En relación con el patrimonio moderno, la expansión de la red de países del área miembros de DOCOMOMO International, así como la estrecha colaboración entre los grupos nacionales, permitirá acercar cada vez más lo que para muchos quizás todavía pueda parecer un imposible: el considerar y clasificar como Monumentos Locales y Nacionales, e incluso Patrimonio Cultural de la Humanidad, una gran cantidad de obras modernas construidas, algunas de ellas, en fechas tan recientes como las décadas de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado, período de esplendor de esta manera de hacer en el Caribe. Consecuentemente, se garantizará la salvaguarda de un legado de inmenso valor en su integralidad, la que debe contemplar, sin dudas, la protección de las especificidades locales que, basadas en particulares historias, climas y geografías –pero compartiendo mucho en común– otorgaron variedad, dentro de la unidad, a las ricas identidades caribeñas.